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Crónicas para la historia (No. 70).- En el espacio que ocupó la Escuela Primaria Fernando F. Dworak, podría sembrarse la semilla de un Museo que rescate la identidad de Ciudad Obregón.- El plantel fue demolido en julio de 2018 y no se prevé reconstruirlo

Bernardo Elenes Habas

Lo relaté en mis “Crónicas para la historia No. 28”, de julio 25 2018: 

Escuela Dworak

Eran las 8:30 de la mañana del lunes 23 de julio de 2018. La pesada máquina demoledora color amarillo, había descendido ya de la plataforma rodante que la situó a la entrada del patio de la escuela primaria Fernando F. Dworak, por las calles Coahuila y Zaragoza, de Ciudad Obregón. 

Avanzó lentamente con su brazo articulado en todo lo alto, amenazante, acercándose al edificio escolar, nacido en 1944. 

Luego, descargó, con furia, el primer golpe sobre la terraza al poniente del plantel, sacudiendo las raíces históricas de la ciudad, comenzando a caer la estructura de una legendaria escuela que era parte del paisaje urbano, con sus 74 años de vida. 

Entre el polvo y el estruendo, alguien de los testigos del proceso de demolición, recordó a antiguos maestros que fueron parte de la trayectoria, ahora rota, de la Fernando F. Dworak, como Enrique L. Peña, Socorro Arce, Paulita Nakato, Aurora Busani, Filiberta Corral, Abraham Montijo Monge, Mario Larrañaga, Ramón Balmaceda… 

Yo estuve ahí, como testigo de la forma en que se borraba parte del rostro histórico de la ciudad, edificio que se hacía imprescindible derrumbar (justificaba el Gobierno del Estado), por los daños estructurales que sufrió, junto con –curiosamente- otras escuelas, debido a los sismos del 19 de enero y 29 de marzo de 2018, que sacudieron levemente el pecho del Valle del Yaqui. 

Escuela Dworak 2

Me han informado, aunque no oficialmente, que el alma de la vieja escuela Dworak no será rescatada de entre los escombros y el amplio llano en que fueconvertido su espacio solariego, para reconstruirla con nuevos materiales. Dejará, pues, de existir definitivamente. 

Un baldío, como antes

Transitar por las calles Coahuila, Zaragoza y Durango, impacta a los ojos la soledad del terreno, donde pervive una antigua cancha de basquetbol, como sucedía en el pasado, cuando los jóvenes de antaño ocupaban la extensión desierta para practicar beisbol los domingos. Sólo que ahora luce con cerco. 

¿Qué destino se le dará a esa área propiedad estatal, la que mantiene una magnífica ubicación y que podría convertirse en ambición de inversionistas detentadores de franquicias, quienes tal vez la adquieran, de ponerse en venta, para levantar la frialdad de algún centro comercial? 

Alternativa para un museo

Sin embargo, la raíz educativa y formadora de muchas generaciones de cajemenses que brotó de la Escuela Dworak, no merece desviarse y morir arrasada por una modernidad metálica y ambiciosa, donde sólo se contempla el tanto tienes, tanto vales; y se vuelve necesario soñar con vehemencia, en que ese enclave de la ciudad podría sumarse como alternativa a la de otros sitios (edificio del Hotel Tecate, Estadio Tomás Oroz Gaytán), para dignificar la memoria histórica de la ciudad con la construcción de un necesario Centro Cultural donde la piedra de toque la constituyera un Museo. 

Escuela Dworak 3

Cajeme, el Valle del Yaqui, se han caracterizado por su pujanza. Las circunstancias asombrosas en que aquí se forjó una generación productiva. Pero también, por los contrastes sociales enmarcados en la forma en que al poder económico se aunaba el poder político. 

Sin embargo, no es esa la verdadera raíz de la comunidad, sino que subsisten ignoradas las manos anónimas, las inteligencias bienhechoras, la visión sin egoísmos de gente que supo desbrozar caminos, desmontar parcelas, sembrar en el surco no únicamente la semilla nutricia, sino su vida misma. Hombres y mujeres de corazón generoso que merecen también un monumento colectivo que los represente y donde su memoria que no ha sido recogida por los historiadores, encuentre un lugar para demostrar que también fueron parte del florecimiento de la ciudad, del Valle, de Cajeme, aunque no se hayan enriquecido y solamente se llevaron, cuando se apagó la luz de sus lámparas, cuando sus vidas se extinguieron, la historia de su pueblo escrita en sus rostros curtidos por las resolanas de agosto y los cortantes fríos de diciembre, y en sus manos morenas y espléndidas, las huellas del trabajo. 

Cultura es esencia de progreso

Ojalá y no se tenga previsto poner en subasta el terreno de lo que fue la Escuela Dworak, con la pretensión de erigir en él un deslumbrante edificio, dispuesto a la travesía del mercantilismo que marca la ruta de los tiempos. 

Y que, el sentido pragmático que domina a los políticos, a los gobernantes, no los mantenga como rehenes y comprendan que la esencia del progreso también se llama cultura; también se define como memoria de un pueblo, y se percibe como la heredad a las generaciones actuales y venideras de una carta de identidad capaz de mostrarles de dónde vienen, dónde están, y cuál es el rostro histórico con el que enfrentarán el futuro… 

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