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PRIMERA LECTURA (Ezequiel 2,2-5)

«Y ellos, te escuchen o no, porque son una raza rebelde, sabrán que han un profeta en medio de ellos», el profeta Ezequiel ejerce su ministerio en el tiempo del destierro a Babilonia; el estar lejos de su tierra y del Templo van minando poco a poco su ánimo. Es cierto que el destierro es consecuencia del alejamiento de Dios y sus mandamientos, pero el regreso consistirá fundamentalmente en un “regreso” a su presencia más que una vuelta a Palestina, aunque llegado el momento se cumplirá esta promesa.  Esta será en principio, la misión del profeta, ayudar al pueblo a recobrar la esperanza y confiar que Dios no los ha olvidado. Lo que más impresiona del texto que hoy escuchamos es el inmenso y solícito amor con el cual Dios se dirige a su pueblo, pues, aunque no lo merece Él permanece fiel. No perdamos la esperanza, pues, aunque el mundo que nos ha tocado vivir parece un destierro en tierra extranjera a nosotros nos toca ser, como Ezequiel, quienes animamos a nuestros hermanos con el testimonio de una fe alegre y comprometida.

SEGUNDA LECTURA (2 Corintios 2,7-10)

«De buena gana prefiero gloriarme de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Cristo», no es que Pablo haga “concha” y se haya dado por vencido, su alegría consiste en experimentarse salvado aunque no lo merezca;  no se trata pues de reconocer de una manera cínica nuestras limitaciones personales y no hacer nada; se trata más bien de lo anterior  y dar un paso más, es decir, reconocer que aunque mis fuerzas no alcancen para remontar mis pecados, Dios por el sacrificio de Jesucristo nos ha dado la posibilidad de ser santos. ¿Qué podemos hacer entonces? Disponer nuestro corazón y nuestro ser para que la gracia actúe y recurrir continuamente a la Eucaristía que es el alimento que nos da la vida eterna y de una manera especial al Sacramento de la Reconciliación, no solo cuando “perdamos” la comunión, sino especialmente como un encuentro con el amor misericordioso del Padre que quiere perdonarnos.

EVANGELIO (Marcos 6,1-6)

«Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente», el pensamiento mágico supone un poder supremo que puede ser “manipulado” para dar lo que se le pide por medio de ritos, ofrendas o algún sacrificio ya sea personal o de un tercero; luego entonces lo que se obtiene es el resultado de un intercambio “comercial”, obtengo algo a cambio de otra cosa. La Fe a diferencia de lo “mágico” consiste en una relación personal entre el Dios que llama y la persona que responde. Lo que recibimos no es el resultado de unos méritos personales sino del amor infinito con el cual el Padre nos ha elegido en su Hijo Jesucristo a ser sus hijos. Nuestra Fe no puede consistir en la búsqueda de milagros por más urgentes que sean nuestras necesidades. Como dice un dicho por allí “no busquemos los milagros de Dios sino al Dios de los milagros”, los milagros vendrán como consecuencia.

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