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Crónicas para la historia (No.69).- Recuerdan viejos cajemenses tiempos en que corrían vientos de armonía por las calles de la ciudad, hace cincuenta años y más.- El tejido social dañado puede resarcirse, no sólo con las armas que matan, sino con las herramientas de la justicia social 

Bernardo Elenes Habas

Los viejos pobladores de Cajeme, se llenan de nostalgia y de miedo 

Cajeme hace 50 años

Recuerdan los tiempos tranquilos de hace 50 y más años, cuando corrían vientos de armonía por las calles, y la delincuencia, las drogas, la violencia no trastocaban la estructura de principios y valores humanos, surgiendo la confianza como la lluvia, como el sol mismo que era cobijo colectivo de la familia cajemense. 

Y, claro, reconocen que la modernidad, los adelantos científicos y tecnológicos, como alguna vez se aventuró a escribirlo Cesáreo Pándura, en una serie de crónicas en las páginas literarias de Diario del Yaqui en la década de los 70, “Año 2010”, avizorando un futuro que a estas alturas ya nos rebasó, tienen sus ventajas inconmensurables, pero también conllevan un precio muy alto por disfrutarla, por ser testigos y protagonistas del nuevo siglo. 

Cajeme hace 50 años 2

Esos viejos formidables con los que suelo platicar ante una taza de café y un horizonte de vivencias y de sueños diluidos en el tiempo, saben que la criminalidad, el vendaval de las drogas, la desintegración familiar son señales amargas de los tiempos, “porque los demonios andan sueltos, y más en Cuaresma”, como suelen decir, desde el vértice de sus experiencias, pero también desde sus creencias ancestrales que todavía huelen a capomo y vinorama. 

Lo cierto, pues, es que en Cajeme, en Sonora, en el país, con la modernidad se abrieron los ríos de la contracultura, del desprecio a la vida, de la autodestrucción a través de las drogas, y que las diferencias sociales prevalecientes en el eterno esquema de pobres y ricos, de explotadores y explotados, dio margen al surgimiento de los hoyos negros sociales, mismos que están creciendo desproporcionadamente día con día, con el consiguiente azoro entre la clase privilegiada, la que no se atrevió a asomarse al futuro en pos de armonía y justicia social, teniendo solamente ojos para la acumulación y los sueños de grandeza, dejando hilos sueltos, segmentos humanos que sin vislumbrar mayores horizontes en sus vidas, desviaron caminos, se integraron al monstruo mitológico de las conductas antisociales, cuyos cabellos son cabezas de serpientes, que ahora hay que combatir. 

Cajeme hace 50 años 3

Se trata, sin duda, de un fenómeno social grave el que se vive en todo México, y sus proporciones son de cuidado, porque no se están atacando con la profundidad que ameritan y se dejan crecer, a pesar de que se entiende que sus ramificaciones son extensas e intensas y que, a estas alturas debiera considerarse un problema de seguridad nacional. 

Y, como me comentan los viejos que cargan sobre sus espaldas toda la historia de la ciudad, de Cajeme y de Sonora: “Esta guerra, porque es una guerra, no está perdida. Se puede ganar, pero no solamente con las armas que destruyen, sino con las herramientas nobles de la justicia social para que el pueblo, y principalmente sus nuevas generaciones en su desesperación económica, no tenga malas tentaciones”. 

Le saludo, lector.

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