
Una observación que Josefina hacía en sus últimos años, era que “la navidad” empezaba desde noviembre. Así, en caso de estar en el acmé de los calores veraniegos (agosto), decía: ya solo faltan dos meses para navidad. Y es que si recordamos con cuidado, así como desde septiembre, en la panadería de Waltmart empiezan a vender pan de muerto, en muchos comercios “la navidad” principia cada vez más temprano con la venta de los adornos que engalanarán los hogares en diciembre y en los supermercados comienzan a organizar las secciones de juguetería. El advenimiento del fenómeno comercial conocido como El Buen Fin, ha acelerado ésta inercia.
Al inicio del otoño a fines del mes de septiembre, el clima imperante es prácticamente idéntico al que sentimos en julio o agosto. No es infrecuente que se alcancen temperaturas por arriba de los 40oC. Pero si le hacemos caso al sol y nos permitimos percibir su mansaje, podemos darnos cuenta que en su viaje hacia al solsticio de invierno, manifiesta cambios sutiles pero mesurables: amanece más tarde, obscurece más temprano, las tardes y las noches empiezan a ser más soportables, comienzan a verse las primeras aves migratorias sobre el firmamento, el viento empieza a cambiar. Los días que llueve, los momentos que le siguen son notablemente refrescantes. Más de una madre escrupulosa cubrirá a sus hijos muy temprano o muy tarde al salir de la playa o de una alberca, porque “el aire está frio”. El verano en su despedida, empieza a cambiarnos el genio, comenzamos a disfrutar del tiempo nuevo. No pocos tienen ya la ilusión del inicio en unos días más de “la temporada invernal de beisbol”. El uso de chamarras o suéteres es aún impensable, pero los meses de octubre y noviembre arrancan la tan esperada transición. Si bien, en algunos años, como éste de 2017, al iniciar el mes de diciembre la temperatura máxima ronde los 30oC y más de uno sienta el prurito de encender el aire acondicionado, el que podamos dormir sin éste, es un signo ineludible de que el verano por fin se fue, de que faltan tan solo unos días (efectivos) para la navidad y que su espíritu, empieza a invadirnos a todos.
Pero, ¿Cuál es el significado de éste aliento navideño? ¿Representa lo mismo para todos? La navidad expresa sin duda y por desgracia, un fenómeno comercial para la inmensa mayoría. Durante el año hay muchos por el estilo:
el día del amor y la amistad, el día de las madres, infinidad de ventas nocturnas estratégicamente acomodadas, y más recientemente, el “buen fin”, pero ninguno iguala al fenómeno navideño ya que éste coincide con la entrega de los aguinaldos y es de larga duración: el famoso puente Guadalupe‐Reyes, incluidas ahí las celebérrimas posadas. Muchos momentos para regalar, para manifestar a través de un obsequio, el cariño (o el compromiso que se tenga) a los otros. Y aunque año con año, abundan las voces críticas, el fenómeno lejos de menguar, parece acrecentarse. La Sociedad del consumo en su máxima expresión, una inercia prácticamente imposible de revertir. ¿Es éste el tuétano del espíritu navideño?
La época decembrina en nuestra cultura, remeda en muchos sentidos lo que para los hijos del tío Sam representa el día de acción de gracias. Una fecha en la que independientemente del credo de cada uno, las familias se reúnen y celebran. Lo mismo sucede con nosotros en diciembre. La noche buena y la fiesta de la navidad al día siguiente, es en nuestro país, la fiesta familiar por antonomasia. Si uno se pregunta qué es lo que se festeja ese día y como ese motivo se pone de manifiesto en la reunión familiar, muchos repetirán el cliché: el nacimiento de Cristo, la venida del Señor a la tierra. Pero nada más. Serán pocos los que harán patente en el festejo dicho significado. Será eso sí, un pachangón marca diablo, tal vez el mejor del año, pero nada diferente de otros festejos familiares como bautizos o bodas donde el eje de las mismas es la comida, la bebida y la alegría. ¿Entonces es éste el elemento sustancial de la navidad?
