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DOMINGO XXII ORDINARIO (SEPTIEMBRE 2 DE 2018)

PRIMERA LECTURA (Deuteronomio 4,1-2.6-8)

«Cuando tengan noticias de todos estos preceptos, se dirán: ‘En verdad esta gran nación es un pueblo sabio y prudente», el segundo libro de los Reyes en los capítulos 22 y 23, nos narra el hallazgo, en el Templo, del Libro de la Ley; durante el reinado de Josías rey de Judá y trae como consecuencia una de las más profundas reformas religiosas. Este Libro es precisamente nuestro Deuteronomio o ‘Segunda Ley’ de acuerdo con las raíces griegas de su nombre. Para Josías este libro, que había permanecido oculto por tanto tiempo en el Templo, no es simplemente el resultado del azar, es más bien un signo de Dios que llama a reconocer con humildad las infidelidades del pueblo y regresar llenos de fe a Él de quien procede la vida, esto irá acompañado de hechos concretos que serán el testimonio de un verdadero deseo de conversión. La sabiduría y la prudencia no son signo de una perfección humana, son más bien los signos por excelencia de que sin Dios en nuestra vida no podemos salvarnos y que solo cuando abrimos nuestro corazón a su acción, la gracia puede realizar en nuestra vida el milagro de la conversión. La santidad no consiste simplemente en una pureza moral sino más bien en la búsqueda de la voluntad divina y un verdadero deseo de cumplirla y llevarla a la vida, especialmente en las situaciones sencillas de la vida.

SEGUNDA LECTURA (Santiago 1,17-18.21-22.27)

«La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo corrompido», “guardarse” no significa “encerrarse” ya sea entre cuatro paredes o en nosotros mismos. “Guardarse” significa comprometerse con nuestra Fe y “arriesgarse” a hacer el bien, aunque en algunas ocasiones nos equivoquemos. La Fe no es la pasividad de observar el mundo desde lejos refugiándose en prácticas vacías, sino que, como dice san Benito, la Oración nos lleva a la acción de la búsqueda del bien y ésta, se llena de contenido en la contemplación del Dios Todopoderoso en la oración, muy en especial en la Eucaristía, la Oración por excelencia. Si la Oración no nos invita a ver la necesidad del hermano y a hacer algo por él entonces es solo un monólogo con nosotros mismos y Dios “brilla” por su ausencia.

EVANGELIO (Marcos 7,1-8.14-15-12.23)

«Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres», las tradiciones “humanas” no son malas en sí, especialmente cuando se integran armónicamente para alcanzar nuestra plenitud personal, la salvación. Pero hay ocasiones que nos “escondemos” detrás de estas “tradiciones” para seguir en nuestra pasividad cristiana, que consiste únicamente en un conjunto de expresiones rituales que nos tranquilizan pero que no tienen una influencia real en nuestra vida. Estas “tradiciones” reflejan nuestro miedo a cambiar o a crecer en nuestro compromiso cristiano.  Que el cumplimiento de nuestras obligaciones religiosas nunca se oponga a nuestra vivencia de la caridad. Después de todo, Dios nunca se contradice.

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