“Nunca el verde fue más tétrico y odiado”.- Gritaba con sus versos Othón Villela Larralde, poeta que desde la clandestinidad alumbraba las calles con sus poemas convertidos en fogatas urbanas, pasando lista de presente, y aunque permanecía vivo, se contaba entre los muertos.- La ignominia de Tlatelolco arde como un memorial en la conciencia y en la historia de México.
Bernardo Elenes Habas
El hartazgo de la generación del 68, se concentraba contra un sistema represor, cuyo presidente de la República, escudado en los valores de la democracia, acumulaba el poder absoluto, como si fuese un emperador.
Fue la juventud estudiosa quien abrió las jaulas al grito y la rebeldía, exigiendo justicia. Pero fue reprimida a sangre y fuego por esa osadía.
A 56 años de los hechos, colocándolos en la balanza de la historia y de la realidad, es impostergable que el sistema político-social de México, busque la unidad y restañe las heridas que dividen y provocan odios irrefrenables, para construir el verdadero caudal de la democracia.
En esta etapa del país, ante la consistente aplicación de la democracia participativa, sustentada en la fuerza portentosa de las decisiones políticas, sociales y hasta morales, contenidas en los ejes formidables que sostienen la República, es preciso que se abran los contrapesos que definan el equilibrio democrático, más allá de fanatismos de izquierda y derecha, donde el valor del ser humano se mida con la vara no de ideologías, sino por su amor a la libertad, la paz, la igualdad.
El acumulamiento de poder –ya se vivió por décadas con el priísmo- se constituye en señal preocupante de antidemocracia.
dos de octubre, Por eso esta conmemoración de la Noche de Tlatelolco, debe constituirse en una señal profunda que ilumine conciencias, para no dejar crecer semillas de inconformidad que tomarían, con el tiempo, mayor relevancia en raíces amargas de rebeldía de la juventud estudiosa y trabajadora, como sucedió en octubre de 1968, con muchachos y muchachas rebeldes que aún no descansan en paz.
Los testimonios de hace 56 años, están en los libros.
Pero también asoma desde pueblos y ciudades, la memoria acribillada, el recuerdo ensangrentado de los jóvenes de ayer.
Generación deslumbrante, tocada por el rayo de las ideas. Iluminada por el ideal de libertad y justicia.
Generación que incendiaba sus cerebros a través de los textos. Leyendo a Neruda, Miguel Hernández, Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Walt Whitman. (Este último, el legendario poeta gris que cabalgó las praderas de Norteamérica, derramando sus versos como lluvia, y cantando: “La libertad exige nuestro esfuerzo, suceda lo que suceda”).
Cierto, de aquel 2 de Octubre, donde brotó la sangre casi niña de hombres y mujeres. Donde los gritos se confundieron con la noche. Con la metralla. Con la muerte, solo quedó el Memorial de Tlatelolco. Erosionado por el viento de los años. Perpetuando el recuerdo. Dolor convertido en espiga silenciosa…
También perduran en la impunidad los emplazados por la historia. Sin haber sido juzgados plenamente: Gustavo Díaz Ordaz, Marcelino García Barragán, Luis Echeverría Álvarez, Miguel Nazar Haro. Entre tantos integrantes del sexenio 1964-1970.
Othón Villela Larralde, poeta que desde la clandestinidad alumbraba las calles con sus poemas convertidos en fogatas urbanas, pasaba lista de presente, y aunque permanecía vivo, se contaba entre los muertos:
“Las bayonetas,/ fieras aceradas; clavaron su crueldad en los pupitres/ y en los pechos abiertos de los jóvenes.
“La sangre derramó su son rebelde/ desde la voz truncada por el fuego./ México supo del dolor y el crimen/ y la noche cayó sobre la angustia/ con las arterias rotas…
“¡Gonzalo estaba muerto!/ Guadalupe, abril tamaulipeco,/ no volvió a decir en sus corridos/ las cosas nuevas de su tierra vieja;/ ya ni el corrido injusto de sí mismo./ Cuántas sonrisas frescas/ se cambiaron de golpe/ por muecas permanentes de distancia/ sin pasar por el huerto del sollozo./ ¿Su delito? Exigir la verdad y la justicia.
“Nunca el verde fue más tétrico y odiado/ que en esta noche que produce un rojo desolado,/ caliente y borboteante,/ con el viaje del plomo despiadado/ que equivocó de rumbo.
“Arriba,/ un general y un presidente,/ embadurnados,/ con su danza mortífera e histérica,/ con la mueca del odio y la injusticia/ en parodia de Herodes y de Hitler…”.
Han pasado 56 años, y la noche de la ignominia permanece como herida abierta en la conciencia.
Pero también, en la historia de un país, cuya clase política, pese a cambios y transformaciones, no aprende las lecciones de los tiempos, y continúa desafiando y dividiendo la paciencia de una sociedad impredecible…
Le saludo, lector.