La Biblia incluye siete géneros literarios diferentes y ninguno de es el científico. Sin embargo, la Sagrada Escritura no contradice la realidad. Al contrario, la Palabra de Dios contribuyó a desvelar aspectos sobre el origen y sentido de la Creación, incluso miles de años antes de que la ciencia los corroborase
Pocas citas hay tan conocidas como la atribuida a Galileo, y que reza que «la Biblia no nos dice cómo van los cielos, sino cómo se va al Cielo». Pero no por manida es menos cierta. La Sagrada Escritura no pretende ser un tratado científico ni un manual empírico. Sus géneros literarios —hasta siete, a lo largo de los 73 libros que componen ambos Testamentos—, la multiplicidad de autores materiales —inspirados por el Espíritu Santo—, e incluso la gran distancia temporal que separa unos libros de otros demuestran hasta qué punto es improbable que pueda ser considerada una Espasa Calpe piadosa.
Sin embargo, el Magisterio de la Iglesia sí enseña que la Palabra de Dios no miente ni se contradice, y por ese motivo, es posible encontrar numerosas referencias científicas, cosmológicas y, por supuesto, históricas, a lo largo de la Biblia. Algunas, realmente sorprendentes, refieren hechos que no serían contrastados hasta miles de años después. Y para muestra, esta selección de pasajes, recogidos en el último número de La Antorcha, la revista gratuita que edita cada cuatro meses la ACdP.
La Creación y el Génesis
Uno de los aspectos más fascinantes de la Biblia es el relato de la creación en el Libro del Génesis. En esencia, narra que el Universo fue creado por Dios, por amor y con inteligencia. No porque un gigante salió de un huevo cósmico, como Pan Gu en la cultura china ancestral, ni de la lucha entre titanes, dioses y hombres, como en la mitología greco-romana; ni porque un dios se echó la siesta sobre un monte y se le escurrieron los dones, como el hinduismo explica a partir de su dios Brahma.
Con todo, lo más llamativo es que el orden de la creación descrito en Génesis, 1, coincide con la secuencia en la que la ciencia moderna cree que se desarrolló el universo. Con detalles que no se descubrirían hasta el siglo XX, en un texto que data del 1.400 antes de Cristo.
Dios creó Cielo y Tierra
«Al principio creó Dios el cielo y la tierra». Con estas palabras arranca el Poema de la Creación, y, por tanto, la Biblia. Lejos de ser una mera frase, la Palabra revela la secuencia de la Creación: primero el Universo, después, la Tierra. El autor —algunos apuntan a Moisés— podría haber puesto la tierra antes que el cielo, como en los relatos hindúes o en el Chilam Balam maya. Pero el orden bíblico es real.
La Luz antes que el Sol
El Génesis relata que Dios creó la luz en el primer día, mientras que el sol, la luna y las estrellas fueron creados el cuarto, para servir como medidores del tiempo, o lo que es lo mismo, que no eran el centro de la creación (como para los mayas, o en analogía con Ra, el dios Sol egipcio) sino que se ordenaban al servicio del fin mayor de la Creación: el ser humano. Y esto, que podría ser absurdo y contradictorio para el hombre antiguo, ya que la luz natural proviene del sol, ha sido ratificado por la cosmología física del siglo XXI. Gracias a potentes satélites sabemos que en el nacimiento del Universo hubo un periodo conocido como la Era de la Reionización, donde la luz apareció antes de que se formaran las estrellas y galaxias.
Separación de las aguas
En el segundo día, Dios separa las aguas superiores de las inferiores para crear el cielo (Génesis 1, 6-8). ¿También absurdo? En absoluto: es un proceso paralelo al desarrollo de la atmósfera terrestre. La ciencia nos dice que la Tierra primitiva estaba cubierta de vapor y gases, que se separaron para formar la atmósfera, esa capa gaseosa que no solo da el color celeste a nuestro cielo, sino que permitió la aparición de agua líquida en la superficie.
Creación de la vida vegetal
El tercer día, Dios crea la vegetación. Más allá de los detalles sobre semillas y flores, propios del lenguaje poético del texto, hoy la ciencia confirma que las primeras formas de vida fueron organismos fotosintéticos, similares a las plantas. Estos transformaron la atmósfera, rica en dióxido de carbono, para crear una con oxígeno que permitió el desarrollo de formas complejas de vida.
Los animales marinos y aves
En el quinto día, Dios crea los animales marinos y las aves. Este orden coincide con el registro fósil, que muestra que la vida comenzó en los océanos y que las primeras criaturas vertebradas en colonizar el aire fueron las aves, descendientes de los dinosaurios.
Animales terrestres y, por fin, el Hombre
En el sexto día, Dios crea a los animales terrestres y al hombre. También por ese orden. La biología ha ratificado que los animales terrestres aparecieron después de los marinos y las aves, y que los seres humanos son la forma de vida más reciente en la escala evolutiva.
