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Bajo la tierra hay un mundo tan complejo como el que vemos sobre ella. Una realidad casi alternativa con fauna y estructuras que no nos imaginamos. Visualízate caminando por el campo con la vista perdida en un sendero de arena y grava. De repente, tus ojos interceptan un objeto extraño. Te paras de inmediato y te agachas para confirmar las sospechas. Parece un trozo de roca, pero es diferente a todo lo que has visto hasta ahora. Su forma es casi perfecta, como un cilindro roto y hueco, como un tubo pétreo. No sabrías decir si es artificial o natural, pero ya que sus extremos parecen quebrados, decides buscar el resto para aclararlo. Moviendo un poco las rocas y la arena del camino, encuentras la otra parte del cilindro y te dispones a tirar de él para extraerlo de la tierra.

Sin embargo, por más que lo intentas, no hay forma. La piedra resbala bajo tus manos y, como estás en nuestra imaginación sin gran cosa que hacer, vas a buscar una pala para despejar la arena que rodea al tubo y verlo en su totalidad. Así pues, te pones en marcha y cavas con cuidado para no partirla con un descuidado palazo. Pasan los minutos y las horas y el tubo no deja de bajar retorciéndose y ramificándose en otras estructuras serpenteantes. Tras mucho trabajo has dejado al descubierto más de treinta centímetros de esa cosa, y aunque has quebrado algunas de las ramificaciones, puedes ver con claridad el extraño objeto. ¿Qué demonios es eso? Parecer raíces fosilizadas, o los anquilosados tentáculos de un durmiente dios lovecraftiano. Sin embargo, en caso de relacionarlo con una deidad tendría que ser con Thor, porque ese monstruo de mil ramas es obra de un rayo.

La piedra de las tormentas

La estructura que he descrito es completamente real y, aunque no son fáciles de encontrar y mucho menos de extraer integras del subsuelo, treinta centímetros distan mucho del récord. Los tentáculos de la fulgurita más grande encontrada medían cerca de 15 metros de largo, aunque no se pudieron extraer fragmentos íntegros mayores de 5 metros. De repente la geología se ha vuelto algo más interesante ¿cómo puede ser que haya estas cosas bajo nuestros pies?

Lo cierto es que la pregunta no es nada nueva, y tenemos constancia de textos del siglo XIII, como el lapidario de Alonso Décimo el Sabio, donde ya se describían estas rocas. Grandes naturalistas como Darwin y Humboldt dieron testimonio de ellas en sus escritos y ponto fueron llamadas “fulguritas” intuyendo su relación con el rayo (fulgur). Lo que llevó algo más de tiempo fue descubrir cómo se forman exactamente, algo que ahora, sabemos que se debe a un proceso llamado vitrificación.

Cuando el rayo impacta contra el suelo, el aire que atraviesa alcanza temperaturas de casi cien mil grados Celsius. En apenas unos milisegundos, la roca se calienta también superando los 1500º C, temperatura suficiente como para fundir la arena y otros materiales. En realidad, se trata de un proceso similar al que empleamos para fabricar el vidrio de nuestras ventanas, vasos, o botellas, calentando a altísimas temperaturas arena con alto contenido en silicatos. Eso es la vitrificación, y el rayo cumple la función del horno del maestro soplador.

Belleza en el interior

Claro que en la naturaleza, los rayos vitrifican más cosas que arenas de silicatos. De hecho, podemos encontrar fulguritas de rocas basálticas, granito, etc. El color del vidrio depende en parte de esto, pero también de las impurezas que hubiera en el terreno. Por ejemplo, hay óxidos que pueden tornarlas verdes pistacho, aunque por lo general suelen ser transparentes. No obstante, si ves una fulgurita en alguna foto, es posible que te sientas estafado. Estos curiosos colores o transparencias no son siempre visibles desde el exterior. A fin de cuentas, cuando el rayo calienta la roca lo hace de forma difusa. La corriente recorrerá un camino tierra adentro que calentará especialmente, pero a medida que nos alejemos lateralmente de esta trayectoria, la temperatura irá bajando, y el proceso de vitrificación será más débil. Por eso, estas preciosas propiedades cromáticas, en caso de haberlas, están restringidas al corazón de la fulgurita. El exterior, no suele estar vitrificado sino que está formado por materiales adheridos a la roca fundida. Piedrecillas de feldespato, granito, etcétera.

Sin embargo, de lo que no se suele hablar tanto es de cómo se forma ese tubo hueco que a veces recorre su interior. Por lo que acabamos de decir esa es precisamente la trayectoria sometida a temperaturas más altas, y la realidad es que son tan elevadas que la vitrificación se queda corta. Lo que hace el rayo en la parte más interna de algunas fulguritas es vaporizar todo lo que encuentra a su paso, dejando un hueco a medida que recorre el suelo.

Por supuesto, el calor tiene otros efectos parecidos sobre la estructura de las fulguritas, aunque más triviales. Por ejemplo, esas características oquedades que muestran muchas de ellas en su interior son en realidad vesículas, material vaporizado o fluidos atrapados en el suelo que, ante el repentino calor, se expandieron creando cavidades a las que llamamos “vacuolas”.

“Paleontología” de rayos

Estudiar el clima del pasado no es fácil, dependemos de todo tipo de marcadores indirectos a través de los que establecer unas hipótesis, pero la meteorología es todavía más compleja. Se trata de fenómenos puntuales. Una borrasca o un ciclón no suelen dejar restos, pero ahora sabemos que los rayos engendran fulguritas. Huellas en el tiempo que podemos desenterrar y estudiar. Gracias a esto sabemos qué zonas han sido castigadas por tormentas eléctricas y cómo han ido cambiando, remontándonos incluso millones de años. De hecho, en la Isla de Arran, en Escocia, hay fulguritas especialmente antiguas, de más de 250 millones de años de antigüedad, pertenecientes al periodo Pérmico, antes de los dinosaurios.

Quién nos iba a decir que podríamos encontrar rocas producidas por rayos que cayeron hace cientos de millones de años. Columnas de vidrio producidas en tiempos remotos y que han conseguido sobrevivir a la erosión y los movimientos de tierra. Ese es el tipo de cosas que ocurren bajo nuestros pies y que pasan desapercibidas. La superficie terrestre es apenas una fina capa aderezada con algunas decenas de kilómetros de aire. El subsuelo, en cambio, cuenta con más de 6.000 kilómetros de sucesos fascinantes más inexplorados que cualquier selva, pero igual de espectaculares.

Fuente: larazon.es

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