Ciudad de México, 18 de julio de 2025.— Un día como hoy, pero de 1872, el Palacio Nacional fue testigo del último aliento de uno de los personajes más emblemáticos en la historia de México: Benito Juárez García. A causa de un infarto agudo de miocardio —en aquel tiempo descrito como neurosis del gran simpático—, el llamado Benemérito de las Américas falleció dejando un legado que sigue vivo en la vida pública y en el imaginario colectivo del país.
Aquel 18 de julio, el gobierno decretó luto nacional. El cuerpo de Juárez fue expuesto en el propio Palacio Nacional, permitiendo que el pueblo mexicano pudiera rendirle el último homenaje. Posteriormente, sus restos fueron trasladados al panteón de San Fernando, donde descansan hasta la fecha, visitados por miles de personas cada año.
Benito Juárez, originario de San Pablo Guelatao, Oaxaca, es recordado no solo como el primer presidente de México de origen indígena, sino también por su incansable defensa de la República ante la invasión francesa y la imposición del Segundo Imperio Mexicano encabezado por Maximiliano de Habsburgo.
Su frase célebre, “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, se mantiene vigente, recordándonos la importancia del Estado de derecho y la soberanía nacional. Juárez promovió leyes liberales que sentaron las bases del Estado laico y la modernización jurídica del país, como las Leyes de Reforma, que separaron la Iglesia del Estado, redefiniendo el papel de las instituciones públicas.
A 153 años de su fallecimiento, historiadores, juristas, y ciudadanos coinciden en que Benito Juárez no es solo una figura del pasado, sino un ejemplo para los desafíos actuales de México: consolidar un Estado democrático, garantizar la igualdad ante la ley y proteger la independencia nacional frente a presiones externas.
Como cada año, hoy ondean las banderas a media asta en memoria de un hombre cuya vida fue guiada por la convicción de que la ley debía ser la misma para todos, sin distinción de origen, credo o posición social. Su legado, más allá de monumentos y nombres de calles, persiste en las instituciones y en el espíritu de un país que sigue construyendo su historia.