Tradición del Día de Muertos en Cajeme.-

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Bernardo Elenes Habas

Tradición del Día de Muertos en Cajeme.- El tiempo no ha logrado erosionar una costumbre que pervive.- En los años 40 y más atrás, ataúdes de madera de pino, coronas de papel crepé, velas y rezos milenarios entre la gente del pueblo.- Panteón Viejo, más de 100 años

Bernardo Elenes Habas

La tradición del Día de Muertos pervive en Cajeme.

Pese a la erosión de los tiempos que destruye valores, costumbres, ilusiones, no ha logrado borrar tan arraigado sentimiento popular.

No logró rasparlo del todo la pandemia del coronavirus que azota actualmente al mundo, porque, delineándose protocolos sanitarios, se abrieron los camposantos en Cajeme, y las familias asistieron a visitar a sus deudos.

¿Será porque la comunidad tiene raíces campesinas e indígenas, aunque también prevalecen las costumbres sembradas por familias provenientes de otras entidades, incluso extranjeras, que fueron parte del nacimiento del Municipio?

El respeto a esa tradición, se mantuvo intacta hasta la aparición gradual y sin aparentes efectos transformadores al principio, del halloween (día de brujas), hará cosa de 30 años.

Ahora, dicha intromisión con raíces celtas y estadounidenses, crece, principalmente entre los jóvenes, pero como un símbolo de diversión, sin esencia religiosa o una relación con divinidades a través de cultos y adoración, como se ha visto en los últimos años, cuando se propicia dicha celebración con reuniones donde los asistentes portan disfraces, beben alcohol, bailan motivados por grupos musicales.

En el viejo Cajeme, hasta los años, 30, 40, 50, la muerte unía notoriamente a las familias. Sobre todo en los sectores populares de la ciudad cuando ésta comenzó a crecer, sus colonias y, por supuesto, en comunidades rurales.

La costumbre era velar a los muertos en sus casas, ciertamente chinames, es decir, viviendas construidas con horcones de árboles, paredes de carrizo yripiadas (enjarradas) con lodo, y techo de tierra blanca que no permitía que el agua de lluvia trasminara.

Se utilizaban ataúdes de madera de pino, elaborados por carpinteros. Los vecinos aportaban flores de jardines caseros y confeccionaban coronas de papel crepé, que entregaban como ofrenda al difunto.

Se constituía en un verdadero ritual de pueblo el velatorio del cadáver, en cuyo hogar se congregaban familiares y amigos. No se practicaban guardias ante el féretro. Y en verano, se colocaban recipientes con hielo en la parte inferior de la caja, para evitar la pronta descomposición del cadáver.

Los deudos servían café colado y cena, consistente generalmente en menudo o tamales. Y, como aún sucede, los varones se apartaban hacia algún lugar del solar donde se ubicaba la vivienda, saliendo a relucir las tequileñas “Viuda de Martínez”, ron “Club 45”, “Habanero Palma”, “Ollitas de Oaxaca”, compradas normalmente en la cantina “El Oviáchic” de Nacho Acedo, que permaneció muchos años en la antigua calle Saperoa (hoy 6 de Abril), entre Coahuila y Durango, en las cercanías de la casa donde asesinaron una noche neblinosa del 26 de noviembre de 1953 al Machi López; o bien, en otros expendios, como Los Gatitos, La Burrita, El Oso Blanco, La Cananea, La Sierra Mojada, enclavadas en las áreas de las calles No Reelección, Tamaulipas y Colima…

Desde que asomaba noviembre en el Cajeme de los 40, 50 -y por supuesto en décadas anteriores-, las familias ya estaban preparadas para celebrar uno de los eventos heredados por la tradición mestiza e indígena: Día de Todos los Santos, el 1. Y, Fieles Difuntos, el día 2.

