Reino Unido, 1970s-1990s. En apariencia era un médico de familia ejemplar, siempre disponible para sus pacientes, en su mayoría mujeres mayores. Pero detrás de la bata blanca, Harold Shipman escondía uno de los historiales criminales más escalofriantes: se le atribuyen más de 200 asesinatos, lo que lo convierte en uno de los asesinos seriales más prolíficos de la historia moderna.
El veneno en la receta
Shipman utilizaba su posición de médico para asesinar. Administraba sobredosis letales de morfina o diamorfina a pacientes confiados, luego falsificaba certificados de defunción y manipulaba historiales médicos para encubrir sus crímenes. Todo ocurría en la aparente calma de consultas rutinarias o visitas a domicilio.
La sospecha que destapó el horror
Durante años, la tasa inusualmente alta de muertes entre sus pacientes pasó desapercibida. No fue hasta 1998, tras la muerte sospechosa de una mujer adinerada que lo había incluido en su testamento, que la policía inició una investigación. Lo que descubrieron fue aterrador: un patrón repetido una y otra vez a lo largo de décadas.
Condena sin precedentes
En 2000, Shipman fue condenado a cadena perpetua por 15 asesinatos comprobados, aunque investigaciones posteriores concluyeron que las víctimas podrían superar las 200. Su caso provocó una crisis de confianza en el sistema de salud británico y obligó a reformas profundas en los controles médicos.
El final del “Doctor Muerte”
El 13 de enero de 2004, Shipman fue encontrado ahorcado en su celda, cerrando de forma abrupta una de las páginas más oscuras de la medicina.
Un crimen que heló la confianza
El caso de Harold Shipman marcó un antes y un después: mostró que incluso la figura en quien más confiamos, el médico de cabecera, podía ocultar la cara de un asesino en serie.
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