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En buen plan, nadie debería escandalizarse por una caricatura periodística que, básicamente se define como la deformación exagerada de los rasgos físicos de una persona, con intención crítica o humorística.

 

No hay quien se haya privado de celebrar ese humor, salvo en aquellos casos en que el motivo de ese humor haya sido él mismo.

 

No hay político relevante en México, que no haya sido caricaturizado. Y vaya que los moneros mexicanos son implacables en ese, su trabajo. En algún tiempo se dijo que el personaje más caricaturizado en México era Fidel Velázquez, aunque sin duda en la era moderna ya hay muchos que le sacan considerable ventaja al ya fallecido líder cetemista. Cuenta Magú, uno de los más preclaros exponentes de este género periodístico, que Fidel coleccionaba sus caricaturas publicadas en la prensa de la época, larga época en la que le tocó ser blanco de las afiladas plumas de los moneros.

 

Creo que la reacción sobre el trabajo de Hernández, de reconocida filiación izquierdista y otro de los moneros más filosos en el país no fue, en Sonora, por el cartón en sí mismo en el que, por cierto, retoma obviamente la narrativa de Morena sobre lo que acaba de ocurrir en estas latitudes a propósito de la reforma constitucional recientemente aprobada.

 

Podría pensarse, incluso, que la caricatura en mención hubiese pasado desapercibida si no es que la senadora electa Lilly Téllez la retomó para ilustrar un comentario suyo acerca del asunto.

 

Si otra persona lo hubiera hecho, quizá la reacción de varios personajes de la vida política local, señaladamente mujeres priistas no habría sido tan airada.

 

El punto es que fue Lilly Téllez, una mujer que básicamente fincó su campaña al senado, en la confrontación con comunicadores contra quienes mantiene una demanda por violencia política por razones de género, pues según su versión se expresaron de ella en malos términos, con insultos y groserías. También, como suele ocurrir en las campañas electorales, menudearon los “memes”, fotomontajes y documentales manipulados digitalmente para denigrar su condición no sólo como política de nuevo cuño o veterana periodista, sino como mujer.

 

Invitaría a las memoriosas lectoras, los olvidadizos lectores, a que recordaran al menos dos propuestas de la campaña de la hoy senadora electa, y podría apostar tronchado a que la mayoría recordarán más, antes que propuestas, su pleito con los integrantes de la Mesa Cancún, la demanda contra ellos, la altanería con que solía castigarlos con su despectiva mirada por encima del hombro o el afán con que buscaba aparecer al lado de periodistas afines, erigiéndose en jurado supremo para colocar a unos del lado del bien y a otros del lado del mal, atizando la polarización, la confrontación. Así son las campañas, se entiende.

 

No hay inocencia en la utilización de una imagen distorsionada de una adversaria política, aunque en descargo hay que decir que tampoco hay inocencia en la política. Pero es por lo menos, extraño, que Lilly Téllez lo haya hecho para poner en práctica todo eso de lo que ella misma se quejó durante la campaña y que llevó incluso a los juzgados, ofendida.

 

No recuerdo que Claudia Pavlovich haya hecho algo semejante, y vaya que a la hoy gobernadora le han tupido desde que era candidata.

 

Pero bueno, como apuntó la jefa de la Oficina del Ejecutivo, Natalia Rivera, en respuesta al tuit de la senadora electa, “el insulto dice más de quien lo emite que de quien lo recibe. Sus comentarios dicen mucho de usted”.

 

Lilly terminó “bajando” la ilustración de sus redes sociales, con lo que de alguna manera reconoció que se pasó de tueste al hacer lo mismo que no quiere que le hagan, aunque también hay que decirlo, ni ella, ni la gobernadora, ni cualquier otro personaje de la vida pública en el país, podrán evitar la caricaturización de sus figuras.

 

El problema en todo caso es esa falsa moral, esa doble vara para medir la crítica dependiendo del lado del espectro político en el que se encuentre cada quién.

 

Quienes se desgarraron las vestiduras por los memes sobre Lilly, hoy aplauden la caricatura de la gobernadora y viceversa.

 

A las mujeres que participan en política se les debiera cuestionar por sus acciones en ese ejercicio, no por el hecho de ser mujeres, como creo ocurrió con el cartón de Hernández, y como creo ocurrió con la mayor parte de las críticas que recibió Lilly Téllez durante la campaña.

 

La diferencia es que la primera ha aguantado a pie firme todo el vendaval, y la segunda, en la primera ocasión que le tocó estar del otro lado de la proverbial barra de la cantina, estalló el cólera y amenazó a sus críticos, lo cual es un asunto serio, considerando la posición de poder en la que se encontrará durante los próximos seis años.

 

Este episodio en realidad, es en sí mismo una caricatura de la realidad nacional post 1 de julio. Una deformación exagerada de los rasgos de la nueva clase política gobernante, aparentemente cohesionada en torno al líder máximo, pero con sus propias agendas de revanchas y rencores; confundida entre las banderas blancas que ondea Andrés Manuel, y las pistolas aún humeantes de las campañas electorales.

 

Entre el discurso por la pacificación y la reconciliación, y la sed de venganza, las infinitas ganas de disparar el tiro de gracia al que se encuentre herido sobre el campo de batalla.

 

Por lo demás, es válido combatir decisiones de gobierno por las vías institucionales, como evidentemente sucederá. La reforma recién aprobada tiene un largo camino que recorrer, incluso una vez publicada.

 

Como anunció la virtual secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero y el virtual senador y luego virtual secretario de Seguridad federal, Alfonso Durazo intentarán revertirla por la vía jurídica y, sin lugar a dudas, también por la vía política. Porque finalmente la Constitución, que es el fondo de esta trama, no es otra cosa que un pacto entre las principales fuerzas políticas del país y en esas andan y andarán todos en el futuro inmediato.

 

Y esto  se verá con mayor claridad después del 1 de diciembre, aunque también aquí hay una situación inédita en la que opera también el doble rasero según el cual, para ciertas cosas sí es correcto actuar como si ya hubieran tomado posesión, y para otras se alega que aún no están en ejercicio del gobierno.

 

En todo caso, hay que felicitarnos por pertenecer a estas generaciones que asistimos a los avatares de esta transición que unos consideran post vanguardista y otros pre moderna; y otros más, una mezcla entre la posmodernidad que derrumba los relatos del pasado y el priismo vintage que resurge muy moreno, con Bartlett, Elba Esther y demás yerbas escribiendo la narrativa de la transición.

 

En fin, más cosas se verán.

 

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