Hace 66 años, nació el ITSON.-

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Hace 66 años, nació el ITSON.- El periodista y escritor cajemense Carlos Moncada, narra los incidentes de la cena del Club de Leones la noche del 17 de julio de 1955, donde se gestó el alumbramiento del Instituto de Estudios Superiores Justo Sierra.

Bernardo Elenes Habas

Hoy se cumplen 66 años del virtual nacimiento del ITSON en Ciudad Obregón, durante una sesión-cena de integrantes del Club de Leones. 

Esta es la crónica de ese histórico acontecimiento:

Carlos Moncada Ochoa, periodista, escritor, historiador, nacido en Cajeme, recordó hace dos años, durante la ceremonia en que autoridades del ITSON rindieron homenaje a su trayectoria, en el marco de la Feria del Libro 2019, la forma en que se convirtió en testigo presencial del nacimiento de la semilla que un puñado de cajemenses integrados al Club de Leones, dejaron caer sobre la tierra fértil del Valle del Yaqui para que brotara la espiga luminosa de la universidad.

Moncada Ochoa rememoró que la noche del 17 de julio de 1955 “casi fui fundador del ITSON”, al estar presente en la reunión-cena, como reportero de Diario del Yaqui, donde socios del Club de Leones tomaron la decisión de crear el Instituto de Estudios Superiores Justo Sierra, raíz y fruto de dicha universidad, de la que fue maestro.

Y ciertamente, existe un conflicto de fechas sobre la creación del ITSON, como relata Moncada en una de sus columnas publicada el domingo 14 de 2019 en diferentes portales para los que colabora, porque “el acta constitutiva del Instituto de Estudios Superiores Justo Sierra, abuelo del ITSON –el hijo fue el Instituto Tecnológico del Noroeste- está fechada el 11 de julio de 1955, mientras que yo relato en mi libro ‘Sonora bronco y culto’ (2ª. Edición, pp. 71 y 72), que la sesión del Club de Leones en que se tomó la decisión de crearlo fue el 17”.

Sin embargo, el parto sensible, emotivo, real de una escuela preparatoria que se convertiría, al paso de los años en universidad espléndida, sucedió la noche de un verano inolvidable para Moncada, quien, siendo muy joven y como reportero de Diario del Yaqui, acudió a dar cobertura a dicha cena del Club de Leones, celebrada en el ya desaparecido Club Olímpico Cajeme, donde la figura señera fue Moisés Vázquez Gudiño, cuyo trazado humano es parte del tejido primigenio de Cajeme, con testimonios de filantropía, acciones de bien común y fe inquebrantable en el futuro y sus jóvenes.

“Hacía una noche fresca –narra Carlos, buscando en la fuente de su memoria-. Los Leones ocuparon sillas de madera maciza, de las que se utilizaban en los bailes, acomodadas en herradura, cubiertas con manteles blancos, en uno de los ángulos del enorme salón. No había aire acondicionado ni era necesario porque todas las ventanas estaban abiertas. 

“De los socios que conocía mejor estaban, desde luego, Moisés Vázquez Gudiño, que sería el héroe de la noche –y de toda una época–, el ingeniero Edmundo Sterling, de quien yo era vecino; pocos años después él y su esposa Eleonore fueron padrinos de mi hija Eva Lourdes.

“Si bien todos me llevaban al menos diez años de edad, conocía al simpático Manuel Álvarez, a don Manuel Lira, porque lo veía jugar basquetbol como un maestro en la cancha de la plaza 18 de Marzo, frente a la casa de mis padres; a Silviano Rodríguez, creador y gerente de la próspera firma “El Nuevo Mundo”; a don Rafael González, cuya voz debe haber alcanzado la tesitura de barítono; sus hijos Héctor y Gastón eran mis amigos.