La connotación que las familias le daban y le siguen dando al significado del Día de Todos los Santos, era referente a los “angelitos” o niños muertos, como lo hace la Tribu Yaqui. Por ello se trasladaban desde el despertar de noviembre al panteón de Nuestra Señora de Guadalupe, o al de Cócorit; porque el Nuevo o de Nuestra Señora del Carmen, no existía ya que fue inaugurado hasta la administración municipal de Ángel López Gutiérrez (1964-1967).

La costumbre -que aún se preserva-, era dirigirse al camposanto el día primero para darle cumplimiento a la velación durante toda la noche. Es decir, permaneciendo hasta el día de la celebración de los muertos, ante las tumbas de familiares.

La gente se movilizaba en autos propios, carretas, bicicletas o caminando. Llevaban consigo agua y alimentos. Asimismo flores frescas pero preferentemente coronas elaboradas en cada hogar o adquiridas en el viejo Mercado, a base de papel crepé y aros de alambre. Colocaban, obedeciendo a antiguas costumbres, alimentos, pan, miel, tortillas de harina, atoles, para satisfacer la sed y el hambre de las almas viajeras.

Se preparaban, los deudos, para pasar la noche fría en el llano (porque en noviembre comenzaba a calar el viento norte), con gruesas chamarras y cobijas. También haciendo fogatas. Y los hombres, desde luego, se aprovisionaban de tequila, ron, mezcal, y cigarrillos Faro, Rialtos, Alas Extra, Delicados.

Las mujeres desgranaban rezos milenarios sobre las tumbas recién barridas y de cruces de madera relucientes por las manos de pintura, generalmente color azul. En el entorno, las velas y veladoras conformando con sus llamitas la señal de luz que, según la creencia, alumbraba el camino de retorno a las almas para el reencuentro con sus seres queridos.

Sí tiene más de 100 años de vida la ciudad de los muertos denominada Nuestra Señora de Guadalupe o Viejo (envuelto ahora por la mancha urbana, pero que en el principio se situó al noroeste de la ciudad, en cuyas cercanías funcionó, también, el primer aeropuerto), como se dio en llamarlo luego de fundado el Del Carmen, para marcar su distinción.

Y es que este antiguo cementerio debió haber sido creado, en realidad, entre los años 1912 y 1923, es decir, cuando la ciudad comenzaba a conformarse, teniendo como punto de partida el pozo abierto 10 kilómetros al sur de Estación Esperanza, para darle vida en la soledad de la llanura, a la Estación de Bandera Cajeme, nombre asignado popularmente porque los espacios donde se tendían las vías del ferrocarril hacia Navojoa, predominaba la presencia y la esencia del caudillo yaqui José María Leyva Pérez, Cajeme, y sus guerreros yoremes.

El camposanto tomó formalidad cuando se denominó Congregación al nuevo asentamiento humano en 1923, alcanzando, posteriormente nivel de Comisaría en 1925, fungiendo como su primera autoridad Ignacio Ruiz Armenta, quien posteriormente fue alcalde al decretarse el Municipio a través de la Ley No. 16 emitida por el Congreso del Estado y dada a conocer el 29 de noviembre de 1927 por el gobernador Fausto Topete Almada y publicada en el Diario Oficial el día 30.

El Panteón Viejo (Guadalupe), es área, sin duda, llena de historia y de leyendas. El hilo del tiempo teje la red de parte importante de la memoria inicial de Cajeme.

Ahí se obtienen deducciones del devenir de los años en tumbas antiguas de inmigrantes de diferentes países, gente proveniente de la sierra y de entidades del país, quienes fueron raíz trascendente en la fundación de un pueblo prodigioso que se convirtió en Municipio y es, hoy, una gran comunidad que se niega a estancarse abriendo sus brazos hacia su transformación positiva.

Ahí están las tumbas de la mayoría de ex alcaldes de Cajeme, de sus más preclaros emprendedores, de líderes de voz colectiva y sueños progresistas como Maximiliano R. López, El Machi.

Ahí está sepultada la memoria viva de una comunidad asombrosa que el próximo 30 de noviembre cumple 93 años como Municipio, con todos sus contrastes, anhelos truncos y sueños florecidos.

Ahí está…

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