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Cuando John Ackerman dijo que la 4T era un ‘gobierno de oposición’ dejó claro porqué su prioridad no es el ejercicio de políticas públicas, sino el atrincheramiento en la línea de defensa de principios y postulados ideológico-políticos, y la lucha frontal contra sus enemigos. 
Los reales y los que suponen que lo son por el simple hecho de manifestar disensos.
La extensión hasta el infinito y más allá, de una campaña electoral  permanente en la que básicamente de lo que se trata es de rematar a quienes quedaron heridos en el campo de batalla, pasarlos a cuchillo, no vaya a ser que se levanten.
Frenaaa no es el adversario más nutrido de la 4T, pero por su posición en ese espectro ideológico-político, y por su explícita exigencia de renuncia del presidente, sí es el más visible y el que consideran más peligroso. 
Golpistas, les llaman, aunque para tumbar a un gobierno hace falta mucho más que caravanas en automóviles, marchas poco concurridas y plantones que están lejos, pero lejísimos de convocar multitudes y concitar una movilización nacional que ponga en riesgo al establishment.
Por eso parece un exceso el que se les haya impedido llegar al Zócalo en Ciudad de México, utilizando la fuerza pública para frenarlos y para levantar sus tiendas de campaña con un despliegue de elementos que no se han visto en otras manifestaciones. 
De hecho hubo una reconsideración, correcta por cierto, cuando se les dejó instalarse sobre avenida Juárez donde varias carpas permanecen vacías y quienes quedaron en las otras rezaron un rosario como parte de sus tácticas de protesta. 
Es obvio que el plantón en avenida Juárez no tendrá larga vida. Sus protagonistas no están forjados en la lucha callejera en la que, como reza la vieja consigna, vencerá la clase obrera. No tienen la motivación de los sin nada que durante 48 días se instalaron sobre Reforma en un plantón contra el fraude electoral en 2006. 
Tampoco tienen una red nacional de apoyo suficientemente articulada, ni un liderazgo realmente importante. Genaro Lozano no es, ni cercanamente Andrés Manuel López Obrador. Y la solidaridad de Felipe Calderón es una ayuda que estorba.
La reacción del gobierno, por ello, parece desproporcionada. A menos que tengan información de los servicios de inteligencia nacional, en el sentido de que un puñado de ‘fifís’ pudieran escalar, desde el zócalo capitalino un movimiento de protesta que metiera en verdaderos aprietos al régimen. Lo que vimos el sábado pasado es una extensión de lo que vimos en las campañas electorales, con la diferencia de que los papeles se han invertido: los corderos de ayer son los lobos ahora.
Durante décadas a la izquierda (en su acepción más amplia) le tocó poner los muertos, los desaparecidos, los reprimidos, encarcelados, bloqueados, perseguidos. Le tocó nutrir las movilizaciones callejeras que poco a poco fueron articulando un movimiento que derivó en la victoria electoral 2018.
Hoy en el poder tienen el control del aparato de Estado y desde luego, el monopolio de la violencia legítima y lo están usando.
Con un elemento adicional: el de la sed de venganza. La forma en que desde el gobierno se auspicia, promueve y fomenta el escarnio, la burla, la ofensa contra los manifestantes de Frenaaa se parece -y en algunos casos creo que supera-, el escarnio, la burla y la ofensa con la que desde el gobierno y sus medios aliados se referían a quienes en el pasado reciente tomaban las calles.
No hay que perder de vista que en la 4T hay corrientes importantes de hombres y mujeres formados en luchas memorables contra el gobierno en turno, muchas de las cuales dejaron huellas imborrables. Hablamos de un pasado que sólo quien sea deliberadamente omiso no registrará en su memoria.
Hablamos de tiempos duros, de persecución, tortura, represión. Cuando realmente la disidencia se pagaba con cárcel y hasta con la vida, no de estos tiempos donde abundan los huevonazos con capa de héroes y tuiteando desde sus carísimos smartphones y el clima artificial de una franquicia gringa con cafés de 100 pesos, consignas y clichés contra el viejo régimen que, lleno de defectos y perversiones, tuvo visos de apertura suficientes para permitirles la movilidad social, el acceso a la educación, la salud, la cultura, el empleo que hoy los tiene en el Starbucks de su preferencia, con la Mac o el Iphone bien actualizados para luchar contra el conservadurismo apátrida.
