Manual práctico para ver el debate y no morir en el intento

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Los tres principales candidatos a la gubernatura ya adelantaron a qué van al debate que el IEE convocó para este día al filo de las siete de la tarde.

Alfonso Durazo y Ernesto Gándara, punteros en la contienda irán a atrincherarse en la exposición de sus propuestas tratando de evadir los misiles que desde su posición de tercer lugar y con sed de escalar puntos, Ricardo Bours enviará a discreción.

No es noticia. El propio empresario y político cajemense así lo adelantó en su cuenta de Twitter y tanto Alfonso como Ernesto hicieron lo propio: no se ‘engancharán’ en dimes y diretes, aunque corren el riesgo de verse acorralados frente a un fajador que irá al virtual combate cuerpo a cuerpo cara a cara.

Bours, sin embargo también corre riesgos. Uno de ellos es que su beligerancia lo coloque en el mismo nivel del Temo Galindo y el Bebo Zatarain, que estarán cumpliendo en este evento la mitad del trabajo para el que fueron contratados: pegarle al ‘Borrego’ y deslizar de vez en cuando un descontón a Durazo, no tan suave para que no se note mucho la farsa, pero no tan fuerte como para ponerlo en aprietos.

Timo y Bobo, los patiños contratados por Morena para cuidarle las espaldas a Durazo en los debates desde su condición de candidatos por el PES y RSP, lo mismo que Rosario Robles, de FSM están llamados a cumplir ese triste papel. Realmente nadie está comiéndose las uñas por conocer sus propuestas, pero sí para saber a quién le surtirán con mayor enjundia.

Puede ser al ‘Borrego’ como el más cercano competidor de Durazo, o a Bours, que ya se subió al ring en una preliminar con el de Bavispe, que sospechosamente aceptó compartir la cartelera con el tercer lugar, según dicen las malas lenguas para subirle puntos, en el entendido de que esos puntos se los quitaría a Gándara.

A decir verdad y a fuerza de ser honestos, el círculo rojo no está pendiente de las propuestas de nadie, pues de alguna manera ya las han desplegado a lo largo de más de un mes de campaña. La atención está puesta en las patadas voladoras, piquetes de ojos, sillazos y zancadillas que los contendientes se prodiguen.

Tristemente, no hemos superado esa etapa en nuestra no tan incipiente cultura de los debates. O no me diga, analítica lectora, profundo lector, que ustedes se sentarán con su laptop en las rodillas a tomar nota de las propuestas, contrastarlas, determinar su viabilidad técnica y factibilidad financiera, echando mano de su base de datos para calificarlas en función de sus propios estudios al respecto.

No me juzgue mal, pero yo creo que en lugar de eso, pondrán al alcance de su mano un seisito platicador, una buena cantidad de botanas, enfundados en cómoda ropa, de preferencia un ‘chor’ guango y una camiseta utilitaria con el nombre de su favorito. 

Eso en caso de no ser parte de los respectivos equipos, porque si es así, también deberán tener listas las lonas, matracas, serpentinas, cornetas y banderolas para salir a las calles, una vez concluido el evento, a proclamar su triunfo contundente e inobjetable.

Me ha tocado cubrir varios debates de este tipo y la dinámica no varía mucho.

Y es que los debates, dicen los que saben, no se ganan en el foro, sino en el espectro mediático que los precede: caravanas, marchas, mítines, troleadas y hasta mesas de análisis en radio, televisión y redes sociales.

Con esos antecedentes, preparémonos pues para un debate que no será debate ya que el formato del mismo, pese a contar con opción de réplicas y contraréplicas, no da para mucho. Son dos horas que divididas entre siete candidatos, los obligan a versar durante 17 minutos cada uno sobre los siguientes temas:

Salud, economía, empleo, desarrollo sustentable, educación y cultura y combate a la corrupción. Es decir, menos de tres minutos para cada tema y a eso habría que descontarle los descontones, que usualmente se llevan por lo menos un 30 por ciento del tiempo.

Así que mejor nos relajamos, hacemos acopio de objetividad en el análisis y dispongámonos a ver el desempeño de cada uno. Ya después arribemos a nuestras propias conclusiones que, desde luego serán igual de divergentes que las de los propios adversarios en la contienda.

Nos vemos en el postdebate. 

II

Qué hace falta, se preguntará la acalorada lectora, el deshidratado lector, para que el gobierno federal y el estatal firmen un convenio permanente que nos quite de la estacional zozobra que nos invade cada vez que la primavera se asoma y nos muestra los dientes de más de 40 grados centígrados.

Cada año, el gobernador o gobernadora en turno tienen que comenzar a cabildear ante autoridades centrales desde el invierno, para que la Secretaría de Hacienda y la Comisión Federal de Electricidad recuerden que el verano en Sonora nos obliga a un uso intensivo de aparatos enfriadores de aire, con el consabido pánico al recibo de luz.

Si ya se sabe que el calcinante verano en esta parte del país no perdona y el cambio climático tenderá a empeorar las condiciones, bien podrían dejar fijo el convenio y ahorrarnos la incertidumbre sobre una eventual discordancia entre el gobierno federal y el estatal, que en épocas de confrontación política no son improbables.

Afortunadamente, hasta ahora la relación entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y la gobernadora Claudia Pavlovich transitan por el camino de la cordialidad y la cooperación, lo que pone a salvo dicho convenio, pero nadie puede saber qué pasará en el futuro, independientemente de los hombres y las mujeres que gobiernen, o los partidos a los que pertenezcan.

Por lo pronto ayer se concretó de nuevo la firma, que implica un subsidio de 601 millones de pesos que beneficiará a los usuarios de los 72 municipios del estado. Hay que hacer notar que en la administración de Pavlovich Arellano se consiguió ampliar la cobertura, ya que hasta 2015, había 33 municipios sonorenses fuera del subsidio.

Esa fue una excelente gestión. Y mejor sería si se da el siguiente paso para dejar el subsidio fuera de eventuales disputas más adelante.

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