¡A hacha, a talacho, con las uñas, se desmontó el Valle del Yaqui!

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¡A hacha, a talacho, con las uñas, se desmontó el Valle del Yaqui!, Y a pesar de que Cajeme en 1925 había pasado de Congregación a Comisaría, era un monte cerrado. Así desgranaba sus recuerdos con vehemencia don Melchor Soto Galindo, acomodándose ante la mesa de la estancia donde servía alimentos y bebidas doña Justina Esquer, en la esquina de Durango y Elías Calles de Ciudad Obregón, donde platicamos el Pionero del Valle y yo hace 44 años, acompañándonos en la entrevista el periodista de Tribuna, Heliodoro Encinas Sierra. Afuera, en el transcurrir de la mañana, el intenso tráfico de vehículos con motores rugientes, contrastaban con la quietud de los recuerdos, con la paz de los caminos empolvados por el tiempo que el oriundo de Bacanora hurgaba en su memoria, cuando Cajeme surgía a la vida, sin una sola construcción, decía: únicamente perfilándose la solitaria Estación de Bandera con su pozo y algunas casas de chiname, entre ellas un almacén, ese sí de ladrillo, regenteado por un norteamericano de apellido Tobie (Rodolfo Scott Tobie). “Este señor hacía embarques de legumbres, chícharo, melón, pepino, todo en pequeñas cantidades, mandándolas a Estados Unidos…”.

Bernardo Elenes Habas

Corría el año de 1977. En el hilo del tiempo fungía como alcalde de Cajeme el doctor Oscar Russo Vogel; gobernador de Sonora, Alejandro Carrillo Marcor; presidente de la República, José López Portillo. El Municipio cumplía jubiloso su primer cincuentenario, pese a la expropiación fallida de terrenos agrícolas decretada en 1976 por Luis Echeverría Álvarez, durante su último año de mandato en el país.

Durante esos días de contrastes políticos, logré una entrevista con Melchor Soto Galindo, pionero del Valle del Yaqui, quien dejó testimonio de la forma como llegaron familias de pueblos de Sonora, atraídas por el horizonte promisorio que se abría en la región.

Comparto ahora, el sentimiento y la pasión de don Melchor, hombre de su tiempo, quien en esos días de 1977 contaba con 72 años de edad.

-En 1925, un sesenta por ciento del Valle del Yaqui estaba enmontado. Era un páramo inactivo, y llegamos poco a poco, gente de todas partes del Estado de Sonora, no del Centro. De aquí, del Estado. De todos los pueblos de la sierra, por ejemplo: El Quiriego, Nuri, Sahuaripa, Tesopaco, Bacanora, Ures, Hermosillo. Llegamos los Laborín de Hermosillo, nosotros –los Soto Galindo-, de Bacanora; Luis Antillón, de Nuri; los Parada y los Bórquez del Quiriego. Toda esa gente con las mismas intenciones, con los mismos sueños y ambiciones. ¡Y se fajaron muy macizo! Esa gente es acreedora por su hazaña a ser queridos y estimados por todos los de la localidad en estos momentos. Nosotros, mucho decir, pero modestia aparte, formamos parte del equipo en aquel entonces, de pioneros del Yaqui, ¡desmontando a hacha, a talacho, con las uñas, el ahora maravilloso y tecnificado Valle del Yaqui!

Quien así se expresa, con colorido, con pasión, saboreando cada una de las palabras para lanzarlas a la vida, es don Melchor Soto Galindo, agricultor que conoció paso a paso los avatares y sufrimientos de quienes con sus manos, su esfuerzo y sus trabajadores, hicieron del Valle del Yaqui, el Granero de México.

-Mi nombre completo es Melchor Regino Soto Galindo. Nací en Bacanora, Distrito de Sahuaripa, un siete de septiembre de 1905. Mis padres fueron el señor Próspero Soto Romero y Bethsabe Galindo Amparano, mis hermanos Leandro (quien fuera candidato a la gubernatura de Sonora en 1967), Próspero, Cándida Rosa Bertha, Julia Irene, Valentín, Aída Luz Soto Galindo, oriundos del mismo poblado. Mi padre se dedicaba a distintas actividades, pero la principal era la vinatería del mezcal famoso bacanora. También tenía ganado y pequeñas porciones de terrenos que se sembraban en temporal. Ahí se desarrolló mi primera edad.

