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Las personas formamos opiniones éticas sobre los demás con rapidez, sin esfuerzo y desde edades muy tempranas. De esta forma, catalogamos a las personas con las que nos encontramos, estableciendo un índice moral sobre si esas personas las consideramos amistosas, rivales, competitivas o incluso peligrosas.

Además, a las personas a las que otorgamos connotaciones morales negativas les prestamos más atención y las identificamos con mayor rapidez que a las que pensamos que son amistosas o inofensivas.

Son los resultados de una investigación de la Universidad de Yale en Estados Unidos, que se publican en la revista Nature Human Behaviour, de la que la citada universidad informa en un comunicado.

Esta vigilancia que ejercemos sobre los demás es de naturaleza adaptativa, es decir, responde a la manera en que las personas afrontamos las exigencias naturales y sociales de nuestro entorno.

Sin embargo, los autores de esta investigación destacan que esta clasificación puede tener consecuencias negativas, ya que a veces nos equivocamos al calificar a los demás y sin pretenderlo dañamos relaciones sociales que podrían haber sido positivas para nosotros, e incluso nos cerramos a establecer nuevas relaciones.

Esta capacidad natural de inferir el nivel moral de los demás es básica para el buen funcionamiento de las relaciones sociales, si bien los procesos cerebrales que usamos para establecer estos criterios no son científicamente muy bien conocidos.

Varias observaciones

Esta investigación profundizó en esta laguna científica y observó varias cosas. En primer lugar, que esa capacidad de otorgar una calificación moral a los demás se desarrolla mediante un modelo bayesiano de inferencia psicológica. El modelo bayesiano, que debe su nombre al matemático y teólogo del siglo XVIII Thomas Bayes, aplicado a la psicología, cuantifica la probabilidad de que una opinión personal sea objetiva.

El modelo bayesiano que aplica el cerebro para estos procesos es asimétrico (no aplica las mismas métricas a las personas buenas o malas), ya que considera que la incertidumbre respecto a la posibilidad de que una persona de nuestro entorno sea perjudicial para nosotros, es mayor que la que atribuimos por principio a las personas que consideramos amistosas.

El cerebro considera asimismo que las conclusiones que podemos extraer de las relaciones con personas moralmente dudosas o peligrosas son más inciertas y por ello volátiles. Esta asimetría nos permite aprender sobre las personas inmorales (que pensamos son ajenas a nuestros comportamientos), incluso sobre los rasgos no éticos de estas personas.

Quizás por este motivo los investigadores hayan descubierto que prestamos más atención hacia las personas moralmente dudosas o peligrosas, que a las que de entrada nos inspiran confianza.

Cognición flexible

Otro resultado de esta investigación es que disponemos de un mecanismo cognitivo que nos permite una actualización flexible sobre las potenciales amenazas que los demás pueden representar para nosotros.

Según los investigadores, y este podría ser el resultado más impactante de este trabajo, es que este mecanismo cognitivo flexible es el que facilita que perdonemos a los demás cuando cometen un error, ya que asumimos que atribuirles maldad o perversión puede ser una impresión inexacta.

“Nuestros hallazgos sugieren que las impresiones morales negativas desestabilizan nuestras creencias sobre los demás, (por lo que el cerebro) promueve la flexibilidad cognitiva al servicio de un comportamiento cooperativo, pero cauteloso”, concluyen los investigadores.

“Creemos que nuestros hallazgos revelan una predisposición básica para dar a los demás, incluso a los extraños, el beneficio de la duda. La mente humana está construida para mantener las relaciones sociales, incluso cuando los demás a veces se portan mal”, afirma la autora principal del artículo, Molly Crockett. Y añade: “el cerebro forma opiniones sociales que permiten el perdón”.

Este resultado permitirá desarrollar nuevas herramientas para medir la formación de opiniones sobre los demás y ayudará a mejorar la comprensión de la disfunción relacional, un trastorno frecuente en las relaciones sociales.

Fuente: tendencias21.net

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