El Machi López, leyenda justiciera.-

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El Machi López, leyenda justiciera.- Hace 69 años, una noche de espesa neblina, al abrir la puerta de su hogar en la calle Coahuila de Ciudad Obregón, tres balas cortaron la vida de Maximiliano R. López.- En esta casavivió y fue asesinado el líder campesino, el 26 de Nov. de 1953, reza una placa a la entrada de su vivienda.- Elegía rural por El Machi López

Bernardo Elenes Habas

Lo mataron de noche.

Cuando las sombras y una neblina densa se convertían en extraña mezcla de odio, ocultando los rostros de los asesinos materiales.

Pero también, ese manto nebuloso escondía las conciencias cobardes de quienes ordenaron su ejecución.

Caciques y políticos que respiraban –y respiran- ambición enfermiza, quienes por treinta monedas pactaron el sacrificio de un hombre justo.

De noche, cuando noviembre aullaba la húmeda frialdad de la tragedia, y la soledad se convertía en cómplice de la muerte. La lumbre líquida de las balas encontraron el pecho sorprendido del Machi López, al abrir la puerta de su vivienda buscando atender a un amigo, cuyo nombre utilizó el verdugo para deslizar una señal de confianza.

Era el 26 de noviembre de 1953. Tiempo que se volvió dolor en el rostro del líder agrarista. Aprisionando para siempre, en sus ojos claros, el rostro del asesino material, y discurriendo, para sí mismo, en su último segundo de vida, el por qué le disparaban y de dónde provenía la orden.

Supo, durante el relámpago que precedió al final de su existencia, quiénes ordenaban su homicidio desde los núcleos de la ambición. Desde la eterna epidemia de acumular riqueza y poder. Enfermedad que fluye como río maldito, y que no ha permitido tranquilidad en la conciencia de los verdaderos asesinos, desde hace 69 años…

La noche del viernes 26 de noviembre de 1953, arropaba, como nunca a Ciudad Obregón, el manto fantasmal y denso de la neblina.

Las calles desnudas mostraban un ambiente lúgubre.

Los ladridos y aullidos de los perros en el barrio, presagiaban tragedia. “Ellos miran la ‘malhora’, cuando pasa volando por entre casas y baldíos”, decía mi madre, María Habas Armenta, narradora de leyendas y testigo del nacimiento de Cajeme, junto con sus padres Nacho y Fina…

Esa noche, cuando Ignacio Acedo había cerrado ya las puertas de su cantina “El Oviáchic”, ubicado en calle 6 de Abril, entre Durango y Zacatecas, y el reloj marcaba las 11 con 23 minutos, destrozaron el silencio cuatro disparos. Tres de ellos segaron la vida del Machi López en su vivienda de la calle Coahuila 418 sur. Ahora con el número 729.

Un asesino había llegado hasta la banqueta de la casa de Maximiliano R. López, el líder agrario, precursor de los sindicatos campesinos en el Valle del Yaqui (estructura sobre la que se sustentó el reparto agrario de Lázaro Cárdenas en 1937, acabando, en ese tiempo, con los extensos latifundios en manos de extranjeros y nacionales; dando pie al nacimiento social del ejido: organismos de propiedad comunal que, desgraciadamente, al paso de los años y por influencia nefasta de intereses económicos y políticos fue destruido, a tal grado que durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), se reformó el Artículo 27 de la Carta Magna, dando el tiro de gracia a la esencia de justicia social planteada por la Revolución Mexicana, convirtiendo al ejido en propiedad privada).

El hombre golpeó con sus nudillos la puerta.

-¿Quién es? –preguntaron desde el interior de la vivienda.

-¡Traigo un recado de Lupe López! –respondió el desconocido, cubierto por la espesa nube de humedad.

Y al abrir la puerta El Machi, confiado porque el nombre con el que le habían respondido era el de un antiguo compañero de luchas, recibió en su cuerpo tres de los cuatro disparos que le hicieron. Uno pegó en la pared interior.

Gritos y llanto brotaron de la casa. Afuera, la sombra de alguien huyendo a fuerza de carrera, para luego subir a un auto cuyo motor rugió, alejándose…

Cierto, tan macabra noche neblinosa, cuando la “malhora” cruzó por entre los chinames de la 6 de Abril y Coahuila, comenzó a forjarse, desde la bruma, como espiga de luz, la leyenda del Machi López.

Fueron, los días siguientes, de conmoción e indignación popular. Su cortejo reflejó el sentimiento de una comunidad con raíces rurales, lastimada en su esencia colectiva y solidaria, porque era la ideología sembrada por El Machi en la inteligencia y el corazón de los campesinos, de sus familias, a través de la Unión General de Obreros y Campesinos de México, creada con el alma de su visión plural y con la suma fraterna de Jacinto López, Bernabé Arana León, Ramón Danzós Palomino…

Los ejidatarios y sus socios delegados quienes guardaban respeto al indeclinable pensamiento de “Huarache de Oro”, como le decían, por utilizar ese rústico y humilde calzado, no cejaron en sus protestas. Exigían a las autoridades esclarecimiento del crimen.

