
La crisis hídrica que enfrenta la región Sonora–Arizona ha dejado de ser un escenario hipotético para convertirse en un problema estructural de alto riesgo. Así lo advierte el Dr. Rodrigo González Enríquez, profesor-investigador del Departamento de Ciencias del Agua y Medio Ambiente del Instituto Tecnológico de Sonora (ITSON), doctorante en Ciencias de la Tierra por la UNAM y estudiante de Derecho Indígena por la Universidad del Pueblo Yaqui, al analizar la viabilidad de la desalación de aguas marinas del Golfo de California como una alternativa estratégica para el abastecimiento de agua en esta región binacional.
De acuerdo con el especialista, el desarrollo histórico, urbano, agrícola, industrial y turístico del noroeste de México y el suroeste de Estados Unidos ha dependido casi exclusivamente del río Colorado, un sistema hídrico que actualmente se encuentra sobreasignado, ecológicamente deteriorado y altamente vulnerable a los efectos del cambio climático. La disminución sostenida de escurrimientos, las sequías prolongadas y las tensiones políticas entre distintos usuarios han puesto en duda la viabilidad de seguir sosteniendo el crecimiento regional con fuentes tradicionales de agua.
Ante este escenario, la desalación de agua de mar emerge como una alternativa realista para diversificar el portafolio hídrico y reducir la presión sobre el río Colorado. Sin embargo, el Dr. González Enríquez subraya que su implementación no debe entenderse únicamente como un reto técnico, sino como un desafío multidimensional que involucra decisiones energéticas, ambientales, sociales y de gobernanza binacional.
En el plano tecnológico, la desalación ha experimentado una evolución significativa en las últimas décadas. Los antiguos procesos térmicos, altamente intensivos en energía, han sido desplazados por sistemas de ósmosis inversa basados en membranas, que hoy dominan el mercado mundial. Esta transición ha permitido reducir el consumo energético de más de 10 kWh por metro cúbico a rangos actuales de entre 2.5 y 4 kWh por metro cúbico en plantas modernas, gracias al uso de recuperadores de energía y mejoras en las membranas.
Esta madurez tecnológica ha convertido a la desalación en una opción técnicamente viable para regiones costeras como Sonora. Actualmente existen plantas de gran escala capaces de producir cientos de miles de metros cúbicos diarios con altos niveles de confiabilidad operativa, automatización avanzada y controles sanitarios acordes con estándares internacionales de potabilidad.
Desde el punto de vista hidrológico, el Golfo de California representa una fuente prácticamente inagotable de agua marina, con una ubicación estratégica cercana a centros urbanos clave como Puerto Peñasco, Guaymas, Empalme y Hermosillo, además de su potencial conexión con el suroeste de Estados Unidos. La disponibilidad del recurso, enfatiza el investigador, no es el problema central.
El verdadero reto se encuentra en el desarrollo de la infraestructura necesaria para captar, desalar, transportar y distribuir el agua hacia zonas interiores, tanto en Sonora como en Arizona. Esto implica inversiones de gran magnitud en plantas desaladoras, estaciones de bombeo, acueductos de larga distancia, tanques de almacenamiento y sistemas de mantenimiento especializado. No obstante, el Dr. González Enríquez señala que estos costos deben analizarse frente a los crecientes impactos económicos, sociales y políticos que genera la escasez hídrica persistente.
Un elemento clave en cualquier proyecto de desalación a gran escala es su vínculo con la energía. La desalación es, por definición, un proceso intensivo en consumo energético, por lo que su viabilidad depende de contar con un suministro estable, competitivo y sostenible. En este contexto, Sonora cuenta con una ventaja estratégica: una de las mayores radiaciones solares del continente. Esto abre la posibilidad de integrar energías renovables, particularmente solar fotovoltaica y termosolar, a los sistemas de desalación.
En la región de Puerto Peñasco, donde se proyecta una posible planta desaladora binacional, actualmente se construye el parque fotovoltaico más grande de América Latina. Esta cercanía representa una oportunidad para acoplar ambos proyectos, reducir emisiones de gases de efecto invernadero y fortalecer la soberanía hídrica y energética de la región. En el mediano plazo, esta integración podría posicionar a Sonora como un nodo estratégico de innovación en agua y energía, con impactos positivos en empleo, transferencia tecnológica y desarrollo regional.
