Un museo para la memoria de Ciudad Obregón.-

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Bernardo Elenes

Un museo para la memoria de Ciudad Obregón.- En el espacio que ocupó la Escuela Primaria Fernando F. Dworak, podría sembrarse la semilla de un núcleo histórico que rescate la identidad de la cabecera municipal.- El plantel fue demolido en julio de 2018 y no se previó reconstruirlo.

Bernardo Elenes Habas

Lo relaté en mis Crónicas para la historia, de julio 25 2018:

Eran las 8:30 de la mañana del lunes 23 de julio de 2018. La pesada máquina demoledora color amarillo, había descendido de la plataforma rodante que la situó a la entrada del patio de la escuela primaria Fernando F. Dworak, por las calles Coahuila y Zaragoza, de Ciudad Obregón.

La mole de hierro avanzó lentamente, con su brazo articulado en todo lo alto, amenazante, acercándose al edificio escolar, nacido en 1944.

Luego, descargó, con furia, el primer golpe sobre la terraza al poniente del plantel, sacudiendo las raíces históricas de la ciudad, comenzando a caer la estructura de una legendaria escuela que era parte del paisaje urbano, con sus 74 años de vida.

Entre el polvo y el estruendo, alguien de los testigos del proceso de demolición, recordó a antiguos maestros que fueron parte de la trayectoria, ahora rota, de la Fernando F. Dworak, como Enrique L. Peña, Socorro Arce, Paulita Nakato, Aurora Búsani, Filiberta Corral, Abraham Montijo Monge, Mario Larrañaga, Ramón Balmaceda…

Yo estuve ahí, como testigo de la forma en que se borraba parte del rostro histórico de la ciudad, edificio que se hacía imprescindible derrumbar (justificaba el Gobierno del Estado encabezado por Claudia Pavlovich), por los daños estructurales que sufrió, junto con –curiosamente- otras escuelas y nada más escuelas, debido a los sismos del 19 de enero y 29 de marzo de 2018, que sacudieron levemente el pecho del Valle del Yaqui.

Me informaron durante esos días, aunque no oficialmente, que el alma de la vieja escuela Dworak no sería rescatada de entre los escombros para reconstruirla, como sí lo hicieron con la Carlos M. Calleja o la secundaria José Rafael Campoy, convirtiendo ese espacio en llano. Dejaría, pues, de existir definitivamente.

Transitar por las calles Coahuila, Zaragoza y Durango, impacta a los ojos la soledad del terreno, donde pervive una antigua cancha de basquetbol, despertando los recuerdos de viejos cajemenses quienes tienen presente que en los años de 1940 ese mismo llano era ocupado por jóvenes para practicar béisbol los domingos. Sólo que ahora luce con cerco y rodeado de construcciones…

¿Qué destino se le dará a esa área propiedad estatal, la que mantiene una magnífica ubicación y que podría convertirse en codicia de inversionistas detentadores de franquicias, quienes tal vez la adquieran de ponerse en venta, para levantar la frialdad de algún centro comercial?

Sin embargo, la raíz educativa y formadora de muchas generaciones de cajemenses que brotó de la Escuela Dworak, no merece desviarse y morir arrasada por una modernidad metálica y ambiciosa, donde sólo se contempla el tanto tienes, tanto vales; y se vuelve necesario soñar con vehemencia en que ese enclave de la ciudad podría sumarse como alternativa a la de otros sitios (edificio del Hotel Tecate, por ejemplo), para dignificar la memoria histórica de la ciudad con la construcción de un necesario Centro Cultural donde la piedra de toque la constituyera un Museo.

Cajeme, el Valle del Yaqui, se han caracterizado por su pujanza. Las circunstancias asombrosas en cómo aquí se forjó una generación productiva. Pero también, por los contrastes sociales enmarcados en la forma en que al poder económico se aunaba el poder político.

Sin embargo, no es esa la verdadera raíz de la comunidad, sino que subsisten ignoradas las manos anónimas, las inteligencias bienhechoras, la visión sin egoísmos de gente que supo desbrozar caminos, desmontar parcelas, sembrar en el surco no únicamente la semilla nutricia, sino sus vidas mismas. Hombres y mujeres de corazón generoso que merecen también un monumento colectivo que los represente y donde su memoria que no ha sido recogida por los historiadores, encuentre un lugar para demostrar que también fueron parte del florecimiento de la ciudad, del Valle, de Cajeme, aunque no se hayan enriquecido y solamente se hayan llevado, cuando se apagó la luz de sus lámparas, cuando sus vidas se extinguieron, la historia de su pueblo escrita en sus rostros curtidos por las resolanas de agosto y los cortantes fríos de diciembre, y en sus manos morenas y espléndidas, las huellas imborrables del trabajo…

Ojalá y no se tenga previsto poner en subasta el terreno de lo que fue la Escuela Dworak, con la pretensión de erigir en él un deslumbrante edificio, dispuesto a la travesía del mercantilismo que marca la ruta de los tiempos. Y que, el sentido pragmático que domina a políticos y a gobernantes, no los mantenga como rehenes y comprendan que la esencia del progreso también se llama cultura; también se define como memoria colectiva de un pueblo, y se percibe como la heredad a las generaciones actuales y venideras de una carta de identidad capaz de mostrarles de dónde vienen, dónde están, y cuál es el rostro histórico con el que enfrentarán el futuro…

Le saludo, lector.