El nuevo viejo PRI

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Hay una razón por la cual se está gestando, desde el gobierno federal, una elección de Estado: el presidente sí está preocupado por la eventualidad de perder la mayoría en el Congreso federal, un escenario terrible en el que se dificultaría mucho la continuidad de su proyecto de nación.

Antes de que mis bienamados lectores y lectoras se descosan los chalecos guindas, vamos a revisar algunos datos que indican el declive real, objetivo y demostrable, de la así llamada 4T. 

En 2019 hubo elecciones en Puebla, Aguascalientes, Baja California, Durango, Quintana Roo y Tamaulipas y, pese a que Morena ganó las únicas dos gubernaturas en disputa, en el conteo global ese partido perdió 3 millones de votos

En Aguascalientes, donde se renovaron las alcaldías, el PAN se llevó el 41% de los votos y Morena el 21%. El PRI y el PRD se quedaron muy lejos, con el 8% cada uno.

En Tamaulipas se renovó el Congreso y el PAN ganó el 48% de los votos. Morena se quedó en 27 por ciento y el PRI apenas alcanzó el 10%.

En Durango, donde se renovaron los 39 ayuntamientos, Morena perdió ante el PRI: obtuvo 18% mientras el tricolor obtuvo el 23%. El PAN se quedó abajo con 16%.

En Quintana Roo, Morena ganó con una diferencia no muy holgada las elecciones para renovar el Congreso local. Poco más de 20 mil votos hicieron la diferencia sobre el PAN. Morena: 26%, PAN, 18% y PRI, 12%.

En Baja California, Morena barrió a la oposición quedándose con el 50% de los votos y su más cercano competidor, el PAN, apenas llegó al 22%. El PRI prácticamente desapareció del mapa al obtener el 4% de los votos.

En Puebla, donde hubo una elección extraordinaria para elegir gobernador, Morena ganó, pero con el voto que le sumaron sus aliados. En un cara a cara con el PAN, Morena obtuvo menos votos que el blanquiazul.

Pero hay otro dato más revelador. En el conteo global, Morena perdió alrededor de tres millones de votos en todos estos estados, respecto a la elección 2018.

El exacerbado presidencialismo que ayer tuvo un momento sublime con un ‘reportero’ arrodillado frente a la efigie del tlatoani, le ha pegado a la oposición, pero también al propio partido del presidente, que sin él es un cuerpo sin alma.

No fue gratuito pues, que en agosto de 2019, una vez conocidos los resultados aludidos, el presidente Andrés Manuel López Obrador advirtió, en una mañanera previa a la plenaria de senadores de su partido a la que asistiría, lo siguiente: “Si el partido que ayudé a fundar, Morena, se echara a perder, no solo renunciaría a él; me gustaría que le cambiaran de nombre porque ese nombre nos dio la oportunidad de llevar a cabo la Cuarta Transformación de la vida pública del país, entonces no se debe manchar ese nombre”.

En noviembre de ese año debería renovarse la dirigencia nacional, pero la guerra de tribus reventó el proceso, que se postergó hasta terminar con un cuestionadísimo resultado. Después de dos encuestas que daban como ganador a Porfirio Muñoz Ledo, hubo una tercera en la que ganó Mario Delgado. Ese proceso lo organizó y validó el INE, organismo que esa vez no fue tildado de palanca del conservadurismo y cómplice de fraudes electorales.

Para el siguiente año, hubo elecciones para renovar congresos y ayuntamientos en Coahuila e Hidalgo y los resultados fueron aún peores.

En Coahuila, el PRI le dio una paliza a Morena, ganándole casi 3 a 1. El tricolor obtuvo 415 mil votos contra 163 mil de Morena. El PAN se quedó muy lejos con 83 mil.

En Hidalgo se renovaron ayuntamientos y allí el PRI le metió otra paliza a Morena, ganándole en el conteo global con un marcador de 246 mil a 103 mil votos. Más del doble.

Estos son los fríos números, al margen de preferencias o posiciones ideológico-políticas. Al margen de los índices de aprobación del presidente y al margen de los programas de bienestar y su caudalosa derrama de dinero entre los más pobres.

Las causas de esas derrotas son multifactoriales y tienen que ver mucho con las agendas locales, pero también con el hecho de que en 2019 y 2020 las mañaneras fueron acotadas, el presidente aceptó no abordar temas electorales y la propaganda gubernamental se suspendió durante los procesos, tal como mandata la Constitución.

¿Captan por qué ahora el presidente está echando toda la carne al asador, doblegando al INE que quiso acotar su participación en las elecciones e instrumentalizando al Trife para que validara su activismo?

La utilización de las instituciones de Estado en franca connivencia con el partido en el gobierno es lo que prefigura precisamente esa elección de Estado. La fuerza pública jugará un papel preponderante en los próximos comicios, ni duda cabe.

El presidente no quiere correr riesgos. Sus llamados a evitar mapacherías, a no usar los recursos públicos para fines electorales son una charada. Las redes sociales han documentado profusamente el ‘barrido’ por tierra que están haciendo los promotores de Morena, pidiendo datos personales, advirtiendo con aires de amenaza a los ciudadanos sobre los riesgos de perder beneficios -que por cierto ya están garantizados constitucionalmente- si no votan por Morena.

Eso es coacción del voto y es ilegal, pero cuando se tiene el poder del aparato estatal a su servicio, se puede eso y más. Lo hizo el PRI, lo hizo el PAN y ahora lo hace Morena.

La perspicaz lectora, el avezado lector habrán notado cómo en los últimos días, al menos en Hermosillo las calles comienzan a llenarse de anuncios espectaculares (el adjetivo alude también al costo millonario) ponderando las acciones del gobierno, pero a nombre de su partido, Morena. 

En una breve plática al respecto, sostenida no hace mucho con un connotado morenista, su explicación no pudo ser más lacónica y a la vez reveladora: “El PRI lo hizo durante 70 años”. Y no le falta razón, pero eso echa por tierra la aseveración de que no son iguales.

Más claro, ni el agua.

Es posible que en los próximos días, esa propaganda sea impugnada por los partidos opositores a Morena y eventualmente, puede ser que el INE ordene su retiro, como lo ha hecho con algunos spots de radio y TV. Pero para entonces ya habrán hecho su trabajo.

De las dimensiones del uso del aparato de Estado para incidir en las elecciones, es el tamaño de la preocupación por la derrota y la pérdida de la mayoría en el Congreso federal. 

¿Las gubernaturas le importan al presidente? Sin duda, pero al parecer, no tanto como el Congreso. La relación con los gobernadores la puede manejar con el viejo método del garrote y la zanahoria, que también funciona en el Congreso, pero es más complicado. 

Si no fuera así, no se habría visto obligado a desbaratar la correlación de fuerzas que surgió de la elección 2018, articulando una nueva mayoría morenista con diputados de otros partidos, señaladamente del PRD.

En resumen: la idea de que Morena es una invencible y apabullante maquinaria de ganar elecciones es un mito, alimentado más por un costosísimo aparato de propaganda, que por un buen gobierno. Como el viejo PRI, pues. 

Sin ir muy lejos, en Sonora están muy a la mano ejemplos fehacientes en varios gobiernos municipales que llegaron muy bien legitimados con votos, y que han resultado un fiasco.

Sirva esta no tan breve digresión para contextualizar el arranque de las campañas para renovar la gubernatura, las alcaldías, el Congreso local y los siete distritos electorales federales en Sonora.

Campañas que inician hoy precisamente, con los 5 candidatos y una candidata a la gubernatura. 

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