Estados Unidos. Si muchos asesinos en serie han dejado cicatrices en la historia, pocos han generado tanto escalofrío como Albert Fish, conocido como “El Hombre Gris” o “El Vampiro de Brooklyn”. Su sadismo, canibalismo y cartas perturbadoras lo convirtieron en una figura siniestra, que parece salida de la peor de las pesadillas.
Una infancia marcada por el dolor
Fish nació en 1870 y creció en orfanatos donde sufrió abusos que deformaron por completo su personalidad. Desde joven mostró tendencias sádicas, disfrutando el dolor propio y ajeno. Con el tiempo, desarrolló fantasías que combinaban sexo, tortura y muerte.
El monstruo se desata
Durante décadas, Fish abusó de niños y niñas, a quienes atraía con engaños. Su crimen más recordado fue el secuestro y asesinato de Grace Budd, una niña de 10 años, en 1928. Años después, envió una carta a su familia describiendo con lujo de detalles cómo la mató y cómo cocinó partes de su cuerpo. El contenido fue tan espantoso que hasta los detectives más curtidos quedaron horrorizados.
Un cuerpo lleno de agujas
Al ser arrestado, en 1934, los médicos descubrieron que Fish se había insertado más de 20 agujas en la pelvis, un reflejo de su fijación con el dolor. También confesó haber intentado alimentarse de otras víctimas y admitió decenas de crímenes, aunque nunca se supo la cifra exacta.
Juicio y castigo
Fue sentenciado a muerte y ejecutado en la silla eléctrica en 1936. Se dice que sus últimas palabras fueron: “Nunca he sentido nada igual”, como si incluso la ejecución le hubiese parecido un acto placentero.
El eco del horror
Albert Fish sigue siendo estudiado como uno de los asesinos más perversos de todos los tiempos. No solo mataba: disfrutaba atormentar, escribir y dejar un rastro de locura que lo convirtió en uno de los símbolos más escalofriantes de la criminología mundial.
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