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Por Redacción Especial

A las 10:10 a.m., tiempo del centro, los teléfonos del mundo entero suenan al unísono. Un mensaje de emergencia aparece en cada pantalla:

“ALERTA GLOBAL: Un asteroide de 10 kilómetros de diámetro, clasificado como de impacto catastrófico, está a 50 minutos de colisionar con la Tierra. El impacto será global. Se esperan consecuencias equivalentes a una extinción masiva. Esta es una advertencia final.”

Nadie lo vio venir con tanta precisión. Las agencias espaciales lo rastreaban desde hace semanas, pero el pronóstico final se mantuvo en secreto. Ahora, con menos de una hora de vida en el planeta tal como lo conocemos, la humanidad enfrenta su momento más crudo: el fin.

¿Qué harías tú?

En cuestión de segundos, los grupos de WhatsApp se llenan de mensajes desgarradores. La gente corre, algunos sin rumbo. Las redes sociales colapsan por la sobrecarga. Se transmiten videos en vivo de todo el mundo: abrazos, lágrimas, propuestas de matrimonio desesperadas, confesiones guardadas durante décadas.

Las iglesias, templos y mezquitas se llenan. Algunos rezan, otros gritan. Muchos simplemente se sientan en silencio, mirando al cielo, esperando. Las ciudades se detienen. El tráfico se congela. Las sirenas dejan de sonar. El mundo parece aguantar la respiración.

Si yo estuviera frente a ese mensaje, dejaría de escribir estas palabras. Iría a abrazar a mi hija. Le diría que la amo. Que no tenga miedo. Tomaría la mano de mis seres queridos, y esperaría. Sin más. Porque en ese momento, no hay leyes, ni dinero, ni fronteras. Solo quedamos nosotros. Humanos ante lo inevitable.


El impacto

El asteroide, de proporciones similares al que extinguió a los dinosaurios hace 66 millones de años, entraría a la atmósfera a más de 60,000 kilómetros por hora. Un espectáculo de fuego en el cielo, visible desde todo el hemisferio.

El punto de impacto: el océano Atlántico, según cálculos preliminares. En el instante del choque, una bola de fuego del tamaño de una ciudad evaporaría el mar, lanzando millones de toneladas de vapor y ceniza a la atmósfera. Un megatsunami de cientos de metros arrasaría continentes en minutos.

Pero eso solo sería el principio.


El día después (si lo hubiera)

Aunque el impacto directo acabaría con toda forma de vida en miles de kilómetros a la redonda, el verdadero desastre vendría en los días y semanas siguientes. La nube de polvo y azufre cubriría toda la atmósfera terrestre, bloqueando la luz solar durante meses, tal vez años. Es el llamado “invierno de impacto”, una era de oscuridad y frío en la que la fotosíntesis colapsa.

Las temperaturas globales caerían en promedio hasta 15 grados. Las cosechas morirían. El ganado no sobreviviría. Los océanos se acidificarían. La cadena alimenticia se rompería en cuestión de semanas.

Los científicos estiman que un impacto así podría acabar con más del 80% de la vida en el planeta. Tal vez algunos microorganismos sobrevivirían en las profundidades. Quizá algunas especies resistentes, como las cucarachas, los osos de agua, o ciertos peces abisales.

¿Y los humanos?

Tal vez un grupo pequeño: personas en búnkeres, militares con acceso a bases subterráneas, investigadores en estaciones remotas como las de la Antártida. Pero incluso ellos enfrentarían el hambre, la enfermedad, y la soledad.

¿Podrían reconstruir la civilización? Muy difícilmente. ¿Sobrevivirían al invierno global? Tal vez, pero a un costo brutal. Lo más probable es que la humanidad, al menos como la conocemos, desaparecería.


Reflexión final

Nos pasamos la vida planeando el futuro. Pensando en el siguiente paso, en el crecimiento, en lo que “vamos a hacer” mañana. Pero en este escenario, el mañana simplemente no existe.

La gran pregunta no es científica, ni tecnológica. Es humana:
¿Cómo vivirías tus últimos 50 minutos?

Porque si algo nos enseña esta idea apocalíptica, es que lo que importa no es el tiempo que queda… sino con quién lo compartimos, lo que amamos, lo que dejamos dicho, lo que abrazamos.

Y tal vez, solo tal vez, en medio de ese caos, descubramos que la vida nunca fue sobre sobrevivir… sino sobre amar.