¿Acaso crees que estoy en un liacho de rosas?

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El arraigo, dijo alguna vez Porfirio Muñoz Ledo, se trae en los talones.

Fue hace mucho, cuando lo quisieron invalidar como candidato del PRD a la gubernatura de Guanajuato por su falta de residencia en aquel estado.

El recientemente fallecido político se refería a que el suelo que uno pisa por vez primera se queda para siempre en la piel, en la memoria de aquella infancia que permanece en el recuerdo por siempre.

Así es para Alfonso Durazo.

Volver al pueblo que lo vio nacer es la oportunidad para recorrer de nuevo sus calles y sus brechas; la vieja casa familiar frente a la plaza, a un costado del templo de San Miguel Arcángel, donde comienza la historia de vida de quien hoy regresa como gobernador y se reencuentra con los amigos y con las estampas que detonan el recuerdo, la nostalgia de las correrías infantiles y la chinga en la pizca de frijol, en la siembra con mulas tirando el arado, en las batallas propias de la sobrevivencia en un pueblo enclavado en lo alto de la sierra de donde alguna vez salió y al que suele regresar con frecuencia este ‘enfermo de nostalgia’, como se autodefine.

II

Allá en medio de la nada, en un pequeño claro entre las faldas de los cerros de verdor precario porque el cielo se ha mostrado pichicato este año con sus lluvias, el gobernador se reúne con productores agropecuarios para entregar maquinaria agrícola y para inaugurar una obra de conducción de agua que está lejos de ser un portento de ingeniería pero que vendrá a resolver la necesidad de agua en las 390  hectáreas que conforman el distrito de riego de Bavispe.

Allí en las faldas del cerro, entre álamos, mezquites y matorrales; ocotillos y nopales, los lugareños construyeron una acequia para llevar el agua de un manantial que inopinadamente nació en algún sitio más arriba y que no se seca nunca. Esa agua irriga los cultivos de frijol, forrajes y nogales, ‘la siembra de los pendejos’, que algunos le llaman.

Y le llaman así porque no es un cultivo barato y cuando alguien siembra nogales, debe esperar al menos cinco o seis años para ver su primera producción, y en ese tiempo solo es meterle y meterle dinero.

Entonces no falta quien le diga: “qué pendejo eres, ¿para qué sembraste eso si es pura metedera de dinero?”. Pero cuando empieza a producir la cosecha se comercializa en precios muy altos y la registradora comienza a sonar ruidosamente. Entonces es cuando le dicen: “Qué pendejo eres, ¿por qué no sembraste más?”.

En el camino de Bavispe a las unidades de riego “El Durazno” y “Los Temporales” se aprecian decenas de hectáreas de nogales a cuyos pies nace algún tipo de forraje que los agricultores siembran para salir del paso mientras esperan que los árboles comiencen a hacer sonar la registradora ruidosamente.

La acequia los abastece de agua casi siempre, excepto -qué paradoja- cuando llueve. Y es que en temporada de lluvias, el agua baja bramando por los cerros y destruye la artesanal obra de conducción y entonces se interrumpe el flujo.

Ya no. La acequia de unos cuatro kilómetros está comenzando a revestirse de concreto hidráulico para garantizar el riego de las parcelas que representan una parte importante de la economía del pueblo. Son 72 familias de agricultores las beneficiadas con una inversión de 12 millones de pesos que incluye maquinaria agrícola.

III

El sol cae a plomo y sin clemencia en el llano. Allí se instalaron dos mamparas que explican las obras, se colocó la maquinaria y se dieron cita funcionarios, productores y lugareños. Allí está Fátima Rodríguez, la secretaria de Agricultura que fue artífice de esta gestión; el presidente de la Unión Ganadera Regional, Juan Ochoa Valenzuela y un grupo de productores contemporáneos de aquellas infancias sierreñas.

Allí el gobernador habla sobre los proyectos para agregarle valor a la producción pecuaria. Mientras sigamos apostándole a la comercialización de ganado en pie, no vamos a llegar muy lejos, dice.

Y explica que ya están en marcha proyectos para industrializar la carne: desde la engorda de ganado, su sacrificio, el empaquetado, enfriamiento y distribución mediante centros que se construirán en Agua Prieta, Moctezuma, Hermosillo y Nogales.

Y como el arraigo se trae en los talones y un enfermo de nostalgia -como se autodefine el gobernador- no podría dejar pasar la oportunidad para un paseo por el recuerdo, alude a sus inicios como carnicero.

