Poema de Domingo.- Vivimos días de odio. De metal hirviente devorando la patria secuestrada.
Días de impotencia, cuando millones de hombres y mujeres creían que al fin se reflejaría la justicia en el espejo fracturado de la historia.
Pero tú, abriste las puertas, dejando que pasara la ignominia.
Permitiste que el crimen consolidara proyectos.
Mirabas la agonía ciudadana convertirse en cadáver, manteniendo una mueca congelada en tu rostro, diciendo que eras diferente, que habría abrazos, no balazos…
Pedías que continuara la confianza en las familias, a pesar de que acechaba la muerte y su metralla, buscando navegar los ríos de la sangre.
Tú, mostraste indiferencia cuando llegaba a tus manos -jamás a tu conciencia-, el registro brutal de la violencia. La barbarie crecía en los cruces de caminos, a plena luz del día en las calles citadinas, destrozando hombres, mujeres, niños.
“¿Dónde están las masacres?”, preguntabas burlón, a tu coro de bufones mañaneros, repasando las portadas de periódicos que daban fe de la crueldad… y los cadáveres seguían creciendo…
Hoy, lo reitero: los poetas no pueden ni deben permanecer indiferentes ante la oleada de sangre que sacude a los pueblos de México, de Sonora.
Cajeme, con el recuerdo vivo de Abel Murrieta, exige alzar banderas blancas. Voces de trigo y resolana para ser escuchado en su exigencia de justicia y paz, no desde el pragmatismo frío de los políticos, sino desde el sentimiento de quienes, en realidad, como diría Neruda, “tienen un compromiso de amor con la esperanza, y un pacto de sangre con su pueblo”.
Creo que tú, no sabes, nunca has sabido, qué significa esta proclama. Pero la sienten suya los ciudadanos, quienes traen en sus manos como una granada, su credencial de elector, la que harán estallar el 6 de junio…
Bernardo Elenes Habas
Una sombra recorre las calles de mi pueblo:
es la rabia aullando su impotencia,
en el cruce de las horas,
brotará de la nada,
mostrando la crueldad de sus entrañas,
la muerte y su metralla.
Una sombra se cierne
sobre un Cajeme incierto,
donde cada quien se preocupa
por sus bienes,
sus proyectos,
su sed de poder acumulado,
su ambición enfermiza,
sin importar
que mueran inocentes,
sin atender el grito desgarrado
de la gente,
la que pide justicia,
la que enciende una vela
en el charco del llanto y de la sangre,
y alza su voz
para que la paz y el amor
dejen caer
en lugar de casquillos percutidos,
su lluvia adolescente,
junto al pan nuestro
de cada día y cada noche
de zozobra…
Hay un grito devorando los nervios
del silencio,
buscando arrancar
destellos de luz a las conciencias.
Queriendo decir a los seres
de pensamiento subyugado
por el dogma mortal del fanatismo,
que mañana,
los caídos podrían ser ustedes mismos,
sus hijos, su familia…
Una sombra recorre las calles
de mi pueblo:
¡es la rabia de saber
que estamos solos!…
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