Las investigaciones iniciales condujeron a la hipótesis de asesino solitario. Lográndose identificar y ubicar a un pistolero sinaloense de nombre Salomón Guadarrama Osuna, quien fue aprehendido en Mexicali.

Éste negó haber cometido el crimen, como se constata en las notas periodísticas de ese tiempo. Aunque sí admitía que había sido contratado para asesinar al Machi. Sin embargo –decía-, que al preparar la inmolación de un inocente, estudiar su perfil y conocer su huella humana, se impresionó tanto con la limpieza y altura de ideales del líder campesino, que se negó a sacrificarlo.

Guadarrama Osuna fue condenado a 20 años de prisión, en la penitenciaría de Hermosillo. Pero mantuvo, hasta su muerte, la declaración de que no había tirado del gatillo.

Los amigos y compañeros del Machi, se mostraron insatisfechos con el veredicto oficial. Contrataron al investigador policíaco Valente Quintana, de renombre nacional en esos tiempos. Querían castigo para los autores intelectuales. 

Pero, a 69 años de la muerte del Mártir Agrario, persisten las dudas sobre las pesquisas de Valente Quintana, de quien –alguna vez lo platiqué con Adalberto Rosas López, sobrino del Machi- se sospecha vendió los resultados de sus líneas indagatorias, que presumiblemente señalaban un complot para quitarle la vida, por parte de un grupo de líderes que defraudaban a la Unión de Sociedades Ejidales la que “Huarache de Oro” fundara para bien colectivo, aunque también prevalecían los odios contra él, de los caciques de Cajeme.

Se cumplen 69 años de una noche inolvidable de neblina en las calles de la ciudad, y de luto en la conciencia rural y limpia de una comunidad que despertaba a la vida, desbrozando los caminos de su progreso conducida por gente visionaria y limpia, a quienes el oprobio de mentes retorcidas y ambiciosas, buscaron quitarlas de en medio a través de la violencia, como sucedió con el padre de mis amigas Anita y Evangelina.

La historia del Machi López, es parte no solamente del trazado vital de Cajeme, sino de su conciencia humana y social, la que no debe extinguirse en el horizonte de la indiferencia…

Elegía rural por El Machi López

Hace 39 años –domingo 27 de marzo de 1983-, publiqué en la sección literaria de Diario del Yaqui, mi poema Elegía rural por El Machi López.

En esa espiga de versos, prevalece el testimonio sencillo de mi admiración por el líder campesino -Conciencia Agrarista del Valle del Yaqui-; texto que hoy rescato y lo entrego a las nuevas generaciones, con la emoción de quien ama sus raíces y a sus hombres y mujeres de bien:

Precanto: La sangre del Machi López, no admite jaula ni alambres;/ ni sirve para peldaño de reaccionarios infames,/ porque su sangre es del pueblo, ¡es de todos y de nadie!

Por los caminos del Yaqui/ bañados de sol caliente,/ Maximiliano R. López,/ sembrando sus pasos viene./ En la mano izquierda lleva/ papeles, blancos papeles,/donde resaltan los nombres/ de quienes tierra no tienen.

Sobre el corazón del valle/ su sombra roja se mece,/ señalando latifundios/ de caciques que le temen./ Se alza su voz solidaria/ como furioso torrente;/ Machi López marcha firme/ comprometiendo su suerte.

Ahí viene Maximiliano,/ el del Yaqui, el de la gente,/ el del paño colorado,/ el de huaraches corrientes./ Sueña con desalambrar,/ con que se expropien los bienes/ de traidores reaccionarios/ que el valle completo quieren./ Y la espiga amotinada/ de su conciencia rebelde,/ desgrana entre los humildes/ la semilla combatiente.

Ladran nocturnos los perros,/ los perros que todo sienten,/ cuando llaman a su puerta/ con voces y golpes fuertes/ los oscuros mercenarios/ mensajeros de la muerte./ ¡Ay Machi, Maximiliano,/ en la niebla vuelan peces/ de plomo contra tu pecho/ cuando te pones de frente!

¡Ay Machi, Maximiliano,/ el del Yaqui, el de la gente,/ el del paño colorado,/ el de huaraches corrientes;/ quieren acallar tu voz/ los caciques de Cajeme,/ y te han mandado matar/ creyendo así detenerte!

¡Maximiliano R. López,/ no saben que tú no mueres,/ que tu nombre va sin tregua/ y en nuestra sangre se mete;/ que una mañana de julio/ cuando podamos ser jueces,/ temblarán quienes pusieron/ armas en manos tan crueles,/ y el valle latifundista/ -propiedad de los de siempre-/ será plural, colectivo,/ el pueblo te lo promete!

¡Ay Machi, Maximiliano,/ no saben que tú no mueres!/ ¡Que tu nombre va sin tregua/ y en nuestra sangre se mete!/ ¡Que tu nombre es llamarada,/ bandera que el pueblo quiere!/ ¡Los caciques no lo saben!/ ¡Los caciques de Cajeme!

Le saludo, lector.

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