Para unos cuantos, la navidad será un período del año poco agradable por varios motivos: unos, se remolinarán de coraje o frustración por no poder acceder a las expectativas de consumo que el entorno exige; otros serán víctimas de la depresión porque la navidad trae aparejada recuerdos tristes que la temporada hace aflorar y desearán que el tiempo pase deprisa.
El 21 de diciembre de 2011, el entonces Arzobispo de Buenos Aires, Jorge M. Bergoglio, publicó en La Nación, un breve artículo con el cual pretendió responder la interrogante que ahora nos ocupa. No puedo decir que consiguió su cometido, pero quien lo lea, tendrá constancia de su esfuerzo.
El tuétano del espíritu navideño es difícil de explicitar porque su composición es compleja y consta de múltiples variables determinadas por la historia
personal de cada quien. Una cosa sin embargo me queda clara: la navidad hoy en día, ha trascendido su aspecto religioso, y eso podrá no gustarle a no pocos. Lo anterior genera por ende uno de sus elementos prevalentes: la nostalgia (que me gustaría diferenciar de la depresión, un concepto más clínico), ese sentimiento del que nadie se salva en un momento dado: la añoranza de lo que se fue y que ya no será, el recuerdo primigenio de tiempos pasados, y poniéndome muy Freudiano, la pérdida de la paz que disfrutábamos en el vientre materno.
No resulta nada halagador levantarse cada día, encender la radio o el televisor y escuchar las noticias para darnos cuenta que el mundo que hemos construido está patas pa’rriba. Los periódicos y sus editorialistas no cantan mal las rancheras y el mal sabor de boca después de su lectura tarda en desaparecer. Los tiempos que nos toca vivir han hecho que poco a poco se vaya perdiendo la fe en el género humano. Las manifestaciones de hermandad y solidaridad con el otro, no son tónicas sino esporádicas y movidas por la emotividad (vgr. los recientes sismos de septiembre). Por supuesto, eso es mejor que nada pues si no fuera así, nada tendría sentido.
Me gusta la navidad porque a diferencia de los estímulos negativos que nos sacan lo mejor ‐y lo peor‐ de nosotros (vgr. de nuevo los pasados sismos), ésta época sin más, es la que es capaz de elevarnos sobre nuestra actual condición y manifestarnos como lo que somos, seres humanos hechos a imagen y semejanza de Dios. Solo así puedo explicarme fenómenos como el ocurrido el 25 de diciembre de 2014 durante la famosa Tregua de Navidad en la primera guerra mundial:
En el año 1914, el día de Navidad, justo después de la medianoche, la mayoría de las tropas alemanas que participaban de la Primera Guerra Mundial dejaron de disparar sus cañones y fusiles y comenzaron a cantar villancicos. Al amanecer, los soldados alemanes salieron de sus trincheras y se aproximaron a las líneas aliadas gritando “Feliz Navidad” en las lenguas de sus enemigos. En un comienzo, los soldados aliados temieron que se tratara de una trampa, pero al ver que los alemanes no portaban armas, salieron también de sus trincheras. Estrecharon sus manos, cantaron villancicos y canciones e intercambiaron cigarrillos y alimentos como regalos. Incluso, dos grupos de soldados de bandos enemigos se enfrentaron en un partido de fútbol. Pero no todo fue entregar obsequios y cantar: ante este alto el fuego de corta duración, algunos soldados se abocaron a la tarea de recuperar los cuerpos de sus compañeros caídos entre las líneas de combate.
Si la navidad pudo hacer aquello, ése es el espíritu de la navidad que hay que buscar. No un día, ni dos, sino muchos…, siempre. Si la navidad sirve al menos para recordarnos eso, ¡bienvenido el espíritu navideño!
Salud y paz. Plutarco.
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http://www.lanacion.com.ar/1434952‐el‐espiritu‐de‐la‐navidad https://es.wikipedia.org/wiki/Tregua_de_Navidad http://www.abc.es/archivo/20141224/abci‐tregua‐navidad‐cien‐anos‐201412241126.html https://en.wikipedia.org/wiki/Christmas_truce
https://mx.tuhistory.com/hoy‐en‐la‐historia/tregua‐de‐navidad‐durante‐la‐primera‐ guerra‐mundial