Tradición que ha sufrido cambios, pero que no decae en Cajeme.- En cada casa había un altarcito engalanado en honor de la Guadalupana.- En el chiname de horcones de Cirilo Alcaraz, calles 6 de Abril y Tabasco, se cumplía una “manda” colectiva.
Bernardo Elenes Habas
(Esta crónica la he compartido en otras celebraciones de la Guadalupana. Hoy, 12 de diciembre, cuando el viento norte aletea bajando del Bakatete, rememoro su texto y se lo entrego, rescatando la raigambre espiritual de una tradición que se sigue repitiendo en el alma de la gente, aunque resintiendo cambios que traen los tiempos…No obstante, en barrios, colonias y comunidades rurales de Cajeme, como sucedía hace 60 años y más, las familias continúan mostrando su devoción a la Morenita del Tepeyac):
Apenas se despedían los últimos rayos del sol en las tardes plomizas del 11 de diciembre, a mediados de los 60 y años atrás en Ciudad Obregón, los muchachos de entonces ya afinábamos las guitarras, para cantar las mañanitas en las velaciones de la Guadalupana.
Se conservaba intacta la herencia rural de las tradiciones. Las que cultivaban desde siempre las familias de sangre ejidataria beneficiadas con el reparto de 1937, propiciado por Tata Lázaro. Pero también, por mujeres y hombres provenientes de la sierra sonorense. De Sinaloa, y de otros estados de la República.
Altarcitos en casas en honor de la GuadalupanaPrimero, había que ir, por la noche, a las calles Miguel Alemán y Cajeme para sumarse a la peregrinación, para llegar a la capilla de Guadalupe. Participar en un festejo popular con la venta de elotes cocidos y asados, ponches con piquete, churros, y quema de castillo. Aunque hubo años en que al final de las romerías, algunos jóvenes que presumían de “rebeldes sin causa”, rompían la solemnidad y el respeto de la tradición religiosa, generando una guerra entre pandillas, utilizando como proyectiles los olotes o corazón de las mazorcas de maíz.
Después, esa celebración se convertiría, por parte de la Iglesia, en una bien organizada verbena que hasta la fecha persiste.
En los barrios, las familias devotas de la Virgen de Guadalupe que prometían “mandas”, realizaban “velaciones”. Arreglaban un altar para el cuadro (o el busto) con la imagen de la virgencita, colgando cadenas de papel de china llevando los colores de la bandera, verde, blanco y rojo. Encendían velas y veladoras. Rezaban por intervalos en el transcurrir de la noche y hasta llegar la madrugada, el Rosario y el canto a coro de las mañanitas.
Había cena. Tamales, menudo, cabeza, café de talega, que se repartía entre los asistentes, y por supuesto, tragos de tequila y mezcal.
Siempre fue una tradición, en la esquina de las calles 6 de Abril y Tabasco, donde radicaba en un chiname de horcones la familia de don Cirilo Alcaraz y doña Teodosia, quienes tenían entre sus hijos una muchacha de nombre Lupita, por quien prometieron “manda”. Debido a ello, cada año realizaban una “velación”, a la que concurrían los habitantes del barrio y más allá.
Se desgranaban los Padre Nuestro de las cuentas del Rosario. Se alzaban hacia el cielo las alabanzas a la Virgen. Se daba serenata antes de las 12, y al traspasar ese horario se cantaban las mañanitas con acompañamientos de guitarras.
Era, por supuesto, una noche singular para la gloriosa muchachada de entonces. Donde hacían ronda Fernando y José Luis Salinas Mora, Leonardo Rivas Martínez, José de Jesús Gutiérrez Sierra, Armando y José Vega Quiñónez, Simón y Víctor Leyva Armenta, Lorenzo Duarte Trejo, Jesús Antonio Salgado, Gregorio López Ruiz, Mario Larrañaga Dosal, mis hermanos Luis Mario y Juan Elenes Habas, Francisco Alcaraz, José Valencia, Ramón y Canuto Guzmán, Ariel Gaxiola, Ángel Villarreal, y tantos amigos que se pierden entre la niebla del tiempo, o han traspasado los linderos de la vida…
Y era especial para la “pandilla”. porque después de brindar con tequila Siete Coronas que se adquiría con la cotización de toda la muchachada en la Casa Súgich, de calles California y Jesús García, llegaba el hambre a media noche, con un sacudimiento de tripas no acostumbradas a ingerir alcohol. Y entonces recordábamos, desde el lugar donde anduviéramos, que en plena banqueta de la casa del viejo Cirilo, estaban dos tinas gigantes repletas de tamales, calentándose al amor de la leña de mezquite, en improvisadas hornillas con ladrillos, de donde uno podía servirse hasta sentirse satisfecho, porque regalar ese alimento era el valor y el sacrificio de la “manda” de los dueños de la casita que existió en esa esquina por muchos años, y donde hoy se encuentra una mueblería. Esquina en la que, por cierto, una noche de verano, mató a balazos un vendedor de hot dogs ofendido, al Güero Brujo…
El culto a la Guadalupana se extendía en todos los hogares de la ciudad, la periferia y colonias aledañas. La víspera se convertía en romería hacia la capilla de la Galeana, entre Durango y Coahuila…
Hoy, la devoción persiste, con caminatas hacia el Cerrito de la Virgen, y participación en la peregrinación tradicional, y aún en algunos hogares las velaciones alumbran la noche…
Aunque ya no es lo mismo, porque el peligro acecha en cualquier recodo del camino…
Le saludo.