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Lo que parecía una hazaña imposible de supervivencia se ha convertido en un nuevo drama. Salvador Alvarenga, el pescador que permaneció más de 14 meses a la deriva en el océano Pacífico, ahora es demandado por un millón de dólares, acusado por la familia de su compañero fallecido durante la odisea.

En noviembre de 2012, Alvarenga zarpó desde la costa mexicana en un viaje de pesca rutinario. Una tormenta lo empujó mar adentro y lo dejó incomunicado, sin motores ni radio. Contra todo pronóstico, logró mantenerse con vida gracias a su ingenio: comía peces crudos, atrapaba aves con las manos y recolectaba agua de lluvia. Pasaron 438 días antes de que pudiera pisar tierra firme en las Islas Marshall.

Su retorno fue recibido como un milagro. Sin embargo, la celebración se transformó en controversia. Los familiares de su joven ayudante, quien murió durante los primeros días de la travesía, alegan que Alvarenga fue responsable de esa pérdida y que solo pudo resistir porque utilizó los recursos de su compañero.

Hoy, la pregunta divide opiniones en todo el mundo: ¿es justo que un sobreviviente del mar más cruel sea juzgado en tribunales por lo ocurrido, o debería recordarse su historia únicamente como un ejemplo extremo de resistencia humana y esperanza inquebrantable?