Comenta, mientras da un sorbo a su vaso con vino:

-A la región del Yaqui llegué en junio de 1925. Y exactamente al poblado de Esperanza, Río Yaqui, porque no estaba el pueblo de Cajeme, sino una Estación de Bandera.

-Me vine de Bacanora, mi pueblo natal –busca don Melchor entre sus recuerdos, para dar respuesta a las preguntas formuladas- porque los pueblos son, diría yo, sin porvenir, porque son pobres, muy pobres. En el mío no había ninguna esperanza de mejorar, salvo seguir haciendo mezcal en nuestras vinaterías, viendo el ganadito que teníamos, pero como yo cargaba siempre encima, siempre en mi mente superarme e ir más arriba, fue lo que motivó a venirme al famoso y en aquel tiempo ambicionado Valle del Yaqui. Llegué antes de cumplir los veinte años.

Luego, el señor Soto Galindo revuelve en su portafolios negro, sacando un legajo de papeles. Me informa que se trata del original de su libro “Pioneros del Yaqui, a Cincuenta años de distancia y hasta dónde alcancen mis recuerdos…”, que el Comité del Cincuentenario del Municipio y la Ciudad habría de editar, para que se integrara a la historia viva de nuestra región.

-Este es mi libro, pues. Me dice-. Voy a leer un párrafo: “Antes de cumplir veinte años, una mañana soleada y calurosa del mes de junio del año que yo llamo venturoso de 1925, arribé a un poblado que se llama Esperanza, Río Yaqui, que aún existe, con también la esperanza de ver realizadas mis ilusiones y mis ambiciones de ser un hombre más de provecho y de respeto en el extenso y ubérrimo Valle del Yaqui”… Perseguía mis sueños. Por eso me vine…

-Como digo, llegué a la destartalada y humilde población, hospedándome en un hotelito llamado pomposamente “Hotel Lawrens”, por ser el nombre de su dueño, un norteamericano casado con una señora de Monterrey que se llamaba Tomasita. Los dos hacían una buena pareja, pues los dos ya peinaban los sesenta años y se llevaban muy bien…”.

-Cajeme, en 1925, a pesar de haber pasado de Congregación a Comisaría, era un monte cerrado (afirma don Melchor, acomodándose ante la mesa de la estancia donde servían alimentos y bebidas, atendida por doña Justina Esquer, en la esquina de la calle Durango y Elías Calles, donde platicamos hace 44 años, acompañándonos en la entrevista el periodista de Tribuna Heliodoro Encinas Sierra. Afuera, el intenso tráfico de vehículos con motores rugidores, contrastando con la quietud de los recuerdos, con la paz de los caminos empolvados por el tiempo, cuando Cajeme surgía a la vida, sin una sola construcción, decía don Melchor: “No había más que la solitaria Estación de Bandera, un embarcadero, y algunas casas de chiname, entre ellas un almacén, ese sí de ladrillo, regenteado por un norteamericano de apellido Tobie (Rodolfo Scott Tobie). Este señor hacía embarques de legumbres, chícharos, melón, todo en pequeñas cantidades, mandándolas a Estados Unidos. Existían terrenos desmontados desde años muy atrás, pero el canal de riego, el Principal, únicamente llegaba hasta el Campo 4 o el Campo 5. Ese viejito Tobie tenía el almacén construido de ladrillo, el resto puros chinamitos en la línea de la vía del ferrocarril, lo que ahora es la calle Sufragio Efectivo”.

-En el Valle, las tierras abiertas al cultivo en ese tiempo –brota la palabra certera, ágil y pintoresca de don Melchor-, las tenían puros extranjeros, la mayor parte americanos, que eran los favoritos del entonces dueño del latifundio, don Guillermo Richardson y Compañía. Luego seguían los alemanes, yugoeslavos, japoneses, chinos… ¡menos mexicanos! Había muchas dificultades para conseguir terrenos. El gringo tenía la desconfianza de que al arrendar el terreno al mexicano este ya no se lo devolvería, utilizando nuestras leyes. Por eso no las rentaba.

