
Milwaukee, Wi. Detrás de una fachada tranquila, Jeffrey Dahmer escondía uno de los casos más perturbadores en la historia criminal de Estados Unidos. Entre 1978 y 1991, asesinó a 17 jóvenes y adolescentes, convirtiéndose en el temido “Caníbal de Milwaukee” por sus actos de necrofilia, desmembramiento y canibalismo.
El monstruo en el apartamento
Dahmer seleccionaba a la mayoría de sus víctimas en bares, calles y centros comerciales. Las invitaba a su departamento con la promesa de dinero a cambio de posar para fotos o simplemente para beber. Una vez ahí, las drogaba, asesinaba y después practicaba macabros rituales que incluían guardar restos en refrigeradores, congeladores y hasta en barriles con ácido.
El olor en su apartamento del complejo Oxford en Milwaukee llegó a ser tan fuerte que los vecinos se quejaron en varias ocasiones, sin que las autoridades actuaran a tiempo.
El error que lo delató
En julio de 1991, uno de sus potenciales víctimas logró escapar esposado y pedir ayuda a la policía. Cuando los agentes llegaron al departamento de Dahmer, descubrieron un escenario de horror: cabezas humanas en el refrigerador, fotografías de cadáveres mutilados y restos en recipientes.
Juicio y final sangriento
El juicio de Dahmer se convirtió en un fenómeno mediático. Admitió sus crímenes con frialdad y fue condenado a 15 cadenas perpetuas consecutivas en 1992. Sin embargo, su historia terminó violentamente: en 1994, mientras cumplía condena, fue asesinado por un compañero de prisión que lo golpeó brutalmente con una barra de metal.
Una herencia macabra
El caso de Dahmer dejó al descubierto fallas en el sistema policial y judicial, pues en varias ocasiones había sido denunciado y detenido, pero liberado por falta de pruebas o desinterés. Hoy, su nombre sigue siendo sinónimo de horror, un recordatorio de cómo un monstruo puede vivir oculto en la normalidad del día a día.























































