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El culto de lo natural ha relegado a lo que no lo es a la condición de pernicioso o dañino o, al menos, subordinado. Llámese artificial, fabricado, químico o sintético, se presume que no tiene las ventajas de lo que produce la naturaleza. En términos de terapéutica, por ejemplo, se contrasta la que armoniza con las fuerzas naturales y la que las violenta. Algunas corrientes de la medicina natural ofrecen una terapéutica a base de remedios herbolarios, prácticamente sin procesamiento industrial, alimentación casi siempre vegetariana, el empleo de elementos del ambiente como el agua, la miel y el polen o los productos del mar; su forma farmacéutica preferida es la infusión, de tal manera que suele curar con “tés”, complementados con dietas, ayunos, enemas y baños, pero ¿Es realmente útil?

El contraste entre natural y artificial también se puede extender hacia la diferencia entre lo teórico y lo práctico, si se acepta que lo primero es lo natural y lo segundo lo artificial, en tanto que es éste una consecuencia intencional de la acción humana que no se limita a dejar seguir el curso natural de los acontecimientos. Un derivado directo de este culto por lo natural son los llamados cultivos “orgánicos” en los que no se utilizan productos químicos industriales sino que simplemente se cuida que durante todo el proceso no participen elementos extraños y, acaso, fertilizantes naturales. Algo similar ocurre con lo “kosher” de las costumbres judías, en que para ser considerado como tal tienen que cumplirse una serie de requisitos, muchos de los cuales eluden la contaminación artificial. Pueden intentarse otras derivaciones del conflicto natural-artificial, como verdad-utilidad, episteme-techne, intelectual-pragmático, pero conviene detenerse aquí para no caer en un exceso mayor. La visión histórica tiende, pues, a preferir lo natural frente a lo artificial, lo cual está un tanto representado por la oposición entre la religión y la ciencia, la primera respetando a la naturaleza como la obra divina y la segunda transformándola como la obra humana. Las nuevas generaciones, sin embargo, han reconocido el valor de la ciencia y la tecnología, sin dejar de percibir que, como todo, puede llevar a consecuencias inconvenientes, y sin soslayar la ambición del hombre por controlar la naturaleza. Uno de los argumentos más utilizados en favor de lo natural es que no hace daño, como sí lo hacen los productos industrializados. La naturaleza representa la fuerza vital, de tal manera que el adjetivo “natural” se ha convertido en superlativo de lo sano, benéfico y recomendable y, por supuesto, inocuo. En oposición, lo que no es bueno es lo artificial, lo químico, lo sintético; si un medicamento o un alimento es producto de la química, si tiene aditivos artificiales resulta que no es bueno. Para los fanáticos de lo natural, el adjetivo más peyorativo es que algo contiene químicos. 

Al margen de la ignorancia que traduce el decir que algo no es químico, o que la química no es una ciencia natural, tal tendencia no resulta del todo favorable a la salud. Es verdad que muchos productos sintéticos pueden representar el riesgo de efectos colaterales, pero no lo es menos a partir de los productos naturales. En otras palabras, que lo natural no es, por supuesto, garantía de efectividad o inocuidad y que igual puede ser dañino lo totalmente natural. ¿No son, acaso, naturales la marihuana, los hongos alucinógenos, el opio y otros productos no necesariamente benéficos? La toxicidad de algunos remedios herbolarios está perfectamente documentada, por ejemplo, el daño hepático producido por Dictamnus daycarpus y por Peonia sp, o por el popular “gordolobo” (Verbascum thapsus) Mientras que lo natural se refiere al origen de un determinado remedio, lo inocuo alude a su incapacidad para hacer daño; el primero se relaciona con su génesis o su causa, el segundo con la consecuencia o el efecto. Podría ser correcto clasificar los remedios en naturales y sintéticos, pero no lo es desde luego traspolarlo a su capacidad dañina; sobre todo, es absolutamente incorrecto señalar que lo que es natural no daña por el solo hecho de ser natural. Ni todo lo natural es inocuo ni todo lo artificial es dañino; ni todo lo natural es eficaz, ni todo lo artificial es ineficaz. 

Dr. César Álvarez Pacheco

cesar_ap@hotmail.com

@cesar_alvarezp

Huatabampo, Sonora.

 

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