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Todavía no asomaba el sol, más allá del Bakatete azul, cuando en los kontim de los Pueblos de la Nación Yaqui, el tambor ceremonial, con su voz llena de antigüedad, despertaba el espíritu de los puntos cardinales, pero también, los tampuleros apuntaban el kubaje hacia el cielo y la tierra, anunciando el inicio de Semana Santa.

Los integrantes de “La Costumbre”, integrada por chapayekas, cantoras, temastianes, pilatos, inician la primera procesión en el atrio de las iglesias, donde el viento mañanero levanta polvo y llora, al acariciar las 14 cruces de madera que simbolizan el camino que recorrerá Jesús, El Cristo, en su calvario.

Se escucha el golpeteo monótono de los kutam (espadas y cuchillos de palo de los fariseos), que están por concluir la búsqueda del Cristo, en un horizonte de mezquites, sahuaros y pitahayos de la comunidad yoreme.

El mando de la tribu sufre una transformación desde el inicio de la Cuaresma, porque las autoridades tradicionales entran en receso, dejando su lugar a los chapayekas (fariseos) y a la Iglesia.

Quienes son parte de “La Costumbre”, lo hacen por mandas, algunas por tres años, otras de por vida.

Los fariseos, con sus máscaras de cuero (chomos), sus teneboim y riijuntiam (sartas de capullos enredadas en las piernas y cinturón con pezuñas de venado), sus cútam (cuchillo y espada de madera pintadas con figuras geométricas de color rojo, azul y verde sobre fondo blanco), han recorrido pueblos y rancherías, buscando al Cristo yoreme, a quien tienen ya localizado en las cercanías de las iglesias, para dar paso los días miércoles, jueves y viernes, de acuerdo a la tradición surgida de la mezcla de la religión católica y la concepción yaqui, a la Pasión de Jesús, en los días santos.

Los chapayekas trascendieron llanos y veredas. Husmearon en caminos y chozas persiguiendo al Mesías, cumpliendo un mandamiento de sacrificio, sin hablar, sin beber vino ni comer carne.

Y propiamente en estos días, se concentran en los kontim de las Iglesias de sus pueblos, para realizar diariamente procesiones en los llanos donde se erigen las cruces de madera, como parte de los ceremoniales que conjugan los Días Santos, para dar paso, a partir del Miércoles de Tinieblas, a una singular escenificación de la pasión y muerte de Cristo.

Conmemora así la Nación Yaqui, con exactitud, la más profunda de sus tradiciones. Herencia mística de los españoles a su llegada al yaquimí en 1533, cuando ni los capitanes Diego de Guzmán y Diego Martínez de Hurdaide pudieron vencer con las armas a los indómitos guerreros coyote, siendo los sacerdotes jesuitas Andrés Pérez de Rivas y Tomás Basilio -con la cruz y no con la espada-, quienes recorrieron la ribera del Jiak Batwe (Río Yaqui), para sembrar la semilla del catolicismo en la etnia, ciertamente la más indomable de esos tiempos, como lo testimonia Pérez de Rivas en su libro “Historia de los triunfos de nuestra santa fe entre las gentes más bárbaras y fieras del nuevo orbe”.

Por ello, en los ceremoniales de Cuaresma, se fusiona también, parte de la visión silvestre de la vida y la muerte que profesan los yaquis, incorporándolos a los antiguos rituales que año con año se repiten, desde tiempos inmemoriales.

En las ramadas construidas junto a las Iglesias, humean las hornillas con leña de mezquite. Se cuecen las tortillas de harina, se prepara café y los alimentos para los chapayekas, y aquellos que pagan mandas desde el Miércoles de Ceniza, para concluir con el Sábado de Gloria y Domingo de Pascua, de acuerdo a la heredad religiosa que abrevaron los yoremes.

El viento baja del Bacatete. Se arrastra por los llanos de los poblados. Se mete entre la fronda arisca de los mezquites y gime como animal herido. Hay tristeza y silencio místico entre hombres y mujeres de la tribu. Pronto, lo saben bien y lo dicen, no tendrán Dios, y quedarán a expensas de las tinieblas… cuando los hombres sacrifiquen en la cruz a Jesús, El Cristo…

Le saludo, lector.

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