Iowa, Estados Unidos, 1912. En la madrugada del 10 de junio, un pequeño pueblo agrícola se convirtió en escenario de uno de los crímenes más atroces y enigmáticos de la historia estadounidense. Ocho personas fueron brutalmente asesinadas a hachazos dentro de su propia casa, en lo que hoy se recuerda como la masacre de Villisca.
La familia Moore y los invitados
Aquella noche, Josiah Moore, su esposa Sarah, sus cuatro hijos y dos niñas invitadas a dormir en la casa fueron atacados mientras dormían. Los cuerpos fueron encontrados en las camas, con señales de haber sido golpeados repetidamente con el filo y el mango de un hacha.
Un asesino que nunca fue atrapado
Lo más aterrador es que, pese a las investigaciones, nunca se encontró al responsable. Se sospechó de un reverendo, de un senador local y hasta de vagabundos, pero ninguna acusación prosperó. El asesino huyó sin dejar rastro, y el caso quedó marcado como un crimen irresuelto.
La casa maldita
Con los años, la casa de Villisca se convirtió en un lugar de peregrinación para investigadores paranormales. Visitantes aseguran escuchar pasos, risas infantiles y puertas que se cierran solas. Algunos incluso afirman haber visto sombras con un hacha recorriendo los pasillos.
El hacha que nunca calló
Más de un siglo después, la masacre de Villisca sigue siendo un recordatorio de que el mal puede irrumpir incluso en los lugares más tranquilos. Y en esa casa, cada noche parece repetirse la tragedia que quedó grabada en sus paredes.
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