-Pero algo ocurrió en 1932, lo que es parte de mí libro que quiero leerte: “Todavía detentaba (la Compañía Richardson) vasto latifundio por esos años, y sus consentidos eran los extranjeros, de preferencia norteamericanos. Pero para nuestra buena suerte llegó el señor general don Plutarco Elías Calles a visitar a su hijo Rodolfo en 1932, quien fungía como gobernador de Sonora. Y en una visita que hizo el Jefe Máximo de la Revolución a Cajeme, los agricultores y el gobernador lo invitaron a una junta o sesión de trabajo como se dice ahora, y ya reunidos la mayor parte de los agricultores, el Jefe Máximo, el gobernador y el representante de la Compañía Richardson, un tal ingeniero Puga, el Jefe Máximo general Calles, lanzó contra la Compañía una catilinaria por lo demás llena de verdades debido a las tropelías que cometía contra los agricultores mexicanos. Recuerdo las severas palabras del General dirigidas al gerente, ingeniero Puga, en aquella época, y dice así: “Apenas se puede creer que existan aún en este Valle del Yaqui, latifundios groseros…”.

Las anteriores palabras motivaron, a juicio de don Melchor, a que el ingeniero Puga, representante de la Compañía Richardson, pusiera en venta la extensa concesión que detentaba, dando preferencia a los mexicanos, con facilidades de pago hasta de veinte años.

En regímenes posteriores se adquirió el resto de terrenos que regaba el Canal Bajo, a través del Banco de Crédito Agrícola, que se llamó Irrigadora del Yaqui.

-La situación económica de un agricultor –prosigue el entrevistado- era tan difícil que no teníamos por ningún motivo créditos, no teníamos técnica… ¡No teníamos nada…! Con el banquito de Elías Calles y Compañía conseguíamos créditos muy ridículos para nuestras operaciones agrícolas. Y claro, teníamos que caer en manos de los “coyotes”…Había muchos “coyotes”, gente que se dedicaba a la compra y venta de cosechas y nos quitaba todo el cuero…

-Fue muy duro ese pasaje de la vida. Con veinte años de edad. Sin experiencia, sin dinero. Dormíamos sobre sacos para arroz en el suelo…sufriendo los mosqueros de agosto, enormes… Lluvias espantosas… No había un camino, eran brechas que conducían al Valle. La principal era la brecha Bambú, de donde corrían los diferentes ramales hacia los campos. Pero cuando llovía, de julio en adelante, nosotros hacíamos tres, cuatro días para llegar a nuestros campos…

-Ví regar a don Luis Oroz su siembra de arroz –dice con admiración-, con pantalón arremangado hasta las rodillas, con pala al hombro como cualquier peón, y después de años convertirse este hombre en presidente del Banco Agrícola Sonorense. De esa medida, de esa talla de pioneros conocí a muchos. Un Gilberto Oroz que era maquinista… Fue muy duro el principio…

Es esta la estampa viva de un hombre de lucha, que ama al Valle del Yaqui, don Melchor Soto Galindo, y así es parte de su historia, narrada por él mismo. La historia de hombres y mujeres que enfrentaron situaciones y condiciones difíciles sin arredrarse, reflejando su temple en la apertura del Valle a la labranza.

-He tenido la mala suerte de poseer una estrella opacada en política, por ser, yo creo, franco –reflexiona quien fue presidente del Partido Nacional Revolucionario (PNR) abuelo del PRI en 1936; en 1964 presidente del comité municipal del PRI en Cajeme, candidato a diputado local varias veces, y candidato a presidente municipal…

Hacemos, finalmente, un brindis con bacanora. Se despide, diciendo:

-Mi mayor satisfacción es haber dejado a mis hijos una parcela. Esa fue mi primera y última misión. Lo demás no me interesa…Los oropeles de la vida moderna y esas cosas, no han tenido para mí ningún sentido… Haber contribuido a desmontar el Valle del Yaqui, es mi mejor satisfacción…

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