
Hay mesas que no eliges.
Mesas donde se supone que tu lugar existe desde siempre.
Mesas que llaman “familia” “amigos”.
Y cuando todo es sano, no tienes que pedir nada:
te hacen espacio, te sacan una silla,
te miran y saben que perteneces.
Pero a veces no es así.
A veces, incluso en esas mesas,
te dejan de pie.
Te hacen sentir invitado, no parte.
Te observan como si tu lugar fuera provisional
o como si tu valor tuviera que probarse una y otra vez.
Y ahí es donde uno se confunde.
Porque intentas aguantar.
Intentas ganar un lugar que creías tuyo.
Te encoges, callas, justificas…
todo por no incomodar.
Hasta que entiendes algo esencial:
Si tienes que suplicar por una silla,
aunque sea en la mesa “correcta”,
entonces esa mesa dejó de serlo.
Nadie debería demostrar su valor
para pertenecer a lo que por origen y amor debería ser natural.
Cuando entendí eso, dejé de pedir permiso.
Y con eso, recuperé la paz.
Este es el recordatorio:
no te quedes donde tu presencia incomoda.
No luches por mesas donde tu silla siempre falta.
Incluso cuando duela alejarse.
✨ TU SILLA EXISTE ✨
Y también existe la mesa donde no tendrás que explicar quién eres.
























































