
California, EEUU. Las noches en Los Ángeles se llenaron de miedo. Puertas cerradas con doble llave, ventanas bloqueadas, familias enteras sin dormir. El terror tenía nombre: Richard Ramírez, apodado por la prensa como “El Acosador Nocturno” (Night Stalker).
El rostro del mal
De mirada perturbadora y una sonrisa que helaba la sangre, Ramírez irrumpía en las casas de madrugada. No había patrón fijo: atacaba a hombres, mujeres, ancianos y niños. Violaba, torturaba y asesinaba con saña. Sus métodos eran tan crueles como aleatorios: cuchillos, pistolas, martillos… cualquier objeto podía convertirse en arma.
El pacto con el demonio
Lo más aterrador era el rastro satánico que dejaba tras sus crímenes. Dibujaba pentagramas en paredes y cuerpos, gritaba “¡Hail Satan!” frente a sus víctimas y parecía disfrutar sembrando un pánico casi diabólico. California entera vivía bajo el acecho de un hombre que parecía más un monstruo que un ser humano.
La cacería del “Night Stalker”
Durante meses, la policía recibió cientos de denuncias. La presión social era insoportable: nadie se sentía seguro en su propia casa. Finalmente, en agosto de 1985, un grupo de ciudadanos lo reconoció en una calle de Los Ángeles. Lo persiguieron y lo golpearon hasta que llegó la policía. El pueblo atrapó al asesino que había puesto al estado de rodillas.
El juicio del horror
En 1989 fue condenado por 13 asesinatos y decenas de crímenes más, recibiendo la pena de muerte. Durante el juicio, Ramírez mostró una actitud desafiante: levantó la mano con un pentagrama dibujado y gritó: “¡Ave Satán!”.
El final de un demonio
Richard Ramírez murió en 2013, tras casi 24 años en el corredor de la muerte. No fue ejecutado: el cáncer acabó con su vida. Pero su nombre quedó grabado como uno de los asesinos más brutales y temidos de la historia moderna.

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