Poema de domingo.- Sólo llevo conmigo las palabras. A veces se convierten en espiga amotinada. Agua fresca del río, senderos que me gusta recorrer entre la resolana de mi origen…
Sólo llevo conmigo las palabras. Cuando la oscuridad me sorprende en los recodos del camino, las froto como pedernales. Las hago arder como antorchas. Las dejo que me guíen hasta encontrar el alba…
Sólo llevo conmigo las palabras, mi único bagaje, la heredad de mis padres, mis abuelos, la sierra, el mar, el viento, la distancia…
Sólo llevo conmigo las palabras. A veces me abandonan, vuelan de mis manos llevándose el poema…
Bernardo Elenes Habas
Te escribo desde el fondo
de mi sangre,
cuando las sombras
se vuelven densas
como un grito.
Te escribo y te revelo
que ha sonado el tambor
crepuscular
de nuestra raza
después de cinco siglos
de silencio,
y su ¡tam! ¡tam! ¡tam!
desciende como
una llamarada
desde la agreste
sierra Bakatete,
se convierte en revuelo
de pólvora y anhelos
en la mitad intrincada
de los montes;
sacude los desiertos,
bebe su voz de arena,
poniendo en los dedos
prodigiosos del sahuaro
un mensaje preciso
para que el cielo
intente descifrarlo…
Tú eres el dueño
de la tierra,
la escrituró a tu nombre
el viento
en las actas geológicas
del tiempo.
Tú eres el de los pies
descalzos,
el que tiene corazón
de águila,
el que sueña la canción
dormida de los ríos,
el que graba en el aíre
símbolos de eternidad,
como las aves…
Reconstruiste tu imagen
en el polvo,
la soledad te hizo andar
como un fantasma,
la injusticia acumulada
te dio el soplo de odio,
te levantaste
cargando sobre ti
miles de muertes,
ya no tenías que perder,
tenías congelada
tu existencia…
Y al medio siglo
resucitaste entre los vivos,
entre los que se repartieron
las riquezas,
los que abrieron el pecho
a las montañas
para llevarse el oro;
los que extendieron
cercas más allá de la lluvia
y su arco iris,
los que construyeron fincas
y fábricas y emporios,
dictando balances
inalámbricos,
enajenando el hambre
y las angustias,
sepultando en sus discursos
la palabra justicia.
Yo sé que mañana,
cuando el sol
esté en su punto
madurando la fruta,
te volverás a erguir,
vestirás tus andrajos,
llenarás tu morral
con algún Padre Nuestro,
y serás nuevamente
la sombra del camino,
el dueño del dolor,
el propietario anónimo
de todo el horizonte,
el que toca el tambor
para que Dios
lo escuche…