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Ahora sí, abróchense los cinturones porque ya entramos en la recta final de un año en el que no es poca cosa lo que está en juego: los mexicanos decidiremos en los próximos seis meses la continuidad de la así llamada cuarta transformación, o la propuesta de una oposición que, si por la víspera se saca el día, tiene su gran apuesta no en la presidencia de la República, sino en impedir la hegemonía total de Morena y sus cada vez más sospechosos aliados desde el Congreso de la Unión.

 

La coyuntura es compleja y la disyuntiva no lo es menos. 

 

La oposición agrupada en la alianza llamada Fuerza y Corazón por México no ha logrado articular una oferta electoral que vaya más allá de limar lo que consideran las aristas más filosas del obradorismo y que tienen su matriz en la centralización casi absoluta del poder, de donde se desprende todo lo demás: manejo discrecional del presupuesto, desaparición de organismos autónomos o su ‘absorción’ al partido gobernante, dilución de la transparencia y la rendición de cuentas y, entre otras cosas, el empoderamiento de las fuerzas armadas hasta convertirlas, de facto, en un potente sector del gobierno en turno que reeditaría los tiempos en que los militares eran el cuarto sector del PRI, de donde salían alcaldes, diputados, senadores, gobernadores y presidentes. 

 

Por eso la disyuntiva es compleja. La oposición PRI-PAN-PRD representada en Xóchitl Gálvez es de una y muchas maneras, el regreso a un régimen que el pueblo de México ya rechazó en las urnas en 2018 y mayoritariamente ha rechazado en elecciones locales subsecuentes, pero la continuidad del obradorismo representada en Claudia Sheinbaum tiene también visos de regreso a un pasado más lejano, el del partido único que, dicho sea de paso, tenía como signo el autoritarismo que casi extinguió la disidencia, sobre todo la de izquierda. Paradójicamente.

 

Es curioso ver cómo buena parte de esa izquierda que se cansó de poner la otra mejilla y los muertos, los desaparecidos, los encarcelados, los torturados y los perseguidos cante ahora himnos marciales convencidos de que el Ejército es pueblo uniformado y asuma a pie juntillas que la corrupción ha desaparecido, que el gobierno no utiliza a sus cuerpos policiacos y las argucias judiciales con fines de conservación de su hegemonía. 

 

Ayuda mucho para esos fines, hay que decirlo, la narrativa oficial polarizadora, la descalificación y satanización del adversario; esa suerte de axioma según el cual la corrupción existe solo como excepción entre los míos, pero como regla entre los adversarios. 

 

Y como un axioma no requiere demostración, la regla también establece que si un corrupto se pasa a Morena, deja, por definición, de serlo. Ejemplos hay a pasto.

 

Lo que no hay son ingenuidades a estas alturas. 

 

Es un hecho incontrovertible que personajes como Alito Moreno, Marko Cortés y Jesús Zambrano, los dirigentes del PRI, PAN y PRD respectivamente son cartuchos escandalosamente quemados, políticamente anodinos y exageradamente vivaces a la hora de maniobrar para su propia sobrevivencia.

 

Xóchitl Gálvez -lo hemos consignado en otros despachos- es lo mejor que les pudo pasar para apelar al voto duro de sus respectivos partidos y hasta para seducir a ciertos segmentos desencantados de Morena, que realmente existen y se han manifestado en las urnas sobre todo en 2021 durante la elección en Ciudad de México que se supone el bastión de la izquierda, y que ese año les dio la espalda votando por candidatos y candidatas del PAN, del PRD y hasta del PRI.

 

Hay otros enclaves donde Morena no ha podido ganar, como Guanajuato, Yucatán, Chihuahua, Nuevo León, Jalisco, Querétaro, Aguascalientes, Coahuila y Durango, pero en el balance la oposición pierde con mucho ya que Morena y sus aliados gobiernan 23 estados y en ellos se incluyen los más poblados del país incluyendo Ciudad de México y todos los del Golfo y del Pacífico (excepto Jalisco).

 

Por cierto, Jalisco y Nuevo León son un enigma. Gobernados por Movimiento Ciudadano, hay un mar de dudas sobre cómo van a operar los gobernadores de esas entidades. El sentido común indica que en Nuevo León, los fosfo-fosfo lo harán en favor de Claudia Sheinbaum y Enrique Alfaro por Xóchitl Gálvez.

 

En resumen, hay todo un operativo de Estado para generar la percepción de que Xóchitl está en la lona y Claudia la barrerá con al menos 20 puntos, lo cual no creo ni dejo de creer, pero ese no es el punto.

 

El verdadero quid del asunto se encuentra en el Congreso de la Unión, en la cámara de diputados y en la de senadores porque es allí donde se decide la continuidad sin equilibrios o un mínimo de contrapesos para, al menos, prolongar otros seis años la disyuntiva entre volver atrás 30 años, o volver atrás 60.

 

Triste el panorama si nuestra clase política está, parafraseando a Mafalda, viendo el futuro con la nuca.

 

Por cierto, y como también en Sonora hace aire, en las próximas semanas estarán definiéndose las candidaturas al senado, a las diputaciones federales, a las locales, a las alcaldías. 

 

Supongo que el politizado lector, la grillísima lectora ya tienen visualizados los perfiles y ya hicieron el análisis de coyuntura para definir sus votos, así que en este espacio no les vamos a sugerir nada ni a nadie. Ya con que salgan a votar y no hagan el vacío que le hicieron a la elección 2021 vamos de gane, porque aquel año no votó ni la mitad de los empadronados.

 

Por cierto, hay un elemento que no incluimos en este despacho y que tiene que ver con la elección: el rol que va a jugar el crimen organizado en los comicios. 

 

Porque quien crea que la maña no juega en temas electorales, o se anda chupando el dedo o es, definitivamente, parte de esa maña que históricamente se ha metido, abierta o subrepticiamente en las elecciones, pero que hoy está empoderadísima, casi tanto como las fuerzas armadas. O menos. O más, ya ni sé, así que mejor aquí la dejo, no vaya a ser el diablo…

 

 

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