Solidaridad con las víctimas del sismo.- Más de 150 muertos y cientos de heridos, casas y edificios devastados.- Sin duda, Ena Olea de Félix y su esposo el alcalde Faustino Félix, se disponen a llamar de nuevo a la generosidad de los cajemenses
Bernardo Elenes Habas
Nadie debe ser ajeno al drama que estruja el corazón de las familias de la Ciudad de México, Morelos, 
Puebla, Estado de México, con el sismo que cobró vidas, derrumbó viviendas y edificios, sacudió la conciencia de los seres humanos.
El temblor de 7.1 grados, marca, hasta el momento, un saldo de 153 muertos y centenares de heridos, aunado al trauma que jamás podrán superar quienes lo vivieron.
No dudo que en Cajeme, la presidenta del DIF, Ena Olea de Félix y su esposo el alcalde Faustino Félix Chávez, se disponen de nuevo a llamar a la generosidad de la ciudadanía, sus sectores e instituciones, para que el prodigioso Valle del Yaqui esté presente, con su mano extendida en los lugares donde hay dolor y luto.
Inevitablemente los mensajes de la naturaleza, como un ente vivo al que pertenece el ser humano, se hacen sentir, por
ignotos designios.
Obligan a la reflexión, a buscar explicaciones no solamente fundamentadas en la ciencia, sino en la sabiduría profunda de los pueblos y sus generaciones ancestrales.
Por eso hoy recuerdo un viejo texto que mi generación de cantores y poetas leíamos hace varias décadas, encontrando la filosofía profunda y la belleza silvestre de la palabra, en ese escrito aleccionante.
Era la Carta del Jefe Seattle, guía de la tribu Suwamish, 1854, cuando el exterminio propiciado por el hombre blanco contra las etnias se extendía por los pueblos de América -de lo que Sonora y los yaquis no eran la excepción-, dirigida al presidente de Estados Unidos de Norteamérica, Franklin Pierce, como respuesta a su pretensión de comprar el territorio indio donde ahora está enclavado Washington.
“Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña”, respondía el patriarca indio, agregando, “si nadie puede poseer la frescura del viento, ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se propone comprarlos?”.
A su mensaje sabio de hace más de 160 años, le salían alas para trascender el tiempo y convertirse en un legado de libertad y amor por la naturaleza, que, lastimosamente, sólo sobrevive en la palabra, no en los hechos…
“La tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia. Hay una unión en todo. Lo que ocurre con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El Hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo…”.
Esos conceptos, provenientes de un indio salvaje, como tradicionalmente se ha pretendido adjetivar despectivamente a los hijos de praderas, desiertos y montañas, dejan en el fondo de mi alma un sentimiento de orfandad, porque realmente es el hombre insaciable quien ha trastocado el ritmo, los ciclos de la naturaleza. Ha socavado sus raíces profundas donde dormita el polvo de estrellas y presionado, depredado y contaminado tanto y sin miramientos, que la garganta de la tierra se queja y advierte… advierte… advierte…
Le saludo, lector.
(Gráficas tomadas de internet).