Esos son los que hoy no sólo justifican, sino aplauden el uso de la fuerza pública para bloquear el libre tránsito y el derecho a la manifestación. Son también los que se voltean a otro lado si la Guardia Nacional asesina por la espalda a una mujer que luchaba por el agua en Chiahuahua.
La premisa parece ser: si alguien se opone al gobierno (a nuestro gobierno) es golpista y bien merecida tiene una paliza o una bala. También en eso, lamento decírselos, se parecen mucho a los viejos gobiernos.
Hay, claro, diferencias notables en el trato. Todos hemos visto manifestaciones más violentas durante este año, que no son tocadas ni con el pétalo de un tolete. Y es que las feministas o los anarcos no son los enemigos históricos de la 4T. Frenaaa y los agricultores de Chihuahua sí, de acuerdo a sus consideraciones.
Lejos, muy lejos estoy de acercarme siquiera a coincidir con Frenaaa, pero me parece un exceso haberles impedido llegar al Zócalo y echarle encima a los policías para levantar sus casas de campaña. Después de que les permitieran instalarse, se demostró que esas casas de campaña podía levantarlas el simple viento, porque varias estaban vacías.
Creo que en el fondo se trata más bien de eso: del escarmiento propinado por la nueva clase gobernante a quienes consideran la representación más nítida de quienes durante décadas les aplicaron las mismas malas artes.
En el fondo, a lo que asistimos en estos días es a una violación selectiva de los derechos humanos y eso, señoras y señores, incluyendo a los más progresistas que hoy festinan este episodio, es también un retroceso. Y una advertencia en el sentido de que inopinadamente, con la represión están ofreciendo motivaciones para que la protesta crezca. 
Aguas.
Es triste ver a un tipo de nombre Paul Velázquez, que no hace mucho era apoyador de Ricardo Anaya y que hoy forma parte de la primera fila en las mañaneras junto a Lord Molécula y la Keniana, reporteando el plantón en avenida Juárez, llamando “pendejos” y “perros” a los manifestantes en sus propias caras. 
Esa estampa es, por lo menos, triste.
II
Como triste es comprobar que la civilidad es una quimera en la perspectiva del próximo proceso electoral en Sonora. El camino, apenas inicial está minado ya de todas las malas artes, incluyendo las campañas negras.
Las redes sociales nos las ofrecen a diario, incluyendo aquellas promocionadas, es decir, a las que se les invierte un considerable monto de dinero no sólo para la producción, sino para la difusión.
Las hay contra personajes del PRI, del PAN, de Morena, con posibilidades de figurar en la contienda 2021.
Pero también contra gobernantes, como es el caso de Claudia Pavlovich, que a su estilo, salió ayer a puntualizar sobre el tema.
Hay gente pagando la difusión de videos incriminatorios, sin pruebas, sin investigación, sin nada más que el dolo. 
Recordemos que en la campaña de 2015 a la entonces candidata la trolearon hasta hacerla salir a decir que sí, que efectivamente a ella la podrían acusar de aplicarse botox y cirugías, pero jamás de incurrir en actos de corrupción. Una revelación que en su momento le hizo ganar el apoyo de muchas mujeres.
Recordemos que esa campaña vino desde el padrecismo. Recordemos que el padrecismo está ahora, con toda la rabia de haberle cancelado la posibilidad de seguir desfalcando el erario, incrustado en Morena.
Recordemos, para que no se olvide, dónde están los principales operadores de las campañas negras, porque son los que vienen por la revancha, no de la izquierda y sus mártires, sino del conservadurismo panista que gobernó seis años Sonora, y que ahora tiene a Morena no como su plataforma ideológica o política, sino como la vía libre para regresar por sus fueros.
Así las cosas.
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