Don Pablo Kuraica, la entrevista que no realicé.-

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Don Pablo Kuraica, la entrevista que no realicé.- ¡Mira que cerrarme las puertas de un golpe y hacer huir mis preguntas como pájaros asustados!.- ¿Cómo dejar en el anonimato una voz olorosa a tierra, a pasión por la vida y que cuando se levanta la resuenan los tambores de los yaquis y le aúllan largamente los coyotes entre las rendijas del ayer cuando las tierras pródigas y silvestres se abrían apenas a la labranza?

Bernardo Elenes Habas

En 1977, cuando el Municipio de Cajeme llegaba a su primer cincuentenario, y era conducido por el entonces alcalde Oscar Russo Vogel, realicé una serie de entrevistas –más de 60- a fundadores de esta comunidad asombrosa, quienes depositaron su esfuerzo y su visión de grandeza sembrando la semilla de lo que hoy es Ciudad Obregón.

“Ellos hicieron la Ciudad”, se tituló el compendio de crónicas que publicaba cada domingo en la primera plana de Diario del Yaqui, quedando registrados los recuerdos de personajes cuyas voces, nostalgias, iras reprimidas y lágrimas, se tatuaron, también, en mi corazón de reportero y poeta.

Entre esos ciudadanos de alma incansable y capacidad de lucha infinita, a quienes miré a los ojos y descubrí el rayo de luz de sus sueños y su indeclinable condición de ciudadanos del mundo, se encontraba don Pablo Kuraica, inmigrante croata que llegó a Cajeme en los años 20, cargando las semillas de sus anhelos, depositándolas en las tierras pródigas del Valle del Yaqui, donde fundó su empresa, Hotel Kuraica, el 1 de noviembre de 1926, y procreó, al lado de la señora Elia Casillas Millán, una respetable familia que, ciertamente, son parte de la microhistoria de Ciudad Obregón.

Mi amigo el poeta Rafael Ángel Rentería González, quien había sido Oficial Mayor en la Administración del alcalde Ángel López Gutiérrez (1964-1967), me concertó

la oportunidad de que sostuviera diálogo periodístico con don Pablo, para tratar de caminar por el trazado de sus recuerdos en torno a su visión de Cajeme -así se llamaba la ciudad en ese tiempo-, la percepción de crecimiento contrastado con 1977, las costumbres de sus habitantes y viajeros en la línea del ayer, entre tantas cosas.

El mismo poeta Rentería me acompañó a realizar la entrevista al umbral del legendario hotel (por la calle 5 de Febrero, espacio en el que aún se encuentra desafiando al futuro y su dinámica), donde esperaba don Pablo, sentado en su silla de ruedas, acompañado de algunos de sus familiares.

Hoy, pongo en el río de mi labor periodística, la entrevista que no realicé, a pesar de que don Pablo Kuraica, fundador del citado hotel en 1926, me había recibido un día de noviembre de 1977 y me disponía a explorar en su memoria llena de luz y de paisajes de otros continentes y del Cajeme viejo, sobre su llegada al Valle del Yaqui en 1919-20, luego de haber recorrido caminos en Estados Unidos, Sinaloa y Hermosillo.

Le entrego, aquí, la crónica con la que rescaté esa entrevista fallida, y que publiqué un día de 1977, en el Diario:

-¡No quiero saber nada de reporteros!-, me gritó aquella mañana soleada de otoño, al disponerme a entrevistarlo, a rebuscar en el caudal de sus recuerdos el testimonio de cuando asistió al parto de esta ciudad ahora cincuentenaria.

Y su mano, abatiéndose en el aire, espantó mis preguntas. Su voz ronca, de viejo formidable, hacedor de lo que se le diera la gana, se me clavó en los oídos, y me golpeó de lleno el ánimo.

Neuras magnífico. Temperamento vivo. Pedazo de lumbre de otro continente. Me mandó con cajas destempladas.

Me sentí mal. Y me sentí bien.

¡Mira que despertar a la lucha con la inmediatez de un fósforo y decir que NO con todos y sus ochenta y tantos años! Mira que demostrarme cómo se sostiene la palabra y cómo se antepone a la vanidad y a las falsas pasiones de poses intrascendentes, la verticalidad recia del sentimiento y del carácter!

¡Mira que cerrarme las puertas de un golpe, y hacer huir mis preguntas como pájaros asustados!

Me dije que habría de entrevistarlo a como diera lugar. Me hablé fuerte hacia adentro. Reorganicé mi plan. Adelanté esperanzas.

¿Cómo dejar en el anonimato una voz olorosa a tierra, a pasión por la vida, acostumbrada a las luchas sin treguas, y que cuando se levanta le resuenan los tambores de los yaquis y le aúllan largamente los coyotes, entre las rendijas del ayer cuando las tierras pródigas y silvestres se abrían apenas a la labranza?

¿Cómo no beberme y compartir toda su experiencia de hombre conocedor de historias y detalles sobre los forjadores del Valle, aquellos que lo hicieron paridor, y lo encumbraron hasta convertirlo en Granero de México?

¿Cómo dejar que esa voz y esos recuerdos se perdieran, ahora cuando las nuevas generaciones, los jóvenes, hijos de padres fruto de estas tierras, lo reclaman y buscan los signos, la huella sembrada de la primera calle de Cajeme, la primer casa, las primeras sonrisas y hasta el primer grito de dolor vertido por el pueblo en su infatigable lucha por la vida?

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¿Cómo, pues?, me dije. Y mientras admiraba la actitud rebelde de don Pablo, nervio y corazón dedicado al trabajo, aprecié en toda su dimensión el valor de esas entrevistas, la importancia que revestían, porque sin tratarse de oficiantes del mundo político a quienes daba a conocer a través de la prensa desde mi oficio de reportero, comprendí que dimensionaba a personajes más importantes, constituidos en la raíz, el principio agreste y decidido de la vida de nuestra comunidad, donde cada hombre se perfilaba como un titán, con una mano en el arado tirado por mulas o caballos, y en la otra un fusil, mientras la mirada se paseaba nerviosa sobre el horizonte, escuchando tambores de guerra y esperando la irrupción de cuadrillas de yaquis rebeldes.

Insistí, de nuevo, con mi torrente de preguntas.

Pero él, don Pablo, don Juan, don Vicente, personaje con todos los nombres del mundo encima, quien desde el fondo de sus ochenta y tantos años y su admirable dimensión y su rectitud, me gritó, clavando su mirada definitiva en mis ojos:

-¡No! ¡Y se me va usted a la chingada!

Le saludo, lector.

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