
Por Redacción Vanguardia
En un mundo obsesionado con el lujo, el estatus y la inmediatez, la historia de Ronald Read, un conserje y despachador de gasolina de Brattleboro, Vermont, es un recordatorio conmovedor de que la verdadera riqueza no siempre se viste de traje y corbata.
Ronald Read jamás ganó más de 45,000 dólares al año. Llevaba camisas de franela, conducía un auto usado y vivía con humildad. Pero tras su muerte en 2014, a los 92 años, el mundo descubrió un secreto que ni sus vecinos más cercanos imaginaban: había acumulado una fortuna de más de 8 millones de dólares.
¿Cómo lo hizo?
La clave fue simple y poderosa: invertir de forma disciplinada, constante y paciente en acciones de empresas sólidas, conocidas como “blue chips”. Ronald compró acciones de compañías como Johnson & Johnson, Procter & Gamble, J.P. Morgan Chase, CVS y Dow Chemical, y reinvirtió cada dividendo que recibió. Nunca vendió. Nunca especuló. Solo dejó que el tiempo hiciera su trabajo.
Sin educación financiera formal, sin asesores ni sofisticadas estrategias, Ronald Read demostró que la constancia a lo largo de décadas puede superar incluso a los salarios más altos.
Pero quizá lo más admirable fue lo que hizo con su dinero. Al fallecer, dejó 6 millones de dólares al Hospital Memorial de Brattleboro y 2 millones a la Biblioteca Memorial Brooks. Su generosidad sorprendió a todos y dejó un legado que sigue beneficiando a su comunidad.
La historia de Ronald Read es mucho más que la de un conserje millonario. Es una lección silenciosa, pero poderosa: no necesitas ganar millones para construirlos. Solo necesitas tiempo, paciencia, decisiones inteligentes y un propósito.
Su vida nos recuerda que la riqueza verdadera no está en lo que uno gasta, sino en lo que uno construye.
