Bernardo Elenes Habas
En la memoria de cajemenses que aún viven, y fueron testigos de cómo se construyeron las raíces de esta comunidad asombrosa, permanecen guardados un cúmulo de recuerdos que marcaron sus vidas sencillas, sus raíces rurales.
Él me comentaba, como lo hacían también los periodistas amigos ya desaparecidos, Rogelio Barraza Gutiérrez y Mario Castro Quezada, sobre la llamada “Creciente del 48”, que provocó un colapso económico ese año, en el Valle del Yaqui y en la ciudad, por la pérdida de siembras, y dañó, principalmente, al antiguo barrio de Plano Oriente –hoy colonia Benito Juárez-, asentamiento propenso a recibir las corrientes de agua que bajaban y bajan desde los cerros, y ciertamente, llegan luego al núcleo de la ciudad, reclamando los antiguos arroyos que ahora son usurpados por las calles 6 de Abril, Jesús
En noviembre del 48, las “Equipatas”
Las equipatas en la región (lluvias ligeras que se presentan –no siempre- durante el invierno, también conocidas como “cabañuelas”, cuya presencia o ausencia daba la alternativa esotérica a los campesinos de predecir el comportamiento del tiempo en el transcurrir del año), iniciaron desde noviembre de 1948, extendiéndose hasta mediados de enero de 1949, con la consiguiente preocupación y asombro de las familias de la ciudad y del campo, porque veían mermadas sus economías al dejar de laborar y sufrir daños en sus campos de cultivo; no así los ganaderos, quienes recibían el temporal como una bendición que haría crecer pastizales en sus potreros.
Documentan los cronistas Miguel Mexía Alvarado, José Escobar Zavala, y Arenas Castro (aunque éste no tuvo nombramiento oficial como testigo de acontecimientos de su pueblo), un hecho singular en la relatoría de los tiempos que dejó huella, principalmente, entre los habitantes de Plano Oriente:
Esta referencia se concentra sobre la forma en que tuvieron que trasladar el cadáver de una mujer que era velada en su vivienda –Amparo Espinoza, era su nombre, precisa en su crónica Rogelio Arenas-, para sacarlo de la zona inundada sobre una balsa improvisada con tambos de 200 litros y madera, quizás para ser llevado a un lugar no anegado, o tal vez al panteón de Nuestra Señora de Guadalupe,
Lodazales, las calles de la Ciudad
Ciudad Obregón está enclavada en un espacio plano, sin declive suficiente para el desfogue de las aguas de lluvia.
Tal situación se constituye, desde siempre, en uno de los principales problemas de calles propensas al lodo, cuando no existía el pavimento. Luego, cuando llegó el asfalto, fueron las lluvias su principal enemigo, por la contextura del suelo arcilloso y la nula corriente del líquido, generando encharcamientos, baches, desintegrando el pavimento. Y es que no existe drenaje pluvial, solamente el de uso para aguas negras.
René Gándara, pavimentación
Fue hasta el periodo municipal 1955-1958, presidido por René Gándara Romo, tiempo en que se procedió a pavimentar el
Sin embargo, las avenidas del resto de la ciudad y las colonias Plano Oriente, Quinta Díaz, Morelos, Hidalgo, que eran las que prevalecían, siguieron sufriendo de la inmovilidad que causaban los aguaceros, tanto a peatones como a vehículos. Aunque las noches, después de un día lluvioso, se convertían en horizontes de croar de ranas, de brillo fugaz de luciérnagas (copechis) provenientes de las orillas cercanas de la ciudad que eran, prácticamente, el Valle del Yaqui, y de rugido de motores de carros atascados, como parte imborrable del paisaje humano de esos tiempos…
Actualmente la ciudad y una gran parte de sus colonias, tienen pavimento. Pero, realmente está dañado, principalmente por el agua y el tiempo, y se constituye, junto con los brotes de violencia y delincuencia generalizada, en los principales reclamos de las familias.
Cuando concluyo esta crónica, es de noche y llueve como muy pocas veces ha sucedido en Cajeme, generando azoro en unas cuantas horas. Aunque pervive el antecedente de la prolongada Creciente del 48, durante todo diciembre y parte de enero, que viejos habitantes del Municipio aún recuerdan.
Siento que el agua derramada por el cielo, es como el llanto de Dios cayendo sobre casas, árboles, calles, personas… Tal vez buscando lavar la violencia que crece en Cajeme, y devolver a los seres la capacidad de asombro, la unidad, el respeto, la humildad, valores que actualmente se diluyen fríamente entre las sombras de la indiferencia…
(Fotos tomadas del libro Cajeme de mis Recuerdos de Rogelio Arenas y de internet, reflejando el estado de las calles de la ciudad en 1940, 1941, 1951, y finalmente gráfica de la inundación de la tormenta del 19 de septiembre, ayer).
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