El sentido de Adán y Eva
El relato continúa con la creación y «bautismo» de Adán y Eva. El texto se puso por escrito en torno al 1.300 o 1.400 a.C, pero recoge una tradición oral muy anterior del pueblo hebreo, que comprendía la etimología de los nombres mucho mejor de lo que podemos entender hoy: Adán viene de «adamah», que significa «tierra fértil» o «polvo de tierra fértil», y vendría a ser «el creado del polvo de la tierra», o «el creado con arcilla». Eva viene de «hawwah», que significa «vida», y por eso se la llama «madre de todos los vivientes».
Adán cromosómico y Eva mitocondrial
El hebreo que escuchaba el relato entendía que Adán es el varón creado por Dios, y Eva, la mujer que surge para dar la vida. Ambos son el culmen de la creación. ¿Metáfora? Sí, pero no solo: hoy la ciencia acepta que, en el surgimiento de la especie humana, tuvo que haber un primer varón y una primera mujer Sapiens Sapiens, llamados «Adán cromosómico» y «Eva mitocondrial», diferentes de los demás «homo» que habían ido poblando el planeta. Dos especímenes cuyo surgimiento no parece estar sujeto a la mera evolución, sino que podrían ser fruto de una creación específica, por una mutación concreta y disruptiva, que se aviene a la teoría del diseño inteligente.
La Tierra esférica
A pesar de que hoy abunden los terraplanistas, la ciencia ha probado la esfericidad de la Tierra. Algo que no estaba tan claro hace miles de años. La mitología caldea, o filósofos griegos del siglo VII a.C. como Tales de Mileto o Anaximandro hablaban de la Tierra como un disco que flotaba sobre el mar. La cosmología bíblica, sin embargo, muestra una tierra esférica. El profeta Isaías (40,22) habla de cómo Dios «tiene su trono sobre el círculo de la tierra», con un término que significa «esfera» o «globo».
La Expansión del Universo
En 1929, Hubble y Lasell formularon la teoría de la expansión del Universo. En 1998 —hace solo 26 años— dos equipos internacionales estudiaron varias supernovas con potentes telescopios y métodos de medición, e identificaron la Expansión acelerada del Universo. Sus directores, Perlmutter, Riess y Schmidt recibieron por ello el Nobel de Física en 2011. Pero que Dios expande el cosmos ya estaba presente en la Biblia. Por ejemplo, desde el s. VI a.C. en el libro de Isaías: Dios «extiende el cielo como un toldo, como tienda habitable lo despliega». Y también en el de Job, del II a.C., donde se anticipa el milagro de Jesús andando sobre las aguas: «Él solo [Dios] expande los cielos, y camina sobre el dorso del Mar».
Hidrología bíblica
El Antiguo Testamento contiene sorprendentes conocimientos sobre el ciclo del agua, que no fueron entendidos hasta mucho después. Así, Eclesiastés 1,7 cita que «todos los ríos van al mar, y el mar no se llena; al lugar donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo», describiendo el ciclo del agua, en el que el agua de los ríos fluye hacia el mar, se evapora, forma nubes y regresa como lluvia para alimentar los ríos de nuevo. El libro del profeta Amós (9, 6) también incluye el proceso de evaporación y precipitación, aunque a él le interesaba otra enseñanza: «Es Dios quien convoca las aguas del mar y las derrama sobre la superficie de la tierra. Su nombre es el Señor».
Astronomía profética
«Él extiende el norte sobre el vacío, cuelga la tierra sobre nada», dice el libro de Job (26, 7). Una noción astronómica, la de la Tierra suspendida en el espacio, que no era aceptada en la época en que se escribió… aunque era cierta.
El Diluvio
El sentido del Diluvio y el Arca de Noé que relata Génesis, 6, es profundo y de carácter teológico. Pero más allá de su aplicación a la fe, los testimonios de una gran inundación en Mesopotamia son numerosísimos, como la célebre Epopeya de Gigalmesh, de la civilización acadia (2.500 a.C.). También otras culturas, como el relato mapuche de Trentren Vilu y Caicai Vilu, en América, o la inundación de Gun-Yu en China, hablan de grandes inundaciones que arrasaron la vida terrestre. Tal vez fueron tsunamis que anegaron la tierra hace 10.000 años por el impacto de un meteorito contra los hielos de Canadá, como han especulado científicos de la Nasa, el recuerdo del deshielo de las glaciaciones, o una inundación masiva del Mar Negro por una crecida del Mediterráneo, como afirmaron los geofísicos Ryan y Pitman en 1998, en su libro El diluvio de Noé que hace también referencia a un oasis rodeado de desierto que identifican con el Edén. Fuese como fuese, esa tradición oral mantuvo el recuerdo de una gran inundación… que además está registrada en las capas geológicas.
La piedra que desecharon los arquitectos
Podríamos continuar con cientos y cientos de píldoras del Antiguo y del Nuevo Testamento, pero concluiremos con una que une ambos. En Mateo 21, Jesús cita el Salmo 117: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente». Él hablaba del Reino de Dios y de sí mismo. Pero es que, además, el Gólgota donde fue elevado el Crucificado era el resto de una antigua cantera empleada por los romanos para construir la cercana Fortaleza Antonia. Su piedra, demasiado quebradiza, fue desechada por los arquitectos. Y sobre ella, Dios erigió la piedra angular que da sentido, fortaleza y proyección a todo lo creado: la Cruz salvadora de Jesucristo, muerto y resucitado.