Bernardo Elenes
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Sus manos hacen pan, su edad, historia.- Don Manuel Regalado hurga en su nostalgia y recuerda que Esperanza era la estación principal del Sud Pacífico. Cajeme comenzaba a perfilarse como Municipio desde su categoría de Comisaría. Sin embargo, era un pueblo pequeño y con pocos habitantes. Era una caseta de madera en la Estación de Bandera, un pozo que abastecía con agua a las máquinas del ferrocarril. Unos tanques de petróleo pegados a las vías. Unas casitas de trabajadores… Y lo demás monte, llanos…

Bernardo Elenes Habas

La entrevista con don Manuel Regalado, la realicé en diciembre de 1977, cuando Cajeme cumplía su primer cincuentenario.

Don Manuel Regalado

Estaba al frente de la administración municipal el doctor Oscar Russo Vogel, quien propició una serie de actividades sociales y culturales para darle realce a dicho acontecimiento, donde se incluyó la instalación del Congreso del Estado por un día en Ciudad Obregón.

Como reportero, me dispuse a buscar la voz y los recuerdos de quienes, desde su anonimato, sin renombre ni privilegios políticos, contribuyeron con su esfuerzo a construir los cimientos de Cajeme, sus poblados, semilla que germinó paso a paso, hasta convertirla en una gran comunidad.

Tal es el caso de don Manuel Regalado Aguilar, vecino de la comisaría de Esperanza en aquel tiempo, con quien platiqué, acompañado del fotógrafo Ramón Alejandro Mena Ortega, junto al horno de ladrillo y barro, del que emanaba el inconfundible y tierno aroma del pan…

Esta es la entrevista que publiqué hace 44 años:

Sus manos hacen pan. Su edad y su experiencia, hacen historia.

Sus manos recorren la canción plural de la harina que se reparte en panes tibios sobre la mesa de los hombres, quienes mitigan hambre y necesidad con ellos.

¿Quién se pregunta del proceso del pan, cuando se tiene en las manos? ¿Quién habla de los hornos cálidos, enrojecidos hasta el amor, donde la masa fresca, moldeada en formas bondadosas, suelta lentamente su aroma a siglos, a millones de mesas, millones de hornos y millones de manos: ¡El pan!

Don Manuel Regalado Aguilar, se pregunta y se responde.

Porque sabe, siente y vibra al mirar cómo se parte el pan tan fácilmente, para compartirlo.

Llegamos Mena y yo una tarde fría de invierno hasta su casa, de la comisaría de Esperanza.

Hablamos de sus raíces y su vida. Él nos atendió y nos dijo:

-Nací un 22 de diciembre de 1902, en Compostela, Nayarit. Mis padres fueron José María Regalado Larios y Sara Aguilar. Allí, en mi tierra, aprendí el oficio de la panadería a los diez años de edad, porque luego de haber terminado mi instrucción primaria, que en aquellos tiempos era de cuatro años, no quise continuar estudiando. Mi padre era presidente municipal de Compostela en ese entonces y había decidido que un hermano mío y yo, fuéramos a Tepic a seguir aprendiendo. Arriba de la diligencia, ya para marchar, rompimos a llorar. Y no fuimos. Él, mi padre, se enfureció y nos dijo: “Está bien, no quisieron ir a estudiar, pues ahora no quiero que les amanezca en la cama. Se van a levantar muy tempranito a buscar trabajo en lo que ustedes quieran”. Así, entre a este oficio en el año de 1912. Llevo 65 años alimentando con el producto de mis manos al pueblo…

Narra, con voz pausada y suave, su hechura, su madurez en la vida:

-Claro que comencé como repartidor de pan y vendiéndolo también. En mis ratos libres, compraba una porción de masa y me dedicaba enteramente al acto creativo de hacer pan. De moldear, de dar forma y figura a la harina. Horas y horas duraba mi disciplina, hasta lograr mis propósitos. Por eso aprendí, y por eso, siendo un niño me dieron categoría de aprendiz, luego de oficial, ganando 25 centavos diarios.

Don Manuel repasa con emoción los pasajes de su vida. Estamos en el interior de su taller. Sobre la mesa, brotan las huellas y cicatrices de su historia. Pan y más pan en las estanterías. Los niños con sus vocecitas inocentes piden pan. Me asombro y veo con emoción que se los regala…

-Es que son mis mejores clientes –me confía don Manuel-. Todos los niños que por aquí pasan, llegan por su pan. Los hago felices a ellos y me hago feliz yo mismo. La mejor paga es la gratitud y las miradas inocentes, cargadas de ternura de los pequeños…

Narra el entrevistado (mientras pone en las manos de los pequeños piezas de pan dulce), sobre la forma en que arribó a Sonora, expresamente a Esperanza.

-Llegué a esta población de Esperanza en el año de 1926. Venía casado y con dos hijos. Mi primera casa, mi primer techo, fue un puente de la vía del ferrocarril. Ahí soportamos la intemperie, mi esposa, mis hijos y yo. Es que buscaba nuevos horizontes, por eso llegamos en un tren militar sin ser yo soldado. Y comenzó mi lucha aquí.

-Esperanza era la estación principal. Cajeme comenzaba a perfilarse como Municipio, desde su categoría de Comisaría de Cócorit. Sin embargo, era un poblado pequeño y con pocos habitantes. Era una caseta de madera en la Estación de Bandera. Un pozo para abastecer de agua a la máquina del ferrocarril. Unos tanques de petróleo pegados a la vía que se extendía al sur, y unas casitas de trabajadores…lo demás monte, llanos…

-Claro que ya funcionaban los almacenes de los molinos hasta donde llegaba la semilla recolectada en el Valle del Yaqui, predominando los extranjeros, lugar en el que todavía se abrían nuevas fracciones de tierra para la labranza. El comercio en Cajeme, en Esperanza, en Cócorit y en otros pueblos, era controlado por los chinos…

El reportero pregunta. Se mete entre la suave nostalgia de don Manuel, buscando las raíces de la comunidad. Y el artesano de la harina y los hornos, responde con palabra sabia y clara sobre su vida, sus recuerdos, que son el espejo de hombres y mujeres como él, que vieron nacer y forjarse igual que un sueño, este jirón de Sonora, hasta convertirse en Municipio y en ciudad pujante y asombrosa su cabecera…

-Mucha familia tengo, ¡un ejército! Treinta nietos y 11 bisnietos, además de mis hijos. MI esposa murió hace quince años, Rosa González era su nombre, y fue mi compañera abnegada durante tantos años de trabajo y trabajo… A pesar de mi edad sigo haciendo pan, sabiendo de la blandura de la masa, de su entrega para ser moldeada, además del calor vital del horno que me alimenta y conforta. Me ha dicho el doctor Eustolio del Río, quien es mi amigo, que no debo abandonar el oficio, porque para mí significa vida… Porque requiero del acogedor calor de la panadería y del contacto constante con la gente… Así habré de seguir, aunque tenga ya más de cincuenta años haciendo pan…

Don Manuel Regalado Aguilar, es bueno como el pan. Es un trabajador anónimo, de esos que hemos estado rescatando para que expongan su origen con orgullo, para encontrar y reconocer que ellos son quienes han levantado los pueblos, han hecho ciudades, han alimentado generaciones de familias…

Para reconocer, también, que sin esas manos productoras, sin esa fuerza de creatividad y trabajo, sin ese heroísmo anónimo, ni el Valle del Yaqui, ni el Municipio de Cajeme, ni Ciudad Obregón habrían alcanzado la magnitud que actualmente tienen…

Le saludo, lector.

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