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La noche del 18 de junio de 1178, cinco monjes de Canterbury, Inglaterra, fueron testigos de un fenómeno astronómico que desafió toda explicación. Según el relato recogido en las Crónicas de Gervasio de Canterbury, la Luna pareció partirse en dos, y una antorcha de fuego y brasas emergió de su superficie, como si el satélite estuviera “palpitando como una serpiente herida”.

Durante siglos, este enigmático suceso ha sido objeto de múltiples interpretaciones. En 1976, el geólogo Jack B. Hartung propuso que los monjes presenciaron el impacto de un meteorito contra la Luna, que habría dado origen al cráter Giordano Bruno, una formación de 22 km de diámetro. Según esta hipótesis, el impacto habría lanzado millones de toneladas de escombros al espacio y podría haber alterado la órbita lunar.

Sin embargo, estudios posteriores han puesto en duda esta teoría. Los científicos han determinado que un impacto tan reciente habría provocado una intensa lluvia de meteoritos en la Tierra, algo de lo que no existen registros históricos. Además, análisis geológicos sugieren que el cráter Giordano Bruno es mucho más antiguo, con una edad estimada de entre 1 y 10 millones de años.

Una explicación alternativa sugiere que los monjes presenciaron la explosión de un meteorito en la atmósfera terrestre, que, por alineación, pareció ocurrir en la superficie lunar. Este fenómeno explicaría las llamas y las chispas observadas sin implicar un impacto real en la Luna.

Aunque el misterio sigue sin resolverse, el evento de 1178 es un recordatorio de cómo las observaciones históricas pueden desafiar nuestra comprensión del cosmos y seguir generando debate siglos después.

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