Bueno, como ayudante del carnicero del pueblo, Juanito Somoza, al que un buen día le dio por capitalizar su privilegiada voz y participó en un certamen de canto organizado en “La Paloma”, un antro de rompe y rasga donde los mayores solían acudir para soltarle la rienda al desenfreno, la libación y la concupiscencia.

Y tuvo tan buena calificación que ganó el concurso en todas sus etapas y allí Bavispe perdió un carnicero pero ganó un cantante que hoy vive en Tucson administrando su fama y al que el gobernador suele visitar de vez en vez para recrear el vuelo de las hojas de un calendario pletórico de recuerdos.

IV

Al gobernador se le ve contento. Regresar al pueblo lo revitaliza y lo pone en modo contador de historias. Recuerda que al irse Juanito, él tuvo que asumir las labores del tablajero y allí, en la Carnicería Durazo, comenzó a desplegar sus habilidades en toda clase de cortes, incluyendo los del tipo americano: “A mí no me van a platicar todo eso que tiene que ver con la ganadería y la comercialización”, dice mientras el sol sigue cayendo a plomo y la banda reporteril busca cobijo bajo la sombra de algún árbol y hasta de las mamparas.

Ya entrados en la nostalgia, también recuerda sus inicios en las pizcas de frijol y las labores agrícolas. Se va en la anécdota del tractor que su padre compró y cuyo color lo hizo bautizarlo como “El Chilicote”.

Una colega que anda en la frontera del millenialismo le pregunta de qué color es el chilicote y qué es un chilicote. Obviamente a la colega no le tocó conocer lo que también llamábamos ‘frijolitos quemadores’, el fruto de un árbol conocido como ‘Colorín’ y cuya principal gracia residía en la dureza de su consistencia, que permitía tallarlo con fuerza sobre una superficie dura -generalmente la banqueta- para pegárselo a la piel de quien estuviera más cerca provocándole dolorosas quemaduras.

Un juego medio salvaje pero bien típico de aquella generación que ni siquiera había oído hablar de bullying, pero que era magistral en eso de ‘juego que tiene desquite ni quién se pique’, porque cualquiera podía traer un chilicote y aplicarte la misma bromita.

“El Chilicote” era un tractor que se llamaba así por el color y mientras el gobernador contaba la anécdota recordé a mi padre, que le puso nombre a todas sus trocas, por diferentes razones. Recuerdo “La Hormiga”, que era una Chevrolet Apache modelo sesentaitantos, anarajada; “La Amenaza”, de la que nunca supe el porqué de su nombre; “La Gallina” y “La Paloma”.

Mi hermano mayor tiene todavía un torton blanco al que llama “La Mula Güera”. Así se usaba.

El caso es que “El Chilicote”, como también sucedía en aquellos tiempos, solía tener desperfectos mecánicos. Una vez se sobrecalentó y el chofer le reclamó al papá del gobernador para que le metiera lana y lo arreglara porque así no podría trabajar.

Don Conrado, como se llamaba el padre del gobernador, evidentemente tampoco tenía la manera de arreglar “El Chilicote”, pues las penurias económicas alcanzaban lo mismo al chofer que a él, y solo atinó a contestarle, citando un pasaje no del todo exacto en la historia de México, con la frase que se le atribuye a Cuauhtémoc cuando le estaban quemando los pies con aceite encendido para que confesara la ubicación del tesoro mexica, y un subalterno al que también estaban torturando los codiciosos españoles le pidió permiso para revelar el sitio del tesoro porque ya no aguantaba el tormento.

Así, cuando el chofer del “Chilicote” le reclamó a don Conrado, este le respondió: “¿Acaso yo estoy en un liacho de rosas?”.

O sea, también estaba jodido, pero además, claramente se supondría que desde entonces las fake news ya hacían estragos y la versión oficial del prehispánico suceso llegó modificada a Bavispe. O bien, puede ser que allá en lo alto de la sierra sea lo mismo un lecho que un liacho. A saber.

IV

Quiso la suerte, o la planeación urbana o la casualidad o qué se yo, que un día antes, en Agua Prieta, el gobernador llegara al auditorio cívico municipal para la entrega de 900 becas a estudiantes por un monto de dos millones 150 mil pesos.

