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Los millenials quizás no sabían quién era Armando Vega Gil, hasta ayer que su muerte se hizo viral en las redes sociales.

Músico, poeta, escritor y loco, Armando es referente inevitable en la historia del rock mexicano y llenó páginas gloriosas al lado de Betsy Pecannins, Cecilia Tousseint, La Maldita Vecindad, Rockdrigo González y tantos otros que musicalizaron la crónica de aquellos convulsos años 80, con historias de vida, paisajes urbanos, circunstancias y personajes de movimientos sociales y políticos; lágrimas y risas que pueblan las calles de la gran ciudad.

Ayer se suicidó tras aparecer en la cuenta Me Too Músicos Mexicanos como abusador de una niña de 13 años, en algún momento de su vida. 

La denuncia, anónima como la mayoría de las que se hacen a través de ese movimiento, tuvo un efecto devastador en el ánimo del músico que, posiblemente atormentado por otras circunstancias decidió poner fin a su vida.

En un país eminentemente machista, donde un alarmante 73 por ciento de las mujeres han sido víctimas de algún tipo de acoso o abuso, donde los feminicidios no cesan y donde las instituciones dan un paso mientras la realidad les pasa corriendo por encima, el movimiento Me Too ha sido un efectivo medio para visibilizar esa realidad y obligar a todos a reconsiderar lo que está pasando, para intensificar la premisa de una vida libre de violencia para las mujeres.

El caso ha reavivado el fuego del debate sobre la utilidad social de las redes, y sobre su tremenda capacidad para inocular el odio. 

También sobre el anonimato al que en ocasiones se tiene que recurrir ante los altos niveles de impunidad y la posibilidad que las denunciantes sean revictimizadas, primero por acoso, luego por hacerlo público.

El tema es complicadísimo y toca muchas fibras sensibles en ese sector de las feministas que, con justa razón, hay que decirlo, reclaman por tantos años de sojuzgamiento, discriminación, abusos y ausencia de políticas públicas efectivas y reivindicativas para las mujeres. Lastima, sin embargo leer y escuchar a otras que parecen confundir la justicia con la venganza.

El desconcierto fue grande en ese sector de artistas, intelectuales, periodistas y académicos que conocieron a Armando y que no podían creer lo ocurrido. Desconcierto porque en su mayoría forman filas en ese campo de la izquierda liberal y progresista que apoyó el movimiento Me Too y que eventualmente lo seguirá haciendo, sin dejar de expresar sus reservas después del trágico acontecimiento.

El tema rebasó el plano nacional y se posicionó en el mundo entero. Reacciones abundaron en todos los sentidos y argumentos hay de sobra de uno y otro lado.

La cuenta en Twitter fue restringida por algunas horas y al volver, sentenció en uno de sus tuits: “El responsable del suicidio de Armando Vega Gil es Armando Vega Gil”. 

Esto es sólo más materia para el debate, que por cierto se puso particularmente intenso durante todo el día de ayer, y seguramente seguirá durante varios días.

En un contexto así, se debe felicitar el esfuerzo de Me Too por visibilizar la tragedia del acoso, el abuso, la violación, el feminicidio, pero es macabro festinar la muerte, equipararla con la justicia. 

Ayer, como dijo alguien por allí, perdimos todos.

II

Y en otro tema, pero que también tiene que ver con la infatigable aunque infructuosa búsqueda del filosofal chile multiembonador.

Sobre el tema de la incursión de un grupo armado en el rancho Las Norias, propiedad de Sergio Torres Serrano, para más señas suegro de la gobernadora Claudia Pavlovich, se cuestionó la indefensión en la que estaríamos el resto de los comunes mortales, si los malandros pueden entrar de esa manera allí.

Y cuando a los cuatro días, se anuncia que los aparatos de investigación e inteligencia operaron para dar con el paradero de nueve presuntos a quienes se les aseguró vehículos, armas de alto poder, cartuchos y droga, la reacción fue: “no, claro, pues cómo no iban a actuar rápido, si se trata del suegro de la gobernadora”.

Si no los hubieran capturado, ahorita estuvieran acabándose a la fiscalía estatal y a la secretaría de Seguridad porque se les metieron hasta la cocina y se les escaparon.

Son legítimos ciertamente, los reclamos de gente más común que corriente, que tiene sus casos en el archivo y siguen reclamando justicia. Esperemos que ésta llegue pronto. 

III

Y el debate que también se puso intenso fue el de la senadora Lilly Téllez con la ex diputada federal y local, Flor Ayala Robles Linares. El tema, la sucesión en la Unión Ganadera Regional, donde la senadora ha mostrado un gran activismo a favor de Daniel Baranzini y en contra de Héctor Platt.

Más allá de las presunciones genealógicas de la senadora al asumirse sangre de la sangre de los Pavlovich y los Platt, así como amiga de los Baranzini, su activismo y toma de partido en la sucesión en la presidencia de la UGRS denota, además de un obvio interés político, un comodísimo relax en su agenda como senadora.

Porque cualquiera puede presentar, como duda razonable, una pregunta sobre lo que ha hecho la señora desde su escaño en el Senado, y se encontrará con que, más allá de alguna estridencia por su posición como senadora de la fracción ProVida de Morena, o su ausencia en alguna votación importante (como la relacionada con la doble condición de senador y gobernador del chiapaneco Manuel Velasco) no tiene mucho qué escribir a casa.

En el debate tuitero con Flor Ayala, ésta le reclamó hasta su interés en mantener la concesión del palenque de la UGRS para una empresa familiar, lo cual ya de plano rayaría en el conflicto de interés.

Pero al margen de todo esto, sigue siendo válida la pregunta: ¿Qué está haciendo Lilly Téllez como senadora, además de sobrellevar su agenda antiaborto o su activismo en la sucesión de la presidencia en la UGRS?

¿Acaso su trabajo como senadora es el de “legislar” en tuiter como promotora de la figura de Alfonso Durazo, a quien acaba de catalogar, en el mejor estilo de Guillermo Padrés, como un “sonorense bien nacido”, asumiendo por contraste o exclusión, que el resto de los sonorenses, o al menos el resto de los que ella considere, son (o somos mal nacidos)?

No sé. Algo no me suena del todo bien con el trabajo de esta senadora que, de alguna manera, emblematiza bien esa suerte de licuadora ideológica en la que fincó su triunfo Andrés Manuel López Obrador, y que ahorita trae a maltraer a más de cuatro dentro de la coalición que en Sonora, por ejemplo, no saben si apoyan al Maloro, a Ernestina Castro, a Célida López o a Rosario Quintero…

En fin, veremos en qué para todo esto.

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