Uno de los principales cuestionamientos sociales y ambientales a la desalación en el Golfo de California se relaciona con la descarga de salmuera en un ecosistema marino de alta biodiversidad. El Golfo es reconocido a nivel internacional por su riqueza biológica y por su importancia para comunidades pesqueras y pueblos originarios binacionales, entre ellos la Tribu Tohono O’odham.
No obstante, la experiencia internacional demuestra que los impactos ambientales pueden mitigarse de manera significativa mediante diseños adecuados de descarga, sistemas de dilución y dispersión profunda, así como programas de monitoreo ambiental continuo. En este sentido, el especialista aclara que el problema no es la desalación en sí misma, sino la ausencia de una planeación ambiental rigurosa, transparente y participativa.
Además, plantea una reflexión comparativa: el deterioro ecológico del delta del río Colorado, provocado por décadas de sobreexplotación aguas arriba, ha generado impactos ambientales severos. Desde esta perspectiva, la desalación podría incluso contribuir indirectamente a la restauración ecológica del delta al reducir extracciones río arriba.
El Dr. González Enríquez insiste en que cualquier proyecto de esta naturaleza debe construirse bajo principios de equidad, corresponsabilidad y transparencia, evitando esquemas en los que una región asuma los impactos ambientales mientras otra concentra los beneficios. La desalación no debe imponerse como una solución tecnocrática, sino construirse como un proceso socialmente legitimado.
Más allá del abastecimiento urbano, el agua desalada podría destinarse a usos estratégicos que permitan liberar otras fuentes de agua dulce. Por ejemplo, el suministro de agua desalada a la industria y a la agricultura tecnificada permitiría reservar aguas subterráneas y superficiales para consumo humano y conservación ambiental. En un estado como Sonora, donde la agricultura de exportación y la industria manufacturera son pilares económicos, la desalación funcionaría como agua de sustitución dentro de un sistema hídrico integrado.
En términos de gobernanza internacional, un proyecto binacional de desalación implicaría una nueva forma de cooperación hídrica entre México y Estados Unidos, complementaria a los acuerdos existentes sobre el río Colorado. Su implementación requeriría coordinación institucional, financiera y ambiental, así como acuerdos bilaterales específicos y, posiblemente, un instrumento jurídico internacional formal que garantice equidad, seguridad jurídica y cumplimiento de compromisos a largo plazo.
Desde la perspectiva financiera, se trata de un proyecto de miles de millones de dólares, considerando la planta desaladora, la infraestructura energética y los acueductos. El costo del agua sería mayor al de fuentes tradicionales, pero competitivo frente a los costos crecientes derivados de la escasez, la sobreexplotación y los conflictos sociales. Para usos urbanos, industriales y turísticos, el costo resulta justificable.
El esquema de financiamiento ideal, señala el especialista, debería ser mixto, con participación de gobiernos, sector privado y usuarios industriales y turísticos, contemplando subsidios focalizados para garantizar el acceso social al agua potable.
La introducción de una fuente alternativa como la desalación podría reducir la presión y los conflictos asociados al uso del río Colorado, al disminuir extracciones río arriba y aliviar tensiones entre usuarios en ambos lados de la frontera.
Para México, los beneficios potenciales incluyen inversión binacional, generación de empleo, desarrollo tecnológico y energético, fortalecimiento de la soberanía hídrica y la posibilidad de contribuir a la restauración ecológica del delta del río Colorado. No obstante, existe el riesgo de impactos ambientales o sociales si el proyecto no se diseña con equidad binacional, de ahí la importancia de una planeación justa, participativa y transparente.
En conclusión, la desalación de aguas marinas del Golfo de California para abastecer a la región Sonora–Arizona no representa una solución milagrosa, pero sí una alternativa estratégica realista frente a una crisis hídrica estructural. La tecnología existe, la experiencia internacional es amplia y las condiciones geográficas y energéticas de Sonora son favorables. El verdadero desafío no es técnico, sino político, ambiental y social.
El éxito de un proyecto de esta magnitud dependerá de su integración en una visión de largo plazo que combine sostenibilidad ecológica, justicia social, cooperación binacional y transición energética. Bajo ese enfoque, la desalación puede dejar de verse como una opción extrema y consolidarse como uno de los pilares de la seguridad hídrica regional del siglo XXI.





























































