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Gane quien gane la gubernatura del estado, deberían colocar entre sus prioridades la creación de mecanismos y el impulso de políticas públicas que posibiliten la apertura y el fomento de espacios para que una nueva generación de hombres y mujeres irrumpan en la cosa pública con ideas frescas, novedosas, que se traduzcan en el verdadero camino de la transición democrática.
Es eso, o seguir viendo no sin azoro, el espectáculo al que asistimos por estos días, en que las dos grandes alianzas en gestación se baten en un intercambio de denuestos para avanzar a costa de probar que el de enfrente es más corrupto que el de casa; que el pasado los condena, que su militancia los descalifica.
Es eso o reconocer que en Sonora los tres aspirantes más perfilados a la gubernatura tienen la misma matriz política, el PRI, al que en diferentes momentos y por diversas circunstancias renunciaron sin que se sepa bien a bien cuánta distancia han tomado o tomarán de su formación política en los 70 del siglo pasado.
Es eso o seguir observando cómo desde Morena lanzan dardos envenanadísimos contra los padrecistas que hoy aparecen trabajando una alianza contra el PRI, pero lo hacen codo a codo con los padrecistas que en 2018 se aliaron a Morena. 
O ver a los priistas desacreditando los escarceos de Morena con el PES o las Redes Sociales Progresistas de Elba Esther Gordillo, cuando se sabe que el PES ha sido la mejor alianza parlamentaria que el PRI ha tenido en Sonora, y la maestra fue, durante décadas una generosa surtidora de votos magisteriales para el tricolor a través del SNTE.
O ver a los panistas atacando frontalmente al gobierno priista de Sonora por presuntos actos de corrupción y falta de transparencia, mientras se toman la foto con los mismos priistas a los que atacan, celebrando los avances de su alianza.
Y así podríamos seguirle, pero agotaríamos el espacio de esta columna sin aspirar siquiera a mencionar todos los casos donde, en aras de la sobrevivencia política, de la permanencia en la vida pública se ha normalizado la práctica de diluir ideologías y principios, abrazando otros a veces contrapuestos porque bien lo vale la coyuntura y poco importa el largo plazo.
Aspirar a un relevo generacional, sin embargo no es tan sencillo. Las estructuras de los partidos políticos y sus métodos internos muy parecidos al de los cangrejos en la cubeta son el principal obstáculo.
Eche, la escéptica lectora, el dubitativo lector una ojeada a la ‘cartelera’ política de todos los partidos en estos momentos y encuentre en ella los nuevos rostros, las y los debutantes del año; las revelaciones sorprendentes o el discurso novedoso y encontrará cuando mucho, casos excepcionales.
Por otro lado, incorporar ‘caras nuevas’ a la cosa pública tampoco es garantía de mejoras. Baste echar un ojo al Congreso local para cerciorarse de que es más fácil que el ‘carácter ciudadano’ (eufemismo con que suele aludirse a quien no participó antes en la política o en cargos públicos) se mimetice rápidamente en un catálogo de las viejas prácticas.
Ahora bien, no hay duda de que Ernesto Gándara, Alfonso Durazo y Ricardo Bours son hombres experimentados, inteligentes y versados en la política y la administración pública. De no serlo no estarían hoy en el arrancadero para llegar a la gubernatura. 
Los tres tienen un discurso incluyente y progresista; se han rodeado de gente capaz y con buenas intenciones, aunque en todos los casos, no faltan los advenedizos y gandallas que lamentablemente, a veces son los que amacizan las mejores posiciones y reproducen ad nauseam las mismas prácticas.
Por eso me permito, desde esta humilde tribuna, sugerir con todo respeto a cada uno de ellos, la conveniencia de fijar una postura con respecto a este tema; esbozar al menos, ideas para que sus recurrentes alusiones a ‘lo ciudadano’ como antítesis de ‘lo político’ se traduzcan en una real incorporación de las y los más preparados antes que las y los más compadres, en una propuesta que tome distancia de las cuotas y los cuates y se acerque más a la integración de equipos profesionales y preparados.
Entiendo también que quizás este tema no se encuentre en sus prioridades, pero la lucha le hice.
II
Y una vez desahogada la chaquetita mental de esta semana, pasemos a las verdaderas prioridades de la ‘real politik’.
En un despacho anterior mencionaba que existe un criterio legal para definir en una coalición de partidos, las candidaturas que a cada uno corresponden de acuerdo a los resultados electorales obtenidos en la elección inmediata anterior.
En menester una precisión. La ley que regula las coaliciones es la de Partidos Políticos y no condiciona candidaturas a votaciones previas. 
En realidad los criterios para asignación de candidaturas son políticos y no legales. Los cabilderos de cada partido los han hecho una suerte de usos y costumbres, una herramienta previamente acordada como regla para determinar el reparto.
El único caso previsto en la ley, para condicionar candidaturas a votaciones anteriores es el relativo a la paridad de género.
Toco el tema porque ahora que se están trabajando las coaliciones, la disputa por los territorios (distritales y municipales) es un tema que está sobre la mesa y en el que cada partido peleará con uñas y dientes tales posiciones.
Para ello, sí, cuentan los resultados obtenidos en la elección previa, pero no es una obligación legal, sino un principio de acuerdo político, lo cual vuelve más interesante el tema porque cada partido encarecerá las fichas de su peso político en función de esos resultados en cada distrito y en cada ayuntamiento.
Una vez definidos esos criterios, lo ideal sería que el partido que ‘lleve mano’ en la designación de candidatos y candidatas comunes, se decante por los mejores perfiles. No los más guapos ni las más bellas o ‘populares’ sino los más preparados. 
Pero mejor aquí le cortamos, porque ya estoy pensando otra vez en que México puede cambiar más rápido que lo que tardan en cantar Lozoya, Zebadúa y Duarte.
Bye.
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