A grito pelao de “Cazzu, Cazzu, Cazzu” y con los cuernos rojos de diablo bien iluminados sobre la cabeza, los diez mil asistentes al Auditorio Nacional hicieron reverencia a la cantante argentina, autora del libro Perreo, una revolución, y representante, para muchas, de las madres solteras, de las mujeres empoderadas y de las que levantan la voz por su propia dignidad.

Con su Latinaje en Vivo Tour, la cantante y compositora de 31 años, se impuso en la primera fecha de sus conciertos con una presencia dominante.
A las 20:17 horas Cazzu apareció para sentarse a la mesa puesta de una rústica escenografía e interpretar las primeras líneas, a solas con un violín, de Ódiame.
Con sus largas piernas enfundadas en medias blancas y un leotardo negro adornado de encajes blancos, bailó brevemente, acompañada de un bailarín, algunos pasos de tango.
Regresó a la mesa, tomó un poco de agua y se dejó abrazar por las miles de voces en el recinto.
Entre humo blanco, la Nena Trampa conmocionó a las mujeres, cautivó a los hombres e hizo de sus tatuajes en los brazos y los hombros la expresión no de sus heridas, sino de su plena libertad, al entonar con sentimiento profundo Sobre mi tumba.
Luego cerró los ojos para interpretar “ese es mi castigo, lo digo y te olvido…” y enfatizar entonces Me tocó perder.
El coro del Auditorio Nacional se expandió en Piénsame y todas sus letras parecieron responder a los cuestionamientos silenciosos, pero presentes, de sus escuchas.
Tras una pared derruida, una ventana olvidada y, quizá, un corazón roto bajo la fachada, Cazzu cerró la puerta tras de sí y un nuevo acto, de los cuatro que componen su concierto, se gestó.