Justo enfrente de ese auditorio está la escuela secundaria número 8, donde cursó sus estudios respectivos el hoy gobernador. Ese detalle no podía pasar desapercibido, sobre todo porque entre Bavispe y Agua Prieta hay 110 kilómetros que en este entonces se recorrían en al menos cinco horas, porque el camino era de terracería y en algunos tramos, de pura piedra filosa que inevitablemente ponchaban las llantas.

Y no es que haya ido y venido diariamente, pero el dato es relevante por dos cosas: una que tiene que ver con el compromiso para invertirle una lana a la ‘mini alma mater’ del gobernador y otra, con la nueva carretera que conecta ambos municipios y que fue una de las primeras obras del actual gobierno federal en Sonora.

Hoy, el recorrido se hace aproximadamente en una hora y media y la completa pavimentación permite el agasajo del paisaje de la sierra sonorense.

V

Después de Bavispe, Agua Prieta es la segunda tierra del gobernador. Ahí volvió sobre el tema de los necesarios apoyos para hacer del estudio el principal mecanismo de superación y ante cientos de jóvenes estudiantes, volvió sobre sí mismo como ejemplo de que sí se puede.

Y vuelta a la remembranza, ahora de su madre doña María Luisa Montaño, que fue quien prácticamente empujó a sus doce hijos e hijas (seis y seis) para salir del pueblo y buscar nuevos horizontes. Todos lo hicieron y todos lo lograron.

Pero la escuela secundaria está jodida. Tiene carencias de equipamiento, de cableado eléctrico; no tiene un centro de cómputo y hasta andan batallando con pizarrones.

De esos pasillos y esas aulas surgió también la voz de Vicky López, maestra de la escuela. Presente en el evento donde el gobernador inauguró la pavimentación de casi 37 mil kilómetros cuadrados de la calle 12, con una inversión de 49. 9 millones de pesos, la maestra le reclamó la necesidad de hacer algo por el plantel.

Se la puso ‘bobita’.

Alfonso Durazo le respondió que, o sus peticiones fueron muy cortas, o él es muy generoso, pero se comprometió a cumplirle todos los requerimientos y allí mismo giró instrucciones para que así sea. La maestra Vicky López, obviamente andaba brincando en una pata, como se dice.

Colofón

Gira larga intensa por Agua Prieta y Bavispe. Entre este último y “El Durazno”, a donde fuimos a cubrir la entrega de obras, hay cuatro o cinco kilómetros que se recorren por un camino de terracería y piedras. Se cruza el Río Bavispe, el único que corre al revés, según la joven que nos acompaña en el picapón en que nos trasladaron.

Y es que la Van en la que viajamos no entra a esos terrenos. Ella va con su niño de un año y cuatro meses en los brazos. En el asiento de atrás va su madre. Son de Mazocahui.

Vaya que el mundo es chico, diría Arjona. En Mazocahui estuve en 1988 documentando la contaminación de una granja avícola que causaba estragos en la salud de los pobladores. Yo era estudiante del segundo semestre en Ciencias de la Comunicación y la gente de ese pueblo contactó al bufete jurídico gratuito de la Unison para que les ayudara con su demanda de sacar de allí la granja.

Fuimos un contingente de estudiantes a documentar el caso. Fue la primera crónica con la que ese año gané un concurso nacional de estudiantes de Comunicación, y uno de los jurados de ese concurso fue don Carlos Moncada Ochoa.

Ya ni me acordaba. Pero al lado mío, en el picapón que nos llevaba al evento iba una señora, la madre de la asistente de Fátima Rodríguez a quien se le iluminaron los ojos en el recuerdo, porque me dijo que después de unos años de aquel episodio, la granja avícola fue sacada del pueblo, donde las enfermedades provocadas por la masiva acumulación de ‘cuachas de gallina’ estaban haciendo estragos, sobre todo en los niños y niñas.

Me dio las gracias por eso.

Yo le di las gracias porque esa vez, otra de las señoras que nos contactaron para ir a documentar el caso, se disculpó sentidamente por no tener lo suficiente para correspondernos.

Nos dijo que solo tenía huevos con rajas de chile verde tatemado y frijoles refritos con manteca de puerco.

¿Saben lo que es eso para estudihambres?

Dios mío de mi vida, dónde volvimos a coincidir después de 35 años y todavía huelo la leña en la cocina de Mazocahui, como me imagino se huelen los paseos por la nostalgia.

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