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El viento frío de la tarde gris del 23 de marzo de 1994, se colaba lleno de presagios entre la multitud que acudió al llano de Lomas Taurinas, en Tijuana, donde el candidato del PRI a la presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio, sostenía un acto masivo.

Ahí, pronunció su último discurso, porque al bajar del estrado y caminar junto al pueblo, una mano homicida -detrás de la que estaban muchas mentes perversas-, accionaba el gatillo de una pistola para destrozar la esperanza que apenas iniciaba su siembra en el espíritu de los mexicanos, quienes necesitaban creer en las posibilidades de un cambio dentro de la política del país, donde la igualdad, el respeto, la seguridad, el reparto equitativo de la riqueza se convirtiera en el ingrediente indispensable del último vestigio del nacionalismo revolucionario.

El sueño cayó destrozado al polvo de Lomas Taurinas. Derramó sangre en la tierra yerma. Golpeó brutalmente la conciencia de las familias, donde se reafirmó que el quehacer político en el país, avanza por caudales de oprobio.

Todavía, los ciudadanos en edad de sufragar, le dieron su voto de confianza al PRI en las elecciones del 21 de agosto de ese año, porque confiaban en que Ernesto Zedillo emprendería la gran tarea de llegar a la verdad sobre el crimen contra Colosio, para hacer justicia, definitivamente justicia, como fue su compromiso.

Sin embargo, la retórica oficialista llenó páginas de periódicos y revistas. Saturó espacios de medios electrónicos. Se alzó con la promesa de llegar al fondo, sin importar quién o quiénes estuvieran agazapados en la mitad de las sombras y de intereses indecibles.

La verdad no llegó.

Se eclipsaron los senderos de la justicia.

Y entonces, el pueblo, por ese hecho y por muchas cosas más que se acumulaban en el transcurrir del priísmo por las estructuras del gobierno de la República, decidieron dar una lección a los propietarios del poder. A los caciques de las ideologías. A los detentadores de la dictadura perfecta: votaron por Vicente Fox, el 2 de julio del 2000.

Pero pronto el gobierno foxista asomó sus compromisos y su falta de disposición para cambiar lo cambiable. Para limpiar lo sucio. Para depositar la semilla de la confianza en el corazón de los mexicanos. Esos mismos que aún siguen esperando la germinación plural de la justicia en todos sentidos.

La sociedad civil palpó en los hechos que los supuestos cambios que el candidato Fox Quesada anunciaba con proyección segura y creíble en su campaña, se convirtieron en sofismas. En gesticulaciones. En latigazos contra la gente como los pretendidos impuestos a alimentos y medicinas; o bien, la cancelación de subsidios en el servicio de energía eléctrica, y la amenaza constante de las privatizaciones de bienes estratégicos del país.

El Ejecutivo de ese sexenio estéril, no asumió, jamás, una actitud de compromiso frontal para llegar a la piedra dura de los hechos, y esa situación vino a constituirse en un núcleo de reproche histórico, porque la sociedad civil esperaba que un presidente supuestamente sin ataduras con el PRI, diría, exhibiría la verdad del caso Colosio. Pero Fox (como Ernesto Zedillo, como Felipe Calderón y ahora como Enrique Peña Nieto), calló.

No hay, pues, respuesta y justicia en el caso de Luis Donaldo, cuya memoria e ideales serán recordados hoy, y las ofrendas que impongan en sus monumentos se marchitarán luego con el sol de marzo, como se secó la confianza del pueblo en Carlos Salinas, en Zedillo, en Calderón, y como comienza a volverse desierto y soledad en el sentimiento de los mexicanos y las mexicanas, la figura de Enrique Peña Nieto.

Se cumplen 23 años del asesinato de Luis Donaldo.

De nuevo, la memoria colectiva retrae los hechos terribles de la tarde gris en Lomas Taurinas. El dramático momento en que la cabeza del candidato a la presidencia de la República es sacudida por el estallido de una arma de fuego. El desorden. Los gritos llenos de angustia. La aprehensión de Mario Aburto. Y después, en el umbral de un hospital, la voz entrecortada de Liébano Sáenz, anunciando que, a pesar de los esfuerzos de la ciencia médica, Colosio había muerto.

A partir de ese momento brotó el ideal colosista. El que muchos priístas exaltaron como una nueva fuerza que oxigenaba los principios básicos del Revolucionario Institucional.

Consideraban que se establecía un parteaguas en la forma de concebir y practicar la política dentro del instituto, porque, aseguraban, que el texto de heredad lo había dictado Luis Donaldo, el 6 de marzo de ese mismo año, durante el acto conmemorativo del 65 aniversario de la fundación del tricolor.

Pero el legado colosista solamente se conservó como un macizo discurso, sin que sus propuestas fundamentales se pusieran en práctica en el sexenio que en justicia le hubiera correspondido presidir, y que fue encabezado en forma ensombrecida por Ernesto Zedillo, quien no reconoció “que la modernidad económica sólo cobra verdadero sentido cuando se traduce en mayor bienestar para las familias mexicanas y que, para que sea perdurable, debe acompañarse del fortalecimiento de nuestra democracia”, como pregonó el Mártir de Lomas Taurinas.

La visión real que Colosio tuvo de su país en los aciagos días de marzo de 1994, siguen latentes, desgarradores, porque su voz fuerte martillea en la conciencia del pueblo con su “Veo un México de trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios que demandan”. “Veo un México de jóvenes que enfrentan todos los días la difícil realidad de la falta de empleo, que no siempre tienen a su alcance las oportunidades de educación y de preparación”. “Veo un México de mujeres que aún no cuentan con las oportunidades que les pertenecen”. “Veo un México de profesionistas que no encuentran los empleos que los ayuden a desarrollar sus aptitudes y destrezas”. “Veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por el abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”.

A estas alturas, ya no sabría decir si Luis Donaldo Colosio es historia, o leyenda. Pero si tengo cierto que su ideal permanece intocado, y solamente se recuerda, con menos intensidad, cada 23 de marzo.

Le saludo, lector.

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