Crónicas para la historia (12).- Don Pablo Kuraica, personaje inolvidable.- Cumplirá 92 años el hotel que fundó en Cajeme, cuando aún no era Municipio.- Llegó al Valle del Yaqui en los años 20.- La entrevista que no realicé
Bernardo Elenes Habas
En 1977, cuando el Municipio de Cajeme llegaba a su primer cincuentenario, y era conducido por el
“Ellos hicieron la Ciudad”, se tituló el compendio de crónicas que publicaba cada domingo en la primera plana de Diario del Yaqui, quedando registrados los recuerdos de personajes cuyas voces, nostalgias, iras reprimidas y lágrimas, se tatuaron, también, en mi corazón de reportero y poeta.
Entre esos ciudadanos de alma incansable y capacidad de lucha infinita, a quienes miré a los ojos y descubrí el rayo de luz de sus sueños y su indeclinable condición de ciudadanos del mundo, se encontraba don Pablo Kuraica, inmigrante croata que llegó a Cajeme en los años 20, cargando las semillas de sus anhelos, depositándolas en las tierras pródigas del
Mi amigo el poeta Rafael Ángel Rentería González, quien había sido Oficial Mayor en la Administración del alcalde Ángel López Gutiérrez (1958-1961), me concertó la oportunidad de que sostuviera diálogo periodístico con don Pablo, para tratar de caminar por el trazado de sus recuerdos en torno a su visión de Cajeme -así se llamaba la ciudad en ese tiempo-, la percepción de crecimiento contrastado con 1977, las costumbres de sus habitantes y viajeros en la línea del ayer, entre tantas cosas.
Hoy pongo en el río de mi labor periodística, la entrevista que no realicé, a pesar de que don Pablo Kuraica, fundador del citado hotel en 1926, me había recibido un día de noviembre de 1977 y me disponía a explorar en su memoria llena de luz y de paisajes de otros continentes y del Cajeme viejo, sobre su llegada al Valle del Yaqui en 1919-20, luego de haber recorrido caminos en Estados Unidos, Sinaloa y Hermosillo.
Le entrego, aquí, la crónica con la que rescaté esa entrevista fallida, y que publiqué un día de 1977, en el Diario:
-¡No quiero saber nada de reporteros!-, me gritó aquella mañana soleada de otoño, al disponerme a entrevistarlo, a
Y su mano, abatiéndose en el aire, espantó mis preguntas. Su voz ronca, de viejo formidable, hacedor de lo que se le diera la gana, se me clavó en los oídos, y me golpeó de lleno el ánimo.
Neuras magnífico. Temperamento vivo. Pedazo de lumbre de otro continente. Me mandó con cajas destempladas.
Me sentí mal. Y me sentí bien.
¡Mira que despertar a la lucha con la inmediatez de un fósforo y decir que no con todos y sus ochenta y tantos años! Mira que demostrarme cómo se sostiene la palabra y cómo se antepone a la vanidad y a las falsas pasiones de poses intrascendentes, la verticalidad recia del sentimiento y del carácter!
¡Mira que cerrarme las puertas de un golpe, y hacer huir mis preguntas como pájaros asustados!
Me dije que habría de entrevistarlo a como diera lugar. Me hablé fuerte hacia adentro. Reorganicé mi plan. Adelanté esperanzas.
¿Cómo dejar en el anonimato una voz olorosa a tierra, a pasión por la vida, acostumbrada a las luchas sin treguas, y que cuando se levantaba le resonaban los tambores de los yaquis y le aullaban largamente los coyotes, entre las rendijas del ayer cuando las tierras pródigas y silvestres se abrían apenas a la labranza? ¿Cómo no beberme y compartir toda su experiencia de hombre conocedor de historias y detalles sobre los forjadores del Valle, aquellos que lo hicieron paridor, y lo encumbraron hasta convertirlo en Granero de México?
¿Cómo dejar que esa voz y esos recuerdos se perdieran, ahora cuando las nuevas generaciones, los jóvenes, hijos de padres fruto de estas tierras, lo reclaman y buscan los signos, la huella sembrada de la primera calle de Cajeme, la primer casa, las primeras sonrisas y hasta el primer grito de dolor vertido por el pueblo en su infatigable lucha por la vida?
¿Cómo, pues?, me dije. Y mientras admiraba la actitud rebelde de don Pablo, nervio y corazón dedicado al trabajo, aprecié en toda su dimensión el valor de esas entrevistas, la importancia que revestían, porque sin tratarse de oficiantes del mundo político a quienes les abría una ventana a través de la prensa desde mi oficio de reportero, comprendí que dimensionaba a personajes más importantes, constituidos en la raíz, el principio agreste y decidido de la vida de nuestra comunidad, donde cada hombre se perfilaba como un gigante, con una mano en el arado tirado por mulas o caballos, y en la otra un fusil, mientras la mirada se paseaba nerviosa sobre el horizonte, escuchando tambores de guerra y esperando la irrupción de cuadrillas de yaquis rebeldes.
Insistí, de nuevo, con mi torrente de preguntas.
Pero él, don Pablo, don Juan, don Vicente, personaje con todos los nombres del mundo encima, quien desde el fondo de sus ochenta y tantos años y su admirable dimensión y su rectitud, me dijo, clavando su mirada definitiva en mis ojos:
-¡No! ¡Y se me va usted a la chingada!
(Fotos de Juan Carlos Quiroz; libro Retrospectiva de Cajeme, Sergio Anaya; Cajeme de Ayer, Miguel Mexía Alvarado. No.1.- Hotel Kuraica en 1927. 2.- Otra vista del Kuraica. 3.- Alcalde Faustino Félix Chávez, su esposa Ena e integrantes de la familia Kuraica Casillas, develando la placa al cumplir el hotel 90 años de fundado en 2016.- La familia Kuraica, durante la celebración de los 90 años del hotel heredado por don Pablo).