CTM: la siempreviva

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Ah, la modernidad. El suave murmullo de la sociedad líquida fluyendo en los nuevos cauces del entendimiento, el intercambio de reconocimientos, las palmadas amistosas, el aplauso festivo, el espaldarazo estridente.

La lucha de clases es el motor de la historia, decía Carlos Marx, pero eso fue hace mucho, cuando todavía la burguesía y su Estado eran uno contra la clase obrera y sus luchas reivindicativas, no ahora que el gobierno marcha codo a codo con la clase trabajadora y nunca más será rehén del capital, ese becerro de oro en el altar del neoliberalismo rapaz que  no solo combatía, sino estigmatizaba al sindicalismo.

La CTM, otrora columna vertebral del corporativismo priista de pasadas glorias tuvo ayer su asamblea estatal plenaria.

La sede, el amplio y moderno auditorio del edificio de la central obrera, allá por rumbos del Vado del Río, sobre la calle Fidel Velázquez para ser más precisos y referenciales.

Fue en el salón de eventos del Instituto de Capacitación, Competitividad y Relaciones Laborales, edificio construido durante el gobierno de Guillermo Padrés, gracias a la buena relación que la CTM tenía con el gobernador panista.

Pero esta vez el invitado de honor para presidir la asamblea fue el gobernador Alfonso Durazo Montaño, de Morena y amigo, qué digo amigo, casi hermano del dirigente estatal de la CTM, Javier Villarreal Gámez, a quien aprecia desde que ambos militaban en el PRI al lado del malogrado candidato presidencial Luis Donaldo Colosio.

Alfonso Durazo está en medio del ruedo y sabe que el tendido está lleno con más de 300 líderes sindicales para quienes el nombre de Luis Donaldo evoca las nostalgias de viejas glorias. Consumado torero, coloca las banderillas en el momento preciso.

Desde aquellos años con Luis Donaldo, dice, viene su aprecio por Javier Villarreal, “que desde entonces tiene derecho de picaporte conmigo”.

(Para los villamelones, ‘derecho de picaporte’ es una alegoría para aludir a la confianza que se otorga a quien puede entrar a tu oficina prácticamente sin tocar la puerta).

Y a Javier se le inflama el pecho y la sonrisa se le sale del rostro y en el tendido hay aplausos como metáfora de los pañuelos que se agitan cuando la faena es magistral y convincente.

Y si el gobernador la remata con una evocación a don Pancho Bojórquez Mungaray, pues ya está la cosa como para que lo saquen en hombros los cetemistas de Sonora.

Javier, por su parte, también se pone el traje de luces y va por sus mejores pases.

“Estoy impresionado”, asegura en su turno, con el trabajo que realiza todos los días el gobernador del estado en la creación y modernización de infraestructura: la carretera Guaymas-Chihuahua, las aduanas y puertos, la planta solar de Puerto Peñasco, la atracción de inversiones que se traducirán en más y mejores empleos, cita.

Los cetemistas, sigue, estamos “infinitamente agradecidos” con las políticas del presidente Andrés Manuel López Obrador, especialmente con el reciente incremento del 20 por ciento al salario mínimo que, coincide con el gobernador, es histórico porque por primera vez está por encima de la inflación y permitirá recuperar el poder adquisitivo de la clase trabajadora.

En el presídium, al secretario del Trabajo en el estado, Pancho Vázquez tampoco se le cae la sonrisa de la cara. Sabe que su jefe está en una plaza hipotéticamente hostil, pero observa con satisfacción que saldrá de allí cortando orejas y rabo, sobre todo cuando ejecuta una ‘verónica’ y desestima la acometida de cebollazos por su trabajo.

Más que cualquier obra de infraestructura, más que la carretera, puertos o aeropuertos, lo que verdaderamente importa en Sonora es la estabilidad laboral, y eso no sería posible sin la convicción de todos ustedes, de todos los trabajadores y trabajadoras para defender el empleo, porque el empleo justamente remunerado es lo que nos permite sustentar en el largo plazo una política de bienestar, dice el gobernador.

Y esa estabilidad laboral es importante, pero no pisoteando los derechos de los trabajadores y su legítima aspiración a contar con mejores condiciones de trabajo, matiza, cuando recuerda que los gobiernos neoliberales estaban subordinados a los intereses del capital y por ende, desestimaban las demandas de los trabajadores.

Y al intercambio de espaldarazos también le entra el secretario de Acción Política del Comité Nacional de la CTM, Fernando Salgado Delgado, con quien Alfonso Durazo coincidió en el Congreso de la Unión en la legislatura 2012-2015. Salgado por el PRI, Durazo por el PRD, pero siempre tuvieron un trato de respeto, de madurez y de altura política.

“La concordia, tal como lo mencionó el gobernador, debe primar en todo acuerdo al que se llegue, siempre que sea encaminado al mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores de la nación”, dijo.

Ayer, la CTM era una fiesta, diría Hemingway, mientras en un rincón del auditorio construido por panistas para una central obrera priista que saca en hombros a un gobernador morenista, Zigmunt Bauman escucha, dubitativo, el apacible fluir de la sociedad líquida, esa donde el dogma se diluye, las instituciones pierden rigidez, las militancias se vuelven flexibles, las rutinas no terminan de asimilar el contexto social cuando ya están en otro diferente; donde todo es una sucesión de nuevos comienzos y la vida está marcada por numerosos, breves e indoloros finales, por ejemplo, poner fin a múltiples relaciones (afectivas, eróticas, profesionales, lúdicas) según la definición de Fracesc Núñez Mosteo. Y políticas, agregaría yo.

No es que la tesis de Carlos Marx esté en desuso y el motor de la historia haya dejado de ser la lucha de clases. Quizás (solo quizás) sea que en otro rincón del recinto priista modernizado por un panista y que hoy es el recinto de culto a un morenista, otro Marx, pero este Groucho, hurga en sus bolsillos buscando principios al gusto del momento.

Quizás. Solo quizás, dije.

Lo que es un hecho es que la CTM es como la siempreviva, esa planta legendaria que posee una resistencia increíble a casi cualquier escenario, por hostil que sea.

¿Sí o no?

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