PREPASON2024BANNERS_714x90
Capturadepantalla2024-04-26alas192343
PrevencionEmbarazo
Lactanciapornostros4
Capturadepantalla2023-02-13alas213814
Capturadepantalla2023-02-13alas214531
Capturadepantalla2022-09-12alas043937
Capturadepantalla2023-02-13alas215907
Capturadepantalla2023-02-13alas220711
previous arrow
next arrow

Las velaciones de la Virgen en el Cajeme viejo.- Hace más de 60 años, en cada casa había un altarcito engalanado en honor de la Guadalupana.- En el chiname de la familia de Cirilo Alcaraz, que se ubicaba en la esquina de las calles 6 de Abril y Tabasco, se cumplía una “manda” con especial devoción: que la gente comiera libremente de los tamales que se cocían en las tinas sobre las llamas de las hornillas, en plena banqueta.

Bernardo Elenes Habas

Apenas se despedían los últimos rayos del sol, las tardes del 11 de diciembre, en los inicios de los años 60, en Ciudad Obregón, los muchachos de entonces ya afinábamos las guitarras, para cantar en las velaciones de la Guadalupana.

Se conservaba intacta la herencia rural de las tradiciones. Las que cultivaban desde siempre las familias de sangre ejidataria beneficiadas con el reparto de 1937, propiciado por Tata Lázaro. Pero también por mujeres y hombres provenientes de la sierra sonorense. De Sinaloa, y de otros estados de la República.

Primero había que ir, por la noche, a la capilla de Guadalupe. Sumarse a la peregrinación. Participar en un festejo popular con la venta de elotes cocidos y asados, ponches con piquete, churros, y quema de castillo.

altar a la guadalupaana

Aunque hubo algunos años en que al final de las peregrinaciones, algunos jóvenes que presumían de “rebeldes sin causa”, rompían la solemnidad y el respeto de la tradición religiosa, generando una guerra entre pandillas, utilizando como proyectiles los olotes o corazón de las mazorcas de maíz. 

Después, esa celebración o festejo, se convertiría, por parte de la Iglesia, en una bien organizada verbena que hasta la fecha persiste.

En los barrios, las familias devotas de la Virgen de Guadalupe que prometían mandas, realizaban “velaciones”. Arreglaban un altar para el cuadro con la imagen de la virgencita, con cadenas de papel de china con los colores de la bandera. Encendían velas y veladoras. Rezaban por intervalos en el transcurrir de la noche y hasta llegar la madrugada, el Rosario.

Había cena. Tamales, menudo, cabeza, café de talega, que se repartía entre los asistentes.

Siempre fue una tradición, en la esquina de las calles 6 de Abril y Tabasco de la ciudad, donde radicaba en un chiname la familia de don Cirilo Alcaraz y doña Teodosia, quienes tenían entre sus hijos una muchacha de nombre Lupita, por tal razón cada año realizaban una “velación”, a la que concurrían los habitantes del barrio y más allá.

Se desgranaban los Padre Nuestro de las cuentas del Rosario. Se alzaban hacia el cielo las alabanzas a la Virgen. Se daba serenata antes de las 12, y al traspasar ese horario se cantaban las mañanitas con acompañamientos de guitarra.

Era, por supuesto, una noche singular para la gloriosa muchachada de entonces, donde hacían ronda Fernando y José Luis Salinas Mora, Leonardo Rivas Martínez, José de Jesús Gutiérrez Sierra, Armando y José Vega Quiñónez, Simón y Víctor Leyva Armenta, Lorenzo Duarte Trejo, Jesús Antonio Salgado, Gregorio López Ruiz, Mario Larrañaga Dosal, mis hermanos Luis Mario y Juan Elenes Habas, Francisco Alcaraz, José Valencia, Ramón y Canuto Guzmán, Ángel Villarreal, y tantos amigos cuyos nombres y figuras se pierden entre la niebla del tiempo…

Y era especial porque, después de brindar con tequila Siete Coronas que se adquiría con la cotización de los integrantes de la pandilla de jovenzuelos, llegaba el hambre con un sacudimiento de tripas no acostumbradas a ingerir alcohol, a media noche, y entonces recordábamos, donde anduviéramos, que en plena banqueta de la casa del viejo Cirilo, estaban dos tinas gigantes de tamales, calentándose al amor de la leña de mezquite, en improvisadas hornillas con ladrillos, de donde uno podía servirse hasta sentirse satisfecho, porque regalar ese alimento era el valor y el sacrificio de la “manda” de los dueños de la casita que existió en esa esquina por muchos años, y donde hoy se encuentra una mueblería. Esquina en la que, tiempo después, 1970, una noche de verano, mató a balazos un vendedor de hot dogs ofendido, al Güero Brujo.

El culto a la Guadalupana se extendía en todos los hogares de la ciudad, la periferia y colonias aledañas. La víspera se convertía en romería hacia la Santuario de las calles Galeana y Durango.

Hoy, la devoción persiste, con caminatas hacia el Cerrito de la Virgen, y participación en la peregrinación tradicional dentro de la ciudad, y aún en algunos hogares las velaciones alumbran la noche. Aunque ya no es lo mismo, porque el peligro acecha en cualquier recodo del camino…

Le saludo, lector.

Comentarios