
Recordar sus largas y atormentadas luchas de sobrevivencia al lado de sus familias. Sus irrenunciables propósitos de destruir las sombras con que solían arroparlas, volviéndose visibles, ofrendando su seguridad, sus vidas, en el seno de sociedades hipócritas y machistas. Sus sacrificios por la igualdad, la justicia, la libertad, en las intrincadas y egoístas plataformas sociales, políticas, productivas, donde solamente eran fuerza de trabajo, sin derecho a elegir y ser electas, condenadas hasta por soñar con la democracia.
Rememoro un poema que escribí hace tiempo, recorriendo la geografía de mi terruño, donde, en cada comunidad de sierra, desierto, pradera, bahía, late desde siempre el corazón de una mujer que ha contribuido a darle dimensión y luz a Sonora, fortaleciendo sus raíces, su historia viva.
Bernardo Elenes Habas
I
Mujer de Cananea y Nacozari. Mujer de Caborca y Tubutama. Soñadora de luz, labrando tu huella en el desierto. Abriendo caminos en Altar, en Sáric, en Cajeme, en Huatabampo.
Muchacha del Sonora constelado por espigas de sol y de futuro, deja que desborde mis palabras, mis versos, piedras vivas, lavadas con el agua del Río Yaqui, vibrando con relámpagos de agosto, brotando de tus manos, de tus ojos, de tu oleaje marino en que zozobro y me llena de cantos infinitos, y me bautiza hijo:
Tu hijo de la sierra y de los valles. Tu hijo de las costas y praderas. Tu hijo nacido del silencio, del parto sensitivo de los tiempos…
II
Mujer de Sahuaripa y de Hermosillo, amada de los ojos expresivos, los que alumbran la historia de mi pueblo, los que marcan la ruta del amor en el verano y llueven sobre mí aves silvestres, y me dan su calor en el invierno, cuando el tiempo se pierde en los caminos y se hace viejo con sahuaros y mezquites, como viento cargando sus guitarras, llorando cuando baja de la sierra, besando las cruces de los muertos…
III
Mujer de Navojoa y Bacabachi, de Álamos, Quiriego y Tesopaco, muchacha de Cócorit y Vícam, de resolanas metidas en la sangre:
Tú eres la luz que alumbras extensiones. La que forjó familias. La que llenó de vida los pueblos y ciudades. La que le puso nombre y voluntad al horizonte, motivando la siembra en la parcela; buscando la veta en las entrañas de la sierra; esperando en los muelles el regreso de las barcas; desgranando las cuentas del Rosario para que la lluvia hiciera el milagro en los potreros; cantando arrullos de Dios ante la cuna, pidiendo que el sol le diera a tus poblados, el soplo de la vida cada día…
¿Cómo no despertar cada mañana, mirando las espigas en mis manos; sintiendo que corren por mis venas arroyos de pasión y de esperanza; sabiendo que puedo compartir mis horizontes, que puedo escriturar a los niños del futuro la visión plural que me enseñaste?
¿Cómo no sentir el beso de tu amor por la llanura, por los desiertos, los valles y montañas, sin alambradas, sin cercas, sin fronteras, tan solo como el viento que galopa, que se reparte y se derrama en el alma encendida de tus hijos?
Hoy sólo vengo aquí, con mi canción comprometida, con mi bagaje rural y sensitivo, después de luchar contra vicios y egoísmos, después de mirarme en los ojos limpios de los niños de mi pueblo, a recoger tu voz, tu sentimiento, a desgranar la oración que me enseñaste, el juramento de luz por mis raíces, a recordar Abuela, Madre, Esposa, Hija… ¡la sencillez bendita de tu nombre…!
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