“Los médicos presentes eran el doctor Gustavo Ayala Leyva y, el doctor Rolando Lara González. A los dos los traté mucho por razones periodísticas; el primero era jefe de la Unidad Sanitaria Municipal; el segundo, como director del Hospital Municipal (donde ahora se encuentra la estatua de Los Pioneros), me permitió ver la aplicación de un resucitador en el corazón de un perro. Anestesiaron y le metieron el bisturí ante mis ojos al can, y descubrieron el corazón palpitante, que detuvieron con un hilo en la arteria principal, y luego lo reactivaron con el aparato. Fue aquello muy emocionante para mí, por lo novedoso, y porque me pusieron gorro y mascarilla, igual que los médicos y ayudantes. En la sesión estos médicos se condujeron de acuerdo con sus personalidades, que contrastaban: Ayala Leyva, un tanto gordito, sopesaba con cuidado sus opiniones, mientras que Lara González, alto y esbelto, era ocurrente e hiperactivo.

“También por razones periodísticas traté, aunque con menos frecuencia, al ingeniero Ildefonso de la Peña y a Alfonso “Cananea” de Alba, que prestaron sus servicios al gobierno local.

“Entre los Leones parcos en intervenciones estuvieron Alfonso Cañizares, que de por sí era de pocas palabras, y don Arturo Martínez. Fue vecino de mi casa paterna, por la Veracruz, y sus hijos fueron mis amigos, sobre todo Artemisa, niña aún, que con el tiempo se convirtió en excelente pianista.

“En el grupo de los abogados, que enfocaban el tema desde el punto de vista legal y no le encontraban peros, estaban Pedro L. Navarro (creo que aún vivía su padre, pero me refiero al hijo) y Enrique Fox Romero. Éste era muy joven, tal vez el más joven del club. Estaba soltero aún. Imposible que imaginara entonces que el destino le permitiría firmar, como secretario de gobierno en funciones de gobernador interino, la Ley que dio personalidad jurídica al Instituto…”.

La narrativa de Carlos, rescata el entusiasmo de quienes tenían un objetivo común, construir la raíz del ITSON, y así lo describe:

“Y bien, creo necesario puntualizar que aunque algunos Leones querían echar a andar de inmediato –de hecho, dos meses más tarde—el Instituto, y los demás eran partidarios de esperar, ninguno se oponía a la idea; sólo diferían en cuándo fundar la institución. “Además, los argumentos de ese segundo grupo eran sólidos. Las lluvias torrenciales habían causado pérdidas en el campo; las inquietudes políticas estaban vivas por las recientes elecciones para gobernador y presidentes municipales; los programas de estudios y la contratación de profesores requería tiempo y cuidado.

“Los “razonables” ganaban terreno. Pero de pronto se puso de pie Moisés Vázquez Gudiño, de lentes, pasadito de peso, con expresión de cierta timidez que aquella noche desapareció, y disparó a los indecisos un discurso apasionado sobre la urgencia de contar con una preparatoria que evitara la separación de los jóvenes de sus hogares pues tenían que irse a estudiar a Hermosillo, Guadalajara o México. El discurso era, además, un reproche contra los audaces hombres de negocios y conquistadores del campo que se habían vuelto cautos, quizá temerosos, de entrarle a una empresa cultural en la que no se sentían seguros.

“La voz de Vázquez Gudiño silbaba como latigazos sobre la concurrencia que guardaba silencio, impresionada por aquel hombre dolido ante la falta de valor y el exceso de cautela de los oyentes. No contaban con local para el Instituto, no había dinero, no tenían maestros. ¡Y qué! Solicitarían el edificio de la Escuela José Rafael Campoy que acababan de desocupar, juntarían fondos con un gran sorteo, ellos mismos, los socios Leones, eran profesionistas aptos para impartir clases. ¡Podemos hacerlo!…

“No pronunciaba la última palabra cuando estalló la ovación entusiasta, el aplauso unánime, sonoro. Se levantaron todos a apretar sus manos, a abrazarlo, sin plantear ya la votación final porque estaba claro que el proyecto había sido aprobado por unanimidad. 

“Todo el mundo reía, lanzaba ideas, recordaba sus dificultades de estudiante, y claro, los simbólicos rugidos leonísticos –tres largos y tres cortos por ser ésta una ocasión especial ¡Qué bella locura!”…

Así nació, hace 66 años el ITSON, con sus espigas iniciales de Instituto de Estudios Superiores Justo Sierra e Instituto Tecnológico del Noroeste.

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