
Sylacauga, Alabama. Eran las 2 de la tarde del 30 de noviembre de 1954, cuando un episodio singular quedó registrado en la historia mundial: una mujer común, descansando en su sala, se convirtió en protagonista de un evento tan extraordinario como improbable.
Ann Elizabeth Hodges se encontraba recostada en el sofá de su casa, cuando una roca espacial de aproximadamente 4.5 kilogramos rompió la quietud del día. Proveniente de los confines del espacio, el meteorito atravesó el techo, destrozó parte de la estructura y terminó impactando contra el costado de Ann, quien sufrió únicamente un hematoma en la cadera.
A pesar del susto, Hodges salió con vida, convirtiéndose en la primera —y hasta ahora única— persona oficialmente documentada en sobrevivir a un impacto directo de un meteorito.
Lo que parecía un día común en Sylacauga se transformó en noticia internacional. La piedra, después de disputas legales y reclamos entre los Hodges, el propietario de la vivienda y las autoridades, fue finalmente adquirida por el Museo de Historia Natural de Alabama, donde permanece como un recordatorio tangible de aquel episodio insólito.
Más allá de la anécdota, el caso de Ann Hodges sirve para reflexionar sobre la vastedad del universo y lo imprevisible de la existencia humana. Una roca que viajó millones de años por el espacio terminó su recorrido en el costado de una mujer que solo intentaba descansar una tarde cualquiera.
Este episodio sigue recordándose como uno de los encuentros más inusuales entre la humanidad y el cosmos, una prueba de que el azar puede, literalmente